Opinión
Ver día anteriorDomingo 25 de marzo de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De la A al emoji
D

esde que me volví platicadora, he tenido que padecer una que otra incomodidad que antes, durante mi larga época de silente, no experimentaba. Ahora suelto impertinencias, bromas que mi interlocutor no capta o, en casos aislados, que le parecen suficientemente buenas como para que, cuando a su vez se las juega a otro, las hace pasar por propias, o que, cuando de plano son incluso más que apenas buenas, se las atribuye a algún amigo ingenioso, conocido y reconocido, y sólo porque sabe que, de presumir que eran de autoría propia, nadie le creería. Pero esto no es lo único a lo que me expongo desde que rompí el silencio (la prudencia, la discreción) y entré inconsciente y abruptamente al animado cuando no ajetreado, bullicioso y atropellado mundo de la plática, el comentario, incluso de la comunicación espontánea, que aunque sea casual, intrascendente y trivial, esa que ahora me es tan fácil entablar con el parroquiano en la mesa de al lado del café, o quizás hasta con alguna amistad con la que me topo después de años de no vernos. Bueno, en esta última circunstancia me sucede algo todavía peor, pues entonces la lengua se me suelta aún más y no hay nadie ni nada que me detenga. El impulso de comunicarme de forma excesiva, acaparadora, responde, es evidente, a las décadas y décadas en las que no hablé, pero comprendo muy bien, tras la profusión de mis excesos, que mi interlocutor así invadido a su vez no sólo no comprenda mis razones para expresarme a este exuberante grado, y sin duda tampoco tenga por qué, sino que, de paso y con razón, simplemente no quiera volver a verme y ni siquiera volver a saber de mí el resto de sus días. A todo esto, que padezco entre indefensa, sorprendida, desconcertada y, las más de las veces, incluso culposa y arrepentida, lo que más lamento es que mi plática no llegue nunca a ser nada más que eso, apenas eso, plática, y nunca, o casi nunca, una verdadera conversación.

En parte debido a verme hundida y enredada en semejante, incontrolable palabrerío he encontrado sosiego y hasta consuelo en el lenguaje de los emojis, como lo llaman. Yo no me animo, y no sé si lograré animarme, a sustituirlo por el de la palabra en los mensajes y correspondencia donde ya son de uso común, pero en cambio me entretengo enormemente en expresar, en palabras más o menos ordinarias, o más o menos sofisticadas, pero sólo para mis adentros, qué quiso transmitirme exactamente, con cada una de estas imágenes, el interlocutor que me las manda. Traducir la imagen en lenguaje escrito se ha convertido en una práctica en la que me ocupo no únicamente a solas sino, por fortuna, en silencio. Y el adiestramiento ha sido tan beneficioso para mí que ha reavivado mi consulta de todo tipo de diccionarios, de todo tipo de reglas y principios gramaticales que, antes, parecía no tener tanta necesidad de confirmar como ahora.

Confieso que este nuevo adiestramiento en el que me he embarcado, al contrario de lo que parecería, y ya sea que me reintegre o no al silencio o que acabe de matar en mí o no mi nueva propensión a platicar, en cambio, como que me ha aislado de la gente, pues supongo que a nadie le gusta, tampoco, que, en esos mensajes casuales con los que hoy todos nos comunicamos, yo siga comunicándome solamente con palabras. Y no quiero sentirme ni mucho menos estar alejada de los demás. Quiero no sólo animarme a valerme de los emojis para comunicarme con los demás, para no aislarme, para no perder el contacto con la gente que recurre con naturalidad a este nuevo lenguaje, sino que quiero, o al menos querría, contribuir de algún modo a enriquecerlo.

Por ejemplo, podría hacer un diccionario de emojis, con la imagen de cada emoji seguida de una definición en palabras de lo que cada emoji expresa con toda exactitud. Bueno, y animada de esta manera a hacer todo lo que estuviera en mí para incorporarme a la forma actual de comunicación a través de mensajes, para no quedarme fuera del presente, para liberarme del lenguaje y las formas del pasado así como de sus herramientas, quizá me anime incluso a idear imágenes que representen más respuestas y estados de ánimo de los que se expresan a través de los emojis. Aunque ante esta última entusiasta y buena intención mía me vea obligada a rectificar, pues, ay, no olvido la ocasión en la que pretendí dibujar un perro y lo que mi habilidad rindió fue una pistola.