Opinión
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Con el pretexto del postexto
S

i le hemos de creer a Fahrad Manjoo, comentarista de tecnología en New York Times, los días del texto, es decir, de la escritura, están contados. Así de simple. Podemos deducir que su disolución será paulatina, desaparecerá cuando lo haga el último humano capaz de leerlo. Pero Manjoo lo considera inexorable y ofrece ejemplos de innovaciones digitales que lo respaldan. Nos recuerda que cuando nació Internet, las computadoras sólo leían texto, poseían sus propios idiomas o lenguajes. Pero ya hace rato que dotamos las máquinas de ojos y oídos.

De por sí la humanidad tiene una tendencia innata al analfabetismo. Sólo después de mucho esfuerzo de padres y maestros, uno aprende a vérselas con un texto y es capaz de escribir lo que piensa y percibe, o la información que le enseñaron en la escuela. Aunque hay sociedades lectoras (Cuba, Islandia, Argentina, Japón, Francia, Inglaterra, Rusia), predominan las que, en términos demográficos, leen poco. México, tras casi un siglo de cruzadas y campañas de alfabetización, mantiene un rezago vergonzoso; sobre todo si consideramos el muy extendido analfabetismo funcional, que aqueja incluso a personas con bachillerato o equivalente. No le negaremos crédito a Televisa en este logro. En un país de 120 millones, apenas cientos de miles leen el periódico.

Hay ahora en México más escritores (narradores, poetas, periodistas, comentaristas, autoayudadores) y se publican más títulos nuevos que nunca. ¿Crece el número de lectores o sufrimos un espejismo? Por lo pronto, sí que vivimos universos paralelos. Algunos leen, el resto no. La tecnología diversificó las posibilidades de lectura y difusión de la escritura. Al inició del e-mail parecían volver los siglos gloriosos de la relación epistolar, tan decimonónica. La gente otra vez se escribía cartas. Pronto vimos que no era igual. La inmediatez no trajo espontaneidad sino impaciencia, prisa y descuido. El género epistolar pronto cayó en la pobreza absoluta.

En tanto estallaron los buscadores y su capacidad para encontrar y digerir textos. Por unos cuantos años, la prosa pareció heredar el mundo. Su reinado no duró. La prosa internaútica y celular pasó de híper a antitextual, su léxico se encoge aceleradamente y sucumbe al pensamiento-video de los juegos y el espectáculo. Bien editada, la fantasía domina, podemos dudar de la realidad. Quizás lo que vemos y sabemos es alucinación, o una aplicación de millonésima generación que llega del futuro. Qué es la vida si no un sueño, ¿no?

En dos décadas prodigiosas aprendimos abreviaturas y signos preverbales que desembocaron en el increíble y proliferante código emoji, más abundante que las palabras de cualquier idioma. Estampita mata palabra, uniforma emociones y facilita las cosas. Un smiley siempre ayuda. Evolucionó la telefonía, nacieron las redes sociales, las aplicaciones. Los recursos digitales más sofisticados se pusieron en manos de las masas, que los adoptaron para sus actividades favoritas: el entretenimiento y el consumo. Amablemente, la tecnología eliminó los obstáculos de la enfadosa lectura y multiplicó las posibilidades de grabar y compartir fotos, videos y audios en tiempo real. Se lee poco, se analiza menos, se reacciona más. El cerebro migró a la punta de los dedos.

Volviendo a Manjoo, éste apunta a la cuestión más básica: cómo las fotos y los sonidos alteran nuestra manera de pensar. Sugiere que un sistema de información dominado por las imágenes y los sonidos da prioridad a las emociones por encima de la racionalidad. Estamos en un mundo “donde los eslóganes y los memes tienen más poder de adhesión que los argumentos” (Bienvenidos al futuro postexto, NYT, 13/2/18). 

Con evidente enfado ante la pasividad con que las masas abrazan las nuevas tecnologías para entretenerse, obedecer, inmovilizarse, ceder la voluntad, dejarse vigilar y ser controlado, Fernando Navarro escribe que si seguimos permitiendo que el entretenimiento vacío modele nuestras conciencias, terminará destruyéndonos. Su objetivo, añade, es crear una sociedad de hombres y mujeres que abandonen los ideales y aspiraciones que los hacen rebeldes, para conformarse con la satisfacción de unas necesidades inducidas por los intereses de las élites dominantes. Quedamos despojados de personalidad, convertidos en animales vegetativos, siendo desactivada por completo la vieja idea de luchar contra la opresión. Atomizadas en un enjambre de egoístas desenfrenados, las personas quedan solas y desvinculadas entre ellas... absortas en la exaltación de sí mismas (http://cuartaposicionblog.wordpress.com/ 2017/12/01/la-idiotizacion-de-la- sociedad-como-estrategia-de-dominacion/).