Política
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Paisaje después de una victoria. Memorial de agravios
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▲ La noche del primero de julio, miles de muchachas y muchachos llenaron el Zócalo con una alegría y una energía desbordantes en los rostros, en los cuerpos y en los gestos.Foto Víctor Camacho

Para Chema Pérez Gay

L

a victoria de Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) en las elecciones del domingo primero de julio fue, en efecto, arrasadora. No sólo sus adversarios y enemigos, sino también muchos amigos, no se atrevían a esperarla de tales dimensiones. El 53 por ciento de la votación para un partido nuevo contra tres candidatos políticos de formaciones tradicionales, y los pobres resultados de cada uno de éstos y sus séquitos, da la medida de la victoria.

Pero más allá de la política y sus vericuetos, el movimiento del pueblo en esa noche del domingo dio la dimensión humana y sentimental de esa votación. Incontables miles y muchos miles más de muchachas y muchachos, chicas y chicos alegres y florecientes, llenaron el Zócalo –esa inmensa plaza que otras veces hemos llenado en protesta, rebelión y duelo– con una alegría y una energía desbordantes en los rostros, en los cuerpos y en los gestos. También en el transporte, también en las calles aledañas y en los barrios.

Me sorprendió, una vez más, ver el uso espontáneo y fluido de los celulares y de la tecnología digital, imaginada como una tecnología de dominación sobre el trabajo humano en los lugares de producción y de despojo y control sobre sus mentes –por ejemplo, el uso de los drones como instrumento de vigilancia y delación sobre las manifestaciones en la ciudad, tal como hemos sufrido en los tiempos recientes–, y en cambio esa noche, como ya ha venido sucediendo, convertida en una tecnología para organizar y comunicar la protesta, la alegría, los alertas de un extremo a otro de una inmensa multitud en pacífica y ardiente rebelión ciudadana.

Estas fronteras nuestras estamos atravesando, a veces a grandes pasos, en un solo día. El primero de julio fue uno de esos días. Como de seguro ya está sucediendo, una tecnología diseñada para controlar el trabajo y las mentes se convierte también en un instrumento de libertad. Contemplando el ardiente espectáculo, no pude evitar recordar a aquella niña pequeña y valiente que a un secretario de Estado de cuyo nombre no logro acordarme le dijo: No se dice ler, se dice leer.

Como sucede con todas las tecnologías, creación humana, la mano y el cerebro humano, sus culturas y almas, son los que al fin deciden las utilidades y los usos de la técnica. Así como otras veces en la historia larga, ante una de esas fronteras epocales estamos.

* * *

Ese pueblo está ansioso, sediento de respuestas. No votó por un programa preciso y definido, aunque éste pueda existir aún en el papel. Votó en masa por un hombre que hizo una promesa.

Unos lo declararon una amenaza –el Consejo Coordinador Empresarial, por ejemplo, que nunca debió haberse inmiscuido como tal en una elección, pues su función es otra– y ahora, sin el menor recato, lo abrazan y felicitan por la victoria. Con la misma alegría, pero ahora un poco maligna de mi parte, vi por Internet el abrazo del oso empresarial y –creo haberlo visto– la rigidez cortés del abrazado, quien no puede haber olvidado las calumnias, los insultos y los dineros usados en su contra. Sé bien que son ahora tiempos de paz, pero la paz no excluye el recato y la decencia.

Este país no está bajo el antiguo control de terratenientes y capitales industriales, aun cuando éstos son parte constitutiva de su economía. Quien manda es un monstruo nuevo, el capital financiero es el nombre, que en México comenzó a crecer y a devorar allá por los años 70 del siglo XX. Ernest Mandel hizo en aquellos tiempos un análisis precursor de esa voraz dominación naciente en tierras mexicanas. No fue el único pero sí uno de los más lúcidos.

Hoy la fracción mexicana de ese monstruo sin patria, pero que domina todos los antiguos territorios y naciones: Estados Unidos, Europa, Rusia, China, Vietnam, Medio Oriente, nuestra América entera, opera también desde los paraísos fiscales y ejerce su poder de decisión y de penalización sobre quienes no acaten sus decisiones.

Ese es el monstruo –la hidra, como gustan llamarlo los zapatistas– que ahora se está moviendo desde afuera y desde adentro para preservar su dominación sobre México, todo su imperio financiero, industrial y agrario consolidado en la larga noche de los gobiernos del PRI, el PAN y por fin también el PRD.

Esta secuencia de despojo y represión se desató al menos desde el masivo fraude de las elecciones de 1988, aquel gran robo al pueblo mexicano muchos de cuyos organizadores, autores y beneficiarios todavía no nos han explicado qué pasó y cómo fue. Esa secuencia se prolongó hasta el fatídico Pacto por México entre el PRI, el PAN y el PRD, la privatización del petróleo, la reforma educativa y laboral, la oscura matanza individual y masiva –Nochixtlán, Miroslava Breach, Javier Valdez…–, los secuestros y las desapariciones de mexicanas y mexicanos en lo que va de este siglo XXI.

La cantidad de asesinatos, ejecuciones y agresiones durante esta temporada electoral, las campañas violentas y sucias, los fraudes grandes y pequeños que resultaron inútiles para contener la avalancha popular, no son minucias para ser olvidadas tras la victoria si queremos restablecer paz y democracia. El voto masivo del pueblo de México hoy lo exige.

Limpieza de esos establos, no venganza, es lo que ha prometido el candidato triunfador. Uno de los episodios de esa incesante tragedia del sexenio fue Ayotzinapa. Los informes del Grupo Interdisciplinario de Expertos Internacionales (GIEI) son precisos y no han podido ser desmentidos. Han sido ignorados. Madres y padres, estudiantes y pueblos, siguen esperando una respuesta. En este enlace está el irrefutable segundo informe:

https://www.oas.org/es/cidh/actividades/ giei/giei-informeayotzinapa2.pdf

Sobre todos los poderes –Ejecutivo, Legislativo, Judicial– en la nación y en los estados, pesa la obligación de cumplir esas promesas del presidente electo por abrumadora mayoría, Andrés Manuel López Obrador. Es totalmente comprensible que en esta transición el presidente electo deba guardar cautela y discreción. Pero esa realidad saltará en diciembre a primer plano y bien sabe que tal es la herencia que nos dejan.

* * *

Las primeras decisiones de Andrés Manuel López Obrador anuncian su intención de cambio. Entre otras, abandonar la residencia de Los Pinos, vivir en su domicilio particular, disolver el Estado Mayor Presidencial –lo cual no excluye otras medidas de necesaria protección–, vender el avión presidencial, duplicar la pensión para los adultos mayores y extenderla a los discapacitados, derogar la reforma educativa, rever la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional y sus entretelones –entre ellos, Atenco no se olvida–, estudiar una nueva ubicación.

Ninguna de ellas toca aún el fondo oscuro de estos tiempos de tragedia mexicana. Pero todas proponen una dirección y un camino. Precisarlo no será sencillo. Tendrá oposiciones y contraposiciones adentro y afuera de su gobierno, tratándose Morena de una alianza explícita de visiones, propuestas e intereses diversos.

Una decisión de primera importancia anuncia el presidente electo. Antes de la toma de posesión hará una gira por toda la geografía de la República. Mi sencilla propuesta, que viene de la experiencia de nuestra primera campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 por toda la geografía de la República, es como sigue: anunciar y pedir en cada uno de los lugares, grandes y pequeños, que hombres y mujeres, niñas y niños, escriban cartas a Andrés Manuel López Obrador, que le digan de sus esperanzas, sus necesidades y sus agravios, que lo escriban con su propio estilo y ortografía, que así digan con sus letras su confianza en que serán escuchados y atendidos.

Aquella vez recibimos miles y miles de cartas, muchas de las cuales fueron publicadas por Ediciones Era. Hoy serán muchas, muchas más, pues de ese tamaño es la esperanza y el afán de hablar, escribir y ser oídos. Como en los tiempos de las revoluciones, esto se llama un Memorial de Agravios. Que los pueblos lo escriban y lo digan, que los gobiernos lean, escuchen y respondan a esas ansias.