Opinión
Ver día anteriorJueves 12 de julio de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A echar montón
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e ha anunciado una visita de cortesía al virtual presidente electo de México, de una delegación de funcionarios de alto nivel del gobierno de Estados Unidos. Integran la delegación el secretario de Estado, Mike Pompeo; el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, y la secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen. Los acompañan funcionarios del Departamento de Estado responsables de la sección del Hemisferio Occidental, el encargado de Negocios de la embajada de Estados Unidos en México, asesores y asistentes. También viene el yerno del presidente Trump, Jared Kushner, quien todavía no se repone de los tropezones que ha tenido con la justicia, y que, dice, está por resolver el conflicto del Medio Oriente.

La iniciativa de mandar una delegación de pesos pesados, comparable a una División Panzer, a saludar al candidato ganador de la elección mexicana, que todavía no ha sido declarado presidente electo, más que una visita de cortesía, parece una táctica intimidatoria cuyo objetivo sería advertirle al futuro presidente mexicano que Estados Unidos se ha tomado muy en serio la misión de poner en orden una relación bilateral que no le satisface de ninguna manera.

El presidente Trump ha dicho hasta el cansancio que el TLC es el peor acuerdo comercial de la historia, se ha referido a los migrantes como asesinos, violadores y animales. En la frontera ha separado a los niños mexicanos de sus padres; ha afirmado que México no hace nada para detener a los centroamericanos que cruzan la frontera de manera ilegal. Nos mira con un desprecio infinito desde el profundo racismo que lo hermana con personajes siniestros de la historia. En fin, ha hecho de nosotros su puerquito.

Sabemos que los miembros del gabinete de Trump piensan como él –por esa razón, hace unas semanas el dueño de un restaurante en el que se disponía a cenar la secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, le pidió que por favor se fuera. Una actitud digna que ya hubiéramos querido ver en el actual canciller.

Por todas estas razones y más, dudo que la visita de esta delegación sea de cortesía. Creo que, en realidad, vienen a echarle montón a Andrés Manuel López Obrador para que haga lo que le pidan. Más que una charla entre amigos, el encuentro va a ser unas vencidas entre mexicanos y estadunidenses. Es posible que haya advertencias, amenazas veladas, propuestas indecorosas. Ante semejante perspectiva, espero que López Obrador y su equipo estén bien preparados para recibir respuestas insolentes, insinuaciones y provocaciones, y que sepan desecharlas con el mismo desenfado con que se hacía en el pasado lejano.

Imagino que esta visita es en preparación a la asistencia de Trump a la toma de posesión de López Obrador; pero si la delegación fija condiciones prohibitivas para que Trump venga a la fiesta lopezobradorista del triunfo, mejor que no venga.

Es la primera vez que se celebra un encuentro entre un futuro presidente electo y funcionarios estadunidenses de tan alto nivel. Normalmente, el presidente de Estados Unidos invitaba al ganador de las elecciones a Washington; se organizaban cenas, cocteles, paseos en yate por el Potomac y discursos en el Congreso. Antes, cuando el gabinete mexicano estaba integrado por egresados del IPN y de la UNAM, en estos encuentros los representantes mexicanos mantenían un cauteloso silencio, se limitaban a escuchar y sonreír. Si de plano los estadunidenses los presionaban para que respondieran algo, recurrían a la promesa de que el tema se resolvería mañana, y pasaban meses si no es que años, antes de que así fuera.

Un presidente reciente nunca entendió que mañana era una manera de diferir una decisión que no necesariamente le convenía a México, pero en lugar de confrontar a su interlocutor estadunidense, el funcionario echaba mano de una salida de emergencia. La táctica fue muy efectiva. En 1958, el presidente Eisenhower le recordaba, él sí cortésmente, al presidente Ruiz Cortines, que en 1948 sus respectivos antecesores habían concluido un acuerdo en materia de aviación comercial, que a 10 años de mañanas no habían puesto en práctica las autoridades mexicanas. El mañana que nunca llega es un recurso sencillo para evadir una decisión que no nos conviene del todo. No era un problema de incompetencia, como lo creía el presidente reciente que, en cambio, para probar su eficiencia, entregó todo lo que los estadunidenses le pidieron, y rápido.

Creo que los visitantes de López Obrador vienen a echarle montón. Espero que sepa no escuchar.