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Puntos sobre las íes

Recuerdos // empresarios (LXXXI)

C

ontinuamos…

Sí, con los formidables recuerdos de Conchita Cintrón, ahora en su llegada a la Ciudad de los Palacios y que así comenzó:

“Marimbas en la calle Madero, caballistas por Chapultepec, mariachis en los ‘lienzos’ charros y toreritos de escaso tamaño bajo los árboles del Paseo de la Reforma. Coches, ómnibus, luces y movimiento por todos lados.

“Ruy y yo caminábamos por la avenida Juárez. Ambos estábamos algo cansados y la altitud se hacía sentir. Nos habíamos alejado demasiado del hotel.

“–¿Un taxi? –observé tímidamente.

–No –contestó Ruy, decididamente.– Ni taxis, ni cigarrillos.

“–¿Hasta cuándo? –pregunté.

“–Hasta que llegue el dinero.

“No teníamos un céntimo. Claro que hubiera bastado hablarle a Chucho para recibir lo que hiciera falta, pero Ruy había preferido telegrafiar a Lima pidiendo que enviasen los dólares necesarios para liquidar las cuentas.

“Resulta que Chucho, una persona encantadora, era de lo más distraído del mundo. Nos había dicho ‘embarquen’, sin acordarse de que no era época de tientas y de que las vacas, con el calor que hacía, no se podían torear.

“–Pero no importa –había declarado al recibirnos en la estación. Y dirigiéndose, entusiasmado, a Ruy:– ‘¡Cambiaremos el programa: toreará en El Toreo y después se entrenará!’

“Lo de debutar primero y entrenarme después no era muy lógico, pero en nuestra vida no todo obedecía a la lógica.

“–Toreará –afirmaba Chucho.

“Más no había contado con la opinión de la empresa. Ésta, luego de verme, no quiso, ni por decreto, contratarme. No tenía, explicó, ‘aspecto de torera’.

“Así las cosas y nosotros llevábamos tres semanas en México esperando y, entre tanto, se había terminado el dinero.

“Mientras caminábamos vi venir el coche de Solórzano. A su lado reconocí a Carmen, su novia, Esperanzados en que nos dejaran en el hotel, Ruy y yo levantamos la mano. Chucho, convencido que le decíamos adiós, saludó y aceleró.

“Ah –suspiré– con ganas de sentarme en la acera.

“En eso frenó a nuestro lado el imponente coche de Carnicerito de México, que se ofreció a darnos un paseo.

“–Si nos deja en el hotel –dijo Ruy, guiñándome un ojo, de acuerdo–.

“Carnicerito, fuerte ágil y dicharachero, era el vivo retrato de triunfal juventud. No se calló y, con gestos que hacían cintilar su gran anillo, fue mostrándonos la bella capital. Luego, conforme a lo acordado, nos dejó en el hotel. Nunca aprecié tanto andar en coche y Ruy pocas veces habrá saboreado más un cigarrillo que el que le ofreció José González de su plateada pitillera. ¡Felices momentos, en que ignorábamos la tragedia que nos esperaba en el pueblo de Vila Vicosa!

“En la salita del Hotel Imperial, Asunción, hacía solitarios; era miope, pero así veía divinamente.

“–Nada –confirmó Ruy–. Monterito está bien aclimatado y tienes que venir una mañana para ver lo bien que lazan y colean los charros.

“Efectivamente, el Rancho del Charro era un sitio encantador. Recuerdo con nostalgia el son del galope de los cuacos acompañado por el cortante ‘yi-hi-hi-hi’ de sus jinetes, seguido por el silbar de las reatas y el olor a quemado de las monturas al resbalar sobre ellas las ásperas sogas. Los charros lazaban y montaban allí todos los días. A menudo se juntaban curiosos para vernos trabajar los caballos, y en otras ocasiones nos cambiábamos los papeles y éramos nosotros los que observábamos la paciencia con que se entrenaban, haciendo filigranas con las reatas. El señor Viadas, con su enorme bigote y descomunal sombrero, era el encargado del rancho y paseaba de un lado al otro mirándolo todo con interés paternal.

“–¿Y nuestra vida, cómo va? –preguntó Asunción, poniendo las cartas, tranquilamente, en sus debidos lugares.

“¡Qué señora tan maravillosa era Asunción! Muchas veces pensé en hacer lo posible por ser así el día que me casara. Jamás la vi de mal humor y nunca estaba visiblemente preocupada. Ella no creyó en mi como torera y se quedó atónita ante la propuesta que le hizo Ruy de ir a México, pero apenas contestó:

“‘Yo nunca te dije que no a nada’”.

(Continuará)

(AAB)