Opinión
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Elecciones 2018
Es la hora de decidir por México
H

oy se celebrarán en nuestro país las elecciones más importantes y competidas de la historia, tanto por la dimensión alcanzada en todos los órdenes cuanto por el significado que entraña en términos del devenir histórico y de la disyuntiva que está por definirse en unas cuantas horas más.

Esta noche se conocerá la verdad política de la mayoría de los mexicanos: o se vota por un modelo democrático progresista, moderado, pero de avances estables, sustentados, graduales, planeados y programados, responsables y serios, acordes con los cánones actuales que marca la evolución del mundo desarrollado, en medio de la globalización y de la interdependencia imperantes, o se vota por la búsqueda de un cambio de paradigmas –que tiene sus razones por las injusticias y por los desequilibrios lacerantes–, pero que está más a tono con un populismo radical –por cierto en desuso por sus nefastos resultados– y con la rebeldía antisistémica que impera en gran parte del mundo, sustentada en el comprensible hartazgo social generado por la desigualdad, la injusticia, la corrupción, la impunidad, más por los errores del gobierno y del partido en el poder.

Estas lamentables situaciones han lastimado y ofendido a un segmento importante del electorado y se corre el riesgo de que ello pese más que el razonamiento en el momento de sufragar, pues hay un malestar indiscutible en parte de la población, la que no valora los logros y los éxitos de la actual administración, como son las reformas estructurales, la magna obra en infraestructura, el empleo y los avances en salud, educación, el campo y en el combate a la pobreza extrema.

Las opciones que el electorado tiene para hoy, frente a sí, son los proyectos de los candidatos José Antonio Meade, Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Anaya.

Esta misma noche habremos de saber cuál fue la decisión de las mayorías, cuya determinación habrá de respetarse conforme a derecho, con el poder del sufragio y en aras de fortalecer a las instituciones responsables, gane quien gane y siempre bajo el imperio de la ley.

Su majestad el electorado habrá de imponerse de manera mayoritaria y contundente, y nadie más intervendrá ni afectará en el trabajo limpio de más de un millón de personas que colaboraron con el Instituto Nacional Electoral, que garantiza que no hay lugar para el fraude.

En las urnas, en esta ocasión, no solamente se elegirá al próximo presidente de la República, también a gobernadores, alcaldes, regidores, senadores, diputados locales y federales, pero sobre todo se votará por un modelo de desarrollo que significará, en mi opinión, avance o retroceso, estabilidad o inestabilidad, y el tiempo lo dirá.

Sin negar méritos a los contendientes, sin inquinas, odios o fobias, tratando de ser objetivos dentro del atroz subjetivismo que se vive en la política; conociendo muy bien el pensamiento y el carácter de los tres más importantes aspirantes presidenciales y, por el bien de México, yo apuesto por comicios pacíficos y civilizados; por el voto razonado, reflexivo, responsable y útil en favor de quien garantice patriotismo, visión y amor sincero a México, capacidad, seriedad, estabilidad, equilibrio, rectitud, respeto, progreso, honradez y justicia, y de quien, según los lectores y los electores, sea lo mejor para las y los mexicanos.

Sin asumir actitudes sectarias o discriminatorias basta comparar propuestas, trayectorias, desempeños, resultados, conductas y actitudes de los candidatos, y que sea la gente quien examine los pros y los contras.

Dejemos que nuestro pueblo escoja de manera consciente y elija con tranquilidad y con ponderación, sin manipulación y sin presión, sin coraje, sin despecho, sin odios, con simpatía y con afinidad, por supuesto, pero siempre pensando en la grandeza, la justicia y el avance de la democracia.

Seamos justos en el juicio, sobre todo antes de tomar las decisiones políticas tan importantes del día de hoy: propongo que no se culpe de los errores y de las fallas existentes tan señaladas a quien no es culpable. Que no se endilguen los desprestigios del partido político que lo postula a quien no es su militante aunque sea su prestigioso abanderado.

Los tres aspirantes tienen derecho a competir por la posición más importante de la República.

Dejemos entonces que el electorado los evalúe, los compare y elija en libertad y en paz. Pugnemos por que por encima de intereses particulares, de partido o de grupos imperen el interés y el bien de la República. Que así sea.