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El problema cuando la solución es el problema
L

a pregunta relevante es por dónde empezamos la reparación. No es que se haya dañado una pieza fácilmente sustituible, menos que la pieza dañada no se encuentre en el mercado. Ojalá sólo fuera que la máquina esté completamente deteriorada. Realmente se han dañado los mecanismos que permitían que la máquina funcionara y que podrían permitirle desempeñarse de otra manera.

La confianza. Uno de estos dos mecanismos es la dotación mínima de confianza entre los ciudadanos y sus gobiernos y entre los ciudadanos mismos, que constituye el lubricante para que la maquinaria funcione. Por medio de diversas encuestas y análisis de opinión se constata la baja confianza ciudadana y en continua caída con respecto a casi todas las instituciones en al menos los últimos 10 años.

La intermediación. El otro tipo de mecanismo es el que desempeña la función de agregación de intereses, que conducen a la representación política mediante la cual se expresan demandas y propuestas. Nuestro país transitó de un régimen autoritario con inclusión desigual a partir de mecanismos corporativos de representación a otro donde esa intermediación política recayó en el sistema de partidos. En ambos casos, hay que decirlo, esa representación expresaba a la parte de la sociedad organizada –bastante minoritaria.

Cuchos y chuecos. El hecho es que ambas formas de intermediación están severamente dañadas. Una porque el corporativismo se fragmentó y perdió en mucho su capacidad para influir en las decisiones políticas. Otra, porque generó un sistema de partidos sustentado en vetos cruzados y pactos de colusión. El daño mayor es que estos mecanismos de intermediación agregan menos intereses en la medida que se vuelven excluyentes y son incapaces de detectar los humores sociales. La máquina camina sin rumbo.

Encuestas e inercia. Los argumentos que consideran que al final habrá dos candidatos se sustentan en las tendencias que revelan las encuestas y, por otro lado, la inercia. Las encuestas sabemos que expresan una fotografía, aunque la fotografía actual es consistente –al menos desde que se conocen el nombre de los tres candidatos principales– en situar a AMLO a la cabeza, a Anaya en segundo y a Meade en tercero , aunque el orden de los dos últimos tiene lecturas diferentes. En cambio sí influyen, y de manera decisiva, en las tácticas que se siguen en el momento actual y que conducen a la guerra sucia para supuestamente tumbar a uno de los dos candidatos que disputan –conforme a esta visión– el voto antiAMLO.

Es entre tres. A diferencia de las anteriores elecciones, la de 2018 no desembocará en una competencia entre dos. Dos razones para considerar esta conjetura. El voto está fuertemente fragmentado en una sociedad también fragmentada. Los mecanismos de intermediación política están azolvados y en consecuencia los signos que podrían orientar al voto útil son más precarios y menos creíbles para los electores.

Por otra parte, lo que se observa en las tres coaliciones además del obvio deseo de ganar, es un profundo instinto de supervivencia que no se consuela con el típico argumento en democracia: pierdo ahora, pero puedo ganar mañana. El mañana parece no existir para cualquiera de las dos coaliciones que perderán en las presidenciales.

Es probable que el sistema de partidos, como lo conocimos desde 1997 y aún en la precuela de 2018, quedará deslavado y debilitado. Y el Congreso expresará una mayor fragmentación, dificultando aún más la gobernabilidad.

Fortalecer al Estado. El Estado de los poderes fácticos, transporta un sistema de partidos quebrado y un poder de estado fragmentado. Se debe buscar por tanto restablecer el poder del Estado limitando y restringiendo a los poderes fácticos. ¿Qué coalición puede lograr eso con menos cosotos y más consensos? Esta es, creo, la esencia de las narrativas que se confrontaran en estas elecciones.

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