Opinión
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Desde el Otro Lado

Guerra de aranceles

L

a guerra comercial comenzó con el anuncio del presidente Donald Trump de imponer aranceles a las importaciones de acero y aluminio de 25 y 10 por ciento, respectivamente. Muy pocos fueron los que festejaron el anuncio, entre ellos los productores de acero y aluminio de Estados Unidos por la protección que se les concede frente a la competencia de las industrias que exportan esos productos a dicho país. La respuesta más contundente llegó de la bolsa de valores, que sufrió una caída temporal de 500 puntos. Fue reacción a una decisión que, en primer término, rebotará en el encarecimiento de todos los productos que utilizan acero y aluminio como insumos.

La falta de información sobre la estrategia y detalles detrás de la decisión crearon incertidumbre dentro y fuera de Estados Unidos. Por lo pronto, en el plano externo, China, Canadá y la Unión Europea la han rechazado y amenazado con represalias que incluyen el incremento en los aranceles de los productos estadunidenses, el levantamiento de severos obstáculos a las inversiones de aquel país y la suspensión en la venta de insumos que son indispensables a la industria estadunidense. En el caso de Canadá y México, el asunto es particularmente delicado debido a que pudiera poner en grave peligro el ciclo de negociaciones que los funcionarios de las tres naciones llevan a cabo para poner al día el TLCAN.

En el plano doméstico, integrantes de la mayoría de los sectores económicos, en especial los del Partido Republicano, han advertido a Trump que su decisión va en contra de la libertad de intercambio comercial, tan cara a ese partido. A su irresponsable declaración, en la que ponderó las guerras comerciales como benéficas y fáciles de ganar, diversos especialistas le respondieron que una de las consecuencias sería el rompimiento de las cadenas de abastecimiento de la industria estadunidense, lo que detonaría una nueva crisis económica. Su demagógica promesa de campaña a los trabajadores y empresarios de la industria del acero, de la que se beneficiarían si acaso 140 mil personas, se revertiría causando un colapso en la producción industrial y un sensible aumento en el desempleo en momentos en que el país ha empezado a recuperarse de la que explotó en 2008.

El partido demócrata y los sindicatos se convirtieron en extraños compañeros de viaje del presidente al aplaudir su decisión con el supuesto de que sus afiliados se beneficiarán de ella.