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El efectivo es malo
U

na de las vertientes más perversas de la reciente resolución aprobada por 10 de 11 consejeros del Instituto Federal Electoral (INE) para multar a Morena por no haber cometido ningún delito es la insistencia con la que se refiere a las transacciones en efectivo –depósitos y retiros– del fideicomiso Por los Demás. En este punto la insidia de la resolución logró suscitar no pocas reacciones en las redes sociales de personas convencidas de que tales transacciones serían ilegales.

Era previsible e inevitable, después de tantos años en los que la cresta de perfumados que se apoderó del país ha porfiado en satanizar en el imaginario social el uso de efectivo porque, según ellos, facilita el lavado de dinero o la evasión fiscal.

Tanto han bombardeado con eso que mucha gente ha terminado por creerlo y se lleva la sorpresa cuando se le hace notar que los grandes saqueos, fraudes y desvíos de la historia reciente del país no han sido realizados mediante transacciones con billetes y monedas sino con cheques, giros interbancarios y transferencias electrónicas o incluso, como en el caso del rescate bancario prianista –56 mil millones de dólares robados a la nación de un solo golpe–, por medio de una votación en el Congreso.

No fue dinero en efectivo lo que el priísmo hurtó de Pemex en 2000 ni los chanchullos de los Bribiesca al amparo del Fobaproa ni los pagos inflados del calderonato para la Torre de Luz ni las mordidas de Odebrecht ni los trapicheos de la Estafa Maestra; los grandes consorcios no necesitan recurrir a los billetes y a las monedas para evadir al fisco porque los gobiernos del ciclo neoliberal les simplifican la tarea mediante créditos fiscales, exenciones y devoluciones a todas luces abusivas, y los ciudadanos mexicanos involucrados en el escándalo de los Papeles de Panamá no se ven obligados a pagar exceso de equipaje al tomar un avión hacia las Islas Caimán con maletas llenas de dólares.

En lo global el gran lavadero mundial no está en el uso de papel moneda sino en las tripas del sistema financiero internacional: además del extinto banco Wachovia (hoy absorbido por Wells Fargo, https://is.gd/dczVjo), que en la década pasada logró la cifra récord de 13 mil millones de dólares blanqueados, HSBC, Bank of America y Citigroup (cuya filial mexicana, Banamex, fue multada el año pasado con más de 97 millones de dólares por no observar los procedimientos antilavado, https://is.gd/lHwLYW) son las marcas más frecuentemente asociadas con las ganancias del narcotráfico.

Así las cosas, la propaganda gubernamental y corporativa en contra de las transacciones en efectivo parece más la simulación de una voluntad política inexistente de cara al blanqueo de capitales: los fondos ilícitos siguen circulando alegremente no porque lo hagan en papel moneda sino porque las autoridades no quieren impedirlo.

Por lo demás, el montaje machacón que pretende reducir al mínimo, o suprimir, si fuera posible, el uso de billetes y monedas, tiene una motivación infame: incorporar a millones de personas a la sufrida y exprimida clientela de las empresas bancarias. Bancarizar, es la consigna, porque para las entidades financieras privadas sería un negocio astronómico cobrar comisiones y servicios a la mitad de la población nacional que se mantiene al margen de ellas. En efecto, según datos de 2016, 56 por ciento de los ciudadanos mexicanos carecía de cuenta en un banco y 92 por ciento de la población prefería pagar con efectivo (https://is.gd/3DWtl8): un mercado casi virgen y de seguro billonario que la voracidad bancaria está dispuesta a engullir para mayor gloria de sus cifras de utilidades. Tal es el origen de ese sutil desprecio clasista que el país oficial exhibe ante quienes siguen, a pesar de todo, como usuarios fieles del papel moneda, y por eso las risitas sardónicas de los comentócratas cuando López Obrador declara que no posee tarjeta de crédito ni cuenta corriente.

A ver, pues: ¿realmente creen que el dinero en efectivo es cosa de delincuentes? Pues empiecen por prohibir su uso en las sucursales bancarias, de la misma manera en que prohíben hablar por celular o llevar gorra, obliguen a ese 42 por ciento de los trabajadores que apenas gana el mínimo a realizar sus compras de tortilla con tarjeta de crédito o transacción en línea y, desde luego, no se olviden de clausurar la Central de Abastos, la cual, vista desde su propaganda, vendría a ser un nido de criminalidad. Porque el efectivo es malo.

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