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Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios (LXXX)

C

onchita:

“Recién llegaron a Guadalajara y, pa’ pronto, faltando una hora para abordar el pullman que los llevaría a México, subieron a un coche para ver algo de La Perla Tapatía.

“–¿Turistas? –preguntó el cochero–, ¿quieren ver mariachis, oír música en Tlaquepaque?

“–Queremos ver la plaza de toros –dije, con la aprobación de Ruy, acomodándome, encantada, en el coche.

“¡Qué sabroso era el lento compás del caballo sobre las calles de Guadalajara! Por todos lados había árboles, jardines y arcos, salpicados aquí y allí de coloridos trajes de charros. ¡Había caballos y música! ¡Qué tierra tan bonita!

“Aquí tienen la plaza –dijo el cochero, apuntando con su látigo hacia unas paredes en lo alto de una estrecha calle–. ¿Han visto las corridas? –preguntó, añadiendo en seguida:– “Aquí toreó Chucho el domingo y estuvo de maravilla. Alternó con Armillita y Balderas.

“Tuve que ahogar el deseo enorme que sentí de gritarle: ‘¡No soy turista ni gringa; ¡soy torera!’

“Miré las paredes, soñando con entrar ahí.

“Hoy me parece un sueño las veces que entré ahí.

“El día 8 de diciembre, día de las Conchitas, toreaba siempre en Guadalajara. Con una emoción inenarrable, hacía el paseo al compás de Las Mañanitas, la tierna melodía con la que los mexicanos festejan a su Virgen, sus madres, novias y hermanas, y mientras mi caballo se elevaba en un paso al compás de la música, desde los tendidos soltaban palomas. Las lágrimas de emoción borraban de mi vista los tendidos cuando daba la vuelta al ruedo –antes de torear–, recibiendo el homenaje más cariñoso que pueda imaginarse. Frente a los cascos de mi jaca caían sombreros y bombones y llovían serpentinas y claveles.

“En esos emocionantes momentos surgía siempre un incidente que siempre me hacía sonreír. Al entrar Asunción al tendido para ocupar su barrera, un espectador de sol gritaba muy alto: ‘Ya llegó mi suegra’. La ovación que le daban incluía una manifestación de cariño hacia nuestra incomparable Asunción. ¡Qué alegría reinaba en aquella plaza!

“Una de las tardes, mi bello caballo blanco Paladino, que hacía unos años preparaba para rejonear en Guadalajara, fue embestido y perseguido por un novillo de La Punta llamado Platero, herrado con el número 3. Al pasar por el terreno húmedo del chiquero, Paladino resbaló y cayó. El toro, debido a la gran velocidad que llevaba, no pudo frenar a tiempo y saltó para librarse del bulto que sobre la arena formábamos mi caballo y yo. El bravo animal se revolvió rápidamente, haciendo por mí. En el preciso momento en que el toro se humilló para herir, el caballo, con un gesto impresionante, levantó la cabeza y apoyando las manos sobre el ruedo me tapó con su pecho. El pitón derecho de Platero se hundió en la blanca piel de mi caballo, tiñéndola de carmesí.

“Al levantarme, vi que Paladino estaba herido de muerte. Quedó enterrado, con mis lágrimas, en el patio de la plaza.

“Un cronista colombiano escribió una leyenda en la que decía que Paladino era un príncipe que pidió a los dioses la mejor manera de servir a la diosa del toreo. Éstos le dieron entonces la forma de un bello caballo blanco para que pudiera defender a la amada del peligro de los toros. Llegó el día trágico, y el príncipe sacrificó su vida por ‘la diosa rubia del toreo’.

***

“Al regresar a nuestro coche de caballos rumbo a la estación, pasamos por una callecita donde trabajaba un artista original. Era el que bordaba con hilo blanco, adornado de oro y plata, los fundones de espadas de toda la torería mexicana. Hechos en cuero trabajado y llevando el nombre del matador bordado sobre la cabeza de un toro, eran preciosos. El mío me lo regaló Eduardo Solórzano, hermano de Chucho, que entonces era novillero. No es un regalo que pueda olvidarse, pues un fundón de espadas recorre el mundo detrás de su dueño.

“A veces se pierden, como aconteció en Mexicali, cuando no se encontraba por ningún lado el precioso fundón. Fuimos al ferrocarril estadunidense (Mexicali es frontera) en el que habían viajado caballos, arreos, espuertas, etc., para preguntar por el fundón. Por fin, con la eficiencia clásica de mis ex paisanos, nos lo entregaron, y para recibirlo tuvimos que firmar un documento declarando que nos habían entregado un ‘instrumento musical’”.

(Continuará)

(AAB)