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Mundo extraño es la obra más reciente del escritor madrileño José Ovejero, publicada por Páginas de Espuma

Falso virtuosismo reviste a la censura
Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 8 de abril de 2018, p. 2

Madrid.

El narrador José Ovejero (Madrid, 1958) escribe siempre desde la crueldad que permite sacudir la moral y las costumbres; desde la incomodidad que provoca escuchar historias inquietantes que remueven los cimientos del individuo.

Así ha sido siempre en sus obras, en las que subvierte la mirada, cuestiona los cánones, se transige en el tabú. Su reciente libro de cuentos, Mundo extraño (Páginas de Espuma) es una recopilación de historias absurdas, disparatadas, que hurgan en la esencia de las cosas porque, considera, el arte sirve para indagar en las zonas oscuras del individuo, de la sociedad.

Ovejero es autor de libros y ganador de premios como el Anagrama de Ensayo de 2012, por La ética de la crueldad, o el Alfaguara de Novela en 2013, por La invención del amor.

En charla con La Jornada el también poeta y ensayista advierte el falso virtuosismo con el que se reviste la nueva censura en la actualidad, con la que buscan llevarnos a un mundo en el que otros decidan lo que podemos ver y lo que no.

Extrañeza un poco absurda

–¿Los cuentos de Mundo extraño articulan un proyecto?

–Siempre que escribo un libro de cuentos es un proyecto. No es que sume todos los relatos que he escrito en cinco años y lo publique, sino que empiezo a dar vueltas a un tema o a una manera de mirar. Éste tiene que ver con una determinada atmósfera, lo que pasa es que se ha ido formando durante los años recientes.

Siempre había escrito cuentos de corte realista y tenía ganas de hacer otra cosa, pero no veía cómo hasta que me senté y puse a escribir el libro alrededor de esa sensación de extrañeza un poco absurda.

–¿Esa mirada absurda, con un toque surrealista, es de alguna manera el hilo conductor?

–Sí, y que luego se va entrelazando con cuentos más realistas. Hay un par, al menos, que son más realistas aunque también tengan ese humor y sensación de extrañeza. Lo que hacía era unir esas dos tendencias: la realista y la disparatada.

–Los finales de los cuentos se quedan muy abiertos, pero ¿cuéntenos por qué?

–Hay dos tipos de cuentos: los de final abierto y los de final cerrado. Durante años ha predominado los primeros con sorpresa, tipo Cortázar, que se ha imitado mucho. El otro modelo, quizá más americano, de Carver, es en el que pasan cosas pero no se cierran. Me interesan los dos, pues cada uno ofrece algo distinto, y el final cerrado con sorpresa puede llegar a ser muy banal o ser una sorpresa que haga repensar las cosas.

–Una de sus motivaciones para escribir es sacudir, remover al lector.

–Sí, creo que es una buena relación con el lector. Que se remueve, que se plantee cosas, como quién es y qué relación tiene con esas historias, con el mundo o con la realidad. Es una forma de enfrentarse a nuestros hábitos de pensamiento, a los prejuicios, a la moral... Me gusta hacer una literatura que nos confronte, nos haga reflexionar, incluso que provoque al lector.

–¿Cree que el mundo se ha vuelto excesivamente confortable y resulta aún más arriesgado remover, provocar, incomodar al lector con cuestionamientos a su propia vida?

–Sí, nos hemos vuelto confortables. O quizá lo hemos sido siempre, no lo sé. Hay lectores que rechazan mis libros por lo mismo que las personas repiten mil veces que no van al cine a pensar, sino a que los entretengan.

“Soy el tipo de escritor que no sólo entretiene, sino que podríamos decir que ejerzo cierta crueldad con el lector, pero no hablo de violencia, sino que rompe tus certidumbres, te confronta con la realidad, con que no te duerman con cuentos, con lo efímero de nuestra realidad. Es un concepto que habla de una crueldad ética, que no es puro espectáculo y que en mi caso tiene humor. No lo puedo evitar y siempre me sale un humor un poco negro.

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José Ovejero (Madrid, 1958)Foto © Lisbeth Salas
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Portada del libro

El humor surge de una manera de mirar la realidad. Es como los espejos cóncavos y convexos, que los miramos y vemos nuestra figura deformada y la deformación puede producir lo grotesco, el horror o el humor. O las dos cosas a la vez. Y si nos reímos o nos asusta es que nos reconocemos porque de repente vemos cosas que al exagerarlas adquieren otro peso y otro significado.

Libertad para jugar

–Con este libro se respiran soltura, libertad narrativa y de estilo...

–Es quizá en el que me he sentido más libre. Diría que antes mis cuentos eran más canónicos y siempre sabía qué se esperaba de ellos. Es interesante porque siempre se habla del cuento como un territorio de investigación, pero luego hay un montón de decálogos de cómo tiene que ser un relato.

Si es un territorio de experimentación creo que hay libertad para jugar, para prescindir de ideas canónicas, divertirse y utilizar todos los formatos posibles. Siento que escribo con enorme libertad y eso es muy estimulante. Permite llegar a otro de tipo de verdades, buscar la esencia de las cosas.

–Uno de los cuentos del libro me recordó un cuadro de Balthus y la persecución a que está sujeto ahora por depravado o pedófilo. ¿Cree usted que en el arte la nueva moralidad está imponiendo una novedosa forma de censura?

–Me parece tremendamente peligroso que empecemos a censurar el arte. Cualquier persona tiene derecho a despreciar, aborrecer una obra por su contenido o por lo que cree es su contenido. Entiendo que alguien diga yo no quiero ver un cuadro de Balthus, porque me parece que es un pedófilo encubierto. Pero el paso siguiente, que es decir yo no quiero que nadie vea un cuadro de Balthus, eso me parece muy peligroso y es lo que sucede. Lo mismo ocurre con obras de arte que incorporan imágenes religiosas y alguien puede pensar que, como se trata con respeto, se censura.

Una de las funciones del arte es develar lo que una sociedad oculta. El hecho de que ocultes una supuesta obra, porque hay pederastia no significa que vaya a desaparecer de la sociedad. Al contrario, el arte está para indagar en las zonas oscuras del individuo, de las sociedades, de lo que reprimimos. Quitar eso produce el efecto contrario, un aumento de la represión, de la perversión.

Evitar que nos traten como niños

–Es un fenómeno que también alcanza al mundo editorial, como acaba de ocurrir en Francia, con la prohibición a Galimard de publicar textos antisemitas de Céline...

–Me parece tremendo. Otra cosa es cómo acompañas esos textos. Si los publicas con un manifiesto antisemita entendería que sea un escándalo, pero si no es así estamos eliminando el conocimiento y es un acto premeditado que pretende infatilizarnos aún más de lo que ya se nos infantiliza. Es allá adonde vamos, a que unos individuos nos traten como niños y decididan qué se puede ver, qué se puede leer y lo que no.

–Con la complejidad añadida de que el magma censor es amorfo y sin cara. Está en todas partes.

–Sí, es una suerte de linchamiento que va con una especie de moda de lo que se puede decir y lo que no. Si fuera víctima de algo así creo que seguiría publicando mis textos y me daría igual que pensaran que soy pedófilo o asesino.

Es como la propuesta que leí de un premio de novela negra que en sus bases dispone que en las historias no puede haber violaciones ni maltrato a mujeres. Y ya puestos hagamos novela negra sin asesinatos porque atenta contra los derechos humanos. Es algo tan absurdo intentar esa limitación moral de lo que se puede expresar mediante el arte y es tan lejano a lo que somos. Además de que esa persecución ideológica casi de orden religioso está revestida de un falso virtuosismo. Ahora la sociedad civil se ha convertido en organismo censor.