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La mentira como arma de combate electoral, otra forma de fraude

¿E

n la guerra electoral todo se vale? Engañar al electorado haciendo aparecer fenómenos, eventos o circunstancias que no son reales, con la pretensión de convertir ese engaño en un vehículo para que las personas retiren su apoyo a cierto candidato o decidan sumar su voluntad a otro es una manera sutil de fraude electoral. La mentira como forma de configurar las preferencias electorales. Manipulación. Así como el reparto de dádivas anula la voluntad del ciudadano, la difusión de mentiras y falacias tiene como finalidad lo mismo: pervertir la voluntad libre del ciudadano, de modo que aquélla resulta defraudada.

Se debería tipificar como delito de defraudación de la libertad del electorado la difusión intencional de mentiras con el objetivo de alterar ilegítimamente la voluntad de los ciudadanos. Las noticias falsas que circulan en las redes ya son todo un acontecimiento, pero ahora, en época electoral, las notas quiméricas se propalan delante de todo mundo. Con ellas se difama a una figura pública, se mancha una trayectoria política o se altera la percepción de una gestión pública. El árbitro electoral puede perfectamente verificar lo dicho, y en caso de incurrir en abierta falsificación, imponer una amonestación al mentiroso. Si la autoridad no toma cartas en el asunto, estará contribuyendo a la impunidad en esa falta. Una manera en que el INE podría actuar es con un acuerdo de su Consejo General.

Otras prácticas menos fraudulentas, pero también con impacto, son las omisiones, las falacias y los razonamientos simplistas. Esta gama de eventos comunicativos es diferente a la mentira abierta, pero también debe haber forma de exhibirlos. Mientras eso se discute en los ámbitos de autoridad, debe haber vigilancia de la sociedad civil que ponga en evidencia a los mentirosos para que reciban el mejor castigo que existe: la condena ciudadana y el abandono de los votantes.