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Toros

Continuó el desfile de mansos en la Plaza México, ahora de Jaral de Peñas

Veloz oreja de Sebastián Castella en otra kilométrica y tediosa tarde

En la penúltima corrida, la nueva empresa tampoco supo cómo complacer al público

 
Periódico La Jornada
Martes 6 de febrero de 2018, p. a30

A los ganaderos mexicanos de bravo les pasa como a los políticos y funcionarios, poco o nada les lucen sus esfuerzos y afanes de servicio. El problema de fondo parece tener un origen similar: la pasividad tanto de la ciudadanía como del público aficionado, incapaces de exigir resultados acordes con lo prometido o anunciado. ¿Qué recibe la gente en la plaza por lo que paga? ¿Qué recibe la gente por sus impuestos?

Muy difícil entonces la tienen quienes hablan de una fiesta brava sin bravura y quienes hablan de democracia sin logros. Causas se pueden invocar muchas; los pobres o nulos resultados son evidentes.

Para la decimocuarta corrida de la temporada grande en la Plaza México y segunda del 72 aniversario de la inauguración del coso, la nueva empresa diseñó otro cartel desalmado con cuatro toreros y ocho toros, ahora de Jaral de Peñas, encaste español Domecq, muy bien presentados y mejor armados, prevaleciendo el pelaje castaño. Reses cuya presencia hacía abrigar esperanzas de que contribuyeran no a la diversión, sino a la emoción que entraña el encuentro entre inteligencia y bravura. Pero no hay inteligencia torera que luzca ante la mansedumbre, la sosería y la debilidad, como ocurrió con los ocho ejemplares lidiados ayer.

Partieron plaza Jerónimo (40 años de edad, 18 de alternativa y 15 corridas toreadas en los pasados 13 meses), el franco-español Sebastián Castella (34, 17 y la friolera de 72 tardes en ese lapso, al que la nueva empresa le firmó un contrato por 30 corridas), Joselito Adame (28, 10 años de matador y 46 festejos) y el joven peruano Andrés Roca Rey (21, dos años de matador y 71 corridas toreadas entre ambos continentes). La plaza registró una mejor entrada que el día anterior con el predecible mano a mano entre El Juli y Sergio Flores; había interés por volver a ver la emotiva tauromaquia de Jerónimo, la entrega de Roca Rey y el oficio cartesiano de Castella y el mayor de los Adame.

Pero poco o nada pudo ver la gente, ya que los toreros se toparon con reses cuyas condiciones, en el mejor de los casos, exigían una lidia menos convencional, que derechazos y naturales; faenas breves de aliño, de doblones y muletazos de pitón a pitón, precisos y elegantes, de preparación de esas embestidas renuentes y bruscas para la suerte suprema, lo que hubiera reducido el tedioso festejo a la mitad de su duración, que fue de tres horas y media, como si las intensidades pudieran dar para tanto.

Por cierto, de los 18 toros que salieron por toriles en ambos festejos de conmemoración, no más de cuatro recargaron en el peto-muralla, mientras el resto recibía su respectivo pujal o puyazo fugaz en forma de ojal. O la puya que se usa en esta plaza es demasiado grande o la bravura de las reses adquiridas es demasiado poca, por lo cual los dueños del pandero deberían sentarse a revisar si tiene caso este remedo de la otrora emocionante suerte de varas.

Jerónimo está renovado, en actitud y aptitud, y su juego de brazos con el capote es privilegio de unos cuantos. Con su primero, rajado y geniudo, logró meterlo en meritorios muletazos en tablas, intercalando detalles y adornos de buen gusto. Dejó una estocada en lo alto y en una plaza más seria habría dado la vuelta al ruedo. En el mismo tenor anduvo con su segundo, de juego más deslucido aún.

Sebastián Castella supo aprovechar al mejorcito del encierro y desplegó los recursos que da tamaño rodaje, cobró una estocada caída y trasera que no fue obstáculo para que el juez Jesús Morales, presto, soltara la oreja. Su segundo se rompió el pitón desde la cepa, fuera por el encontronazo en el caballo o porque ya lo traía sentido. El sustituto permitió un buen par a Gustavo Campos.

José Adame corrió con la misma suerte que sus compañeros, pero con una desventaja más: su falta de sello, por lo cual sus faenas resultaron doblemente aburridas. Y Roca Rey, triunfador en todas las plazas excepto en la Plaza México, donde no le ha salido un toro bravo, estuvo como suele estar: entregado, quieto y siempre cerca, sin mayores resultados.

Habrá que leer el libro sobre Iván Fandiño escrito por su apoderado Néstor García, donde exhibe las marrullerías, ventajas y vetos del mandoncito Juli y de otros como él.