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El enemigo del sexenio
E

l primero de diciembre de 2012, el movimiento juvenil YoSoy132 se manifestó en contra de la toma de protesta como presidente de México de Enrique Peña Nieto. Recordemos que, durante más de siete meses, dicho movimiento hizo de Peña Nieto su principal adversario político: lo caracterizó como el candidato de Televisa y lo acusó de representar una regresión autoritaria. La manifestación, en la que también participaron pobladores de San Salvador Atenco e integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, fue reprimida: 20 personas resultaron heridas, entre ellas Juan Francisco Kuykendall, quien falleció meses después a consecuencia de las lesiones. También se registró la detención de 96 personas, la mayoría jóvenes. Ese primero de diciembre comenzó un sexenio marcado por el autoritarismo y la represión, uno en el que las juventudes, junto a los maestros, se convirtieron en el enemigo público no declarado del sistema.

En diciembre de 2013 entró en vigor el alza en el precio del boleto del Metro en CDMX, medida que despertó el rechazo social por medio del movimiento PosMeSalto. De composición principalmente juvenil, el PosMeSalto tomó las entradas de diferentes estaciones del Metro y permitió que la gente accediera de forma gratuita al servicio. Como respuesta, la policía capitalina detuvo a algunos jóvenes, estrategia que fue acompañada con la criminalización mediática del movimiento. Con informes policiacos disfrazados de periodismo de investigación, medios de comunicación y periodistas afines al régimen proporcionaron datos privados de determinados activistas, así como mapeos de las redes de personas y organizaciones que participaron de las tomas. El caso más alarmante fue la vinculación de activistas mexicanos con el Passe Libre, un movimiento brasileño con coincidencias con el PosMeSalto. La fórmula mediática de atribuir participación y asesoría extranjera en los movimientos locales era retomada.

La criminalización y represión de las juventudes movilizadas encontró su máxima expresión el 26 de septiembre 2014, cuando policías locales, miembros del Ejército e integrantes del crimen organizado participaron de la detención y desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. Recordemos que estos jóvenes participaban de acciones para acudir a la conmemoración anual de los hechos del 2 de octubre de 1968.

Un año después, el 31 de julio de 2015, el terror volvió a plantarnos rostro. En un hogar de la colonia Narvarte, en CDMX, cinco personas fueron asesinadas, entre ellas la promotora cultural Nadia Vera y el fotoperiodista Rubén Espinoza. Nadia había participado en el YoSoy132, contexto en el que conoció a Rubén. Ambos salieron de Xalapa por las amenazas que el gobernador Javier Duarte emprendió contra el movimiento en esa ciudad.

Las violencias contra las juventudes en el sexenio de Peña Nieto tienen diferentes expresiones. Los feminicidios, por ejemplo, se perpetran mayoritariamente contra mujeres jóvenes. Desde luego este último es un problema que implica viciadas estructuras sociales en las que cotidianamente se reproduce la dominación masculina. Sin embargo, también es cierto que la política de Estado frente a estos crímenes es insuficiente, al tiempo que se reproducen formas machistas que criminalizan y revictimizan a las mujeres. Ejemplo de esta situación es el feminicidio de Lesvy Berlín Osorio, crimen que fue dictaminado como suicidio y que se vinculó con problemas de drogas. Hoy, gracias a la incansable lucha de su madre, Araceli Osorio, el caso de Lesvy se investiga como feminicidio.

Lo sucedido con los tres estudiantes de Guadalajara, Salomón Aceves, Jesús Daniel Díaz y Marco Ávalos, volvió a evidenciar el riesgo de ser joven en México, un país en el que se aprende geografía por medio de la tragedia y en el que los números nos hacen recordar masacres, desapariciones y fosas clandestinas.

Ahora que se aproximan las elecciones, candidatos y candidatas disputan el voto joven, que representa 30 por ciento del listado nominal. Crean discursos y modifican sus imágenes para aparentar ser personas frescas y joviales. Se rodean de asesores de comunicación que les ayudan a adoptar formas que el mercado impone como exitosas entre la población juvenil. Atrás quedaron los proyectos de nación, lo de hoy es ganar followers y acumular likes. Sumergidos en la banalidad de lo virtual, se olvidan que las y los jóvenes son diariamente asesinados y desaparecidos.

Candidatos y candidatas de todos los partidos, y también los que se dicen independientes, buscan el voto joven, pero no dicen qué harán con los responsables de que 31 mil 552 personas de entre 15 a 29 años hayan sido asesinadas de 2013 a 2016. Tampoco dicen cómo van a encontrar a las 13 mil 566 personas desaparecidas de entre 15 y 29 años, de 2007 a la fecha. No dicen nada porque en la mayoría de los casos respetarán el pacto de impunidad.

Con violencia directa o estructural, las juventudes en México enfrentan un sexenio de terror con Peña Nieto. Sin embargo, amplios sectores de esas juventudes no dejaron de movilizarse en este periodo. Unas veces como actores protagónicos y otras como solidarios, el movimiento estudiantil y juvenil abarrotó en varias ocasiones el Zócalo capitalino y hasta provocó ajustes en el gabinete presidencial.

Las grietas que causaron las juventudes en el régimen fueron profundas. De hecho, hay quienes hoy sacan provecho de esos pequeños triunfos, los venden como propios y negocian su integración a la clase política. Cooptación y represión son estrategias desmovilizadoras del sistema.

Durante las movilizaciones de 2014 podía leerse recurrentemente la consigna Nos han quitado tanto, que nos quitaron el miedo. Es verdad. A esa nueva generación política forjada en medio del terror, le quitaron el miedo, y cuando uno pierde el miedo, lo que sigue es la esperanza.

*Sociologo