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Muestra en el Museo Fries de Leeuwarden, Holanda, revela esa faceta del artista

Escher viajero, en su ciudad natal
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Aspectos de la exposición Escher de viaje, que reúne numerosas obras del dibujante holandés pertenecientes a colecciones internacionales, la cual concluirá el 28 de octubre en el Museo FriesFoto Afp
 
Periódico La Jornada
Martes 5 de junio de 2018, p. 8

Leeuwarden.

El artista M.C. Escher fue un trotamundos. Gustaba viajar sobre todo en un lento carguero y llegó a un acuerdo con un armador. A cambio de un par de sus dibujos, éste le permitía ir a bordo y le daba un litro de vino al día.

Ahora el dibujante vuelve a su ciudad natal, la holandesa Leeuwarden, que desde este sábado le dedica una exposición a su faceta de viajero.

Sus viajes lo marcaron, explica Judith Spijksma, responsable de la muestra en una ciudad que este año es Capital Europea de la Cultura. La muestra Escher de viaje, que concluirá el 28 de octubre en el Museo Fries, reúne numerosas obras de colecciones internacionales.

La influencia de Italia se deja sentir en sus realistas trabajos tempranos, pero también en sus posteriores obras maestras de la ilusión, con manos que se dibujan entre ellas, agua que fluye hacia arriba o escaleras sin principio ni fin.

Las enigmáticas obras de Escher (1898-1972), la mayoría en blanco y negro, son fascinantes y a menudo se estampan en camisetas y libros matemáticos. Incluso Mick Jagger quiso en una ocasión que Escher diseñase la portada de un disco de los Rolling Stones. Querido Maurits, escribió el cantante al músico en 1969. Sin embargo, el artista rechazó la oferta, indignado porque no se hubiesen dirigido a él como Estimado señor M.C. Escher.

Italia lo fascinó

Maurits Cornelis era un hombre de alcurnia. Nació hace 120 años en Leeuwarden, en el seno de una familia pudiente que lo proveyó de buena educación. Pero a Mauk, como lo llamaban, no le gustaba estudiar y en cambio se le daba muy bien dibujar. Al terminar el colegio empezó a trabajar en un estudio gráfico y a viajar. Italia le fascinó tanto en su juventud que después vivió en Roma durante muchos años con su esposa Jetta. Iban por las montañas con un burro, explica la comisaria de la exposición, Spijksma.

Escher dibujaba lo que veía: los pueblos pintorescos, las callejuelas llenas de rincones o las escaleras laberínticas mediterráneas. Muy pronto se entusiasmó por los planos y las formas geométricas. Seguramente debería quedarme aquí durante meses para comprender las impetuosas colinas ondeantes y la rica vegetación, escribió el artista en 1921 desde Italia. Escher transformaba meticulosamente los esbozos que hacía durante sus viajes en maravillosos grabados en madera.

También empezó a jugar con los paisajes: tomaba árboles, plantas o edificios de una región y los colocaba en otra totalmente diferente.

Hasta que en 1934 ocurrió algo raro en Naturaleza muerta con espejo. En el espejo del dibujo se esboza un antiguo lugar italiano.

A primera vista todo parece normal, pero entonces el espectador advierte que es imposible. ¿Cómo se le ocurrió? No lo sabemos, reconoce Spijksma. En algún momento se dio cuenta de que podía crear cosas sobre el papel que son imposibles en la realidad. Y siguió haciéndolo.

El Museo Fries ha creado un magnífico mundo prodigioso en esta exposición. La iluminación hace que el visitante prácticamente quede atrapado en los misteriosos mundos mediterráneos de Escher. En 1936 la familia abandonó Italia para alejarse del fascismo y se instaló en Suiza, el país de Jetta. Pero a Escher no le interesaba el paisaje suizo, ni el de su natal Holanda.

De nuevo se lanzó a viajar, acompañado por su esposa. La visita que hizo en 1936 a la Alhambra de Granada, en España, fue clave para él.

La decoración andalusí lo inspiró para desarrollar sus propios motivos en los que animales y superficies se superponen. Durante la Segunda Guerra Mundial volvió a regañadientes a Holanda.

Allí creó mundos cada vez más complejos, intentando recrear lo infinito con incontables repeticiones. Era el nuevo Escher, que se convirtió en intérprete de sus obras y mantuvo una fluida correspondencia con matemáticos. Cuando buscaba tranquilidad se embarcaba en un viaje. A ser posible en el barco carguero, cuanto más largo y monótono mejor. Como si quisiera viajar hacia lo infinito.