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Mar de Historias

Compañero

E

l ruido de la aspiradora le indica a Zaira que su ayudante, Mary, está haciendo limpieza profunda en su cuarto en vez de sólo barrerlo y sacudirlo por encimita. Deja las bolsas de comestibles en la mesa de la cocina y se acomoda en una silla. Caminar del mercado a la casa la fatigó. Eso le recuerda lo que decía su madre: Las escaleras han crecido, ¿o crees que estoy perdiendo fuerzas? Consciente de cuál era la respuesta anhelada, Zaira mentía: ¡No lo creo. Cada mañana te ves más fuerte! Acabarás enterrándonos a todos.

A ella no hay quien le diga que su cansancio es producto de la imaginación, ni siquiera Mary. Acude a su casa martes y viernes para hacer limpieza, lavar su ropa y prepararle algunos guisados caldosos fáciles de servir.

II

A Zaira le complace ver su cuarto ordenado, con la ventana abierta, por donde entra una luz alegre y nítida. Al sentirla llegar, Mary la observa a través del espejo que abrillanta: ¿Cómo le fue en el mercado? Mal: todo carísimo. ¿Novedades? Al fin pasó el carro de la basura. Se llevó tres bolsas. En una eché al ratón. ¿Cuándo cayó?

¿Lo tiraste? Sí, claro, pero antes lo metí con todo y trampa en una cubeta y la puse debajo de la llave del lavadero. Ese truco me lo enseñó mi hermano Víctor. Cuando éramos niños y cazaba alguno de los muchos ratones que había en la casa, para no tener que matarlo, lo ahogaba. El suyo tardó en morirse. Mientras el agua subía iba de un lado a otro buscando la salida. Al fin se quedó quieto. Me puse los guantes, saqué el animal, lo eché en la bolsa de la basura y punto: no más caquitas en la cocina.

Mary termina de abrillantar el espejo y consulta el despertador: Ya tengo que irme por mi niño a la escuela. ¿Se le ofrece algo más antes de que me vaya? Al volverse hacia su patrona advierte su expresión sombría: ¿Pasa algo? La noto rara. ¿No me diga que otra vez le pegó la migraña? Estoy bien, sólo dime: ¿por qué lo mataste? Cautivo, ¿en qué te perjudicaba?

III

Sentada en la orilla de la cama, Zaira sostiene entre las manos una taza de té. Parada frente a ella, Mary la observa hasta que al fin se atreve a hablar: Aunque lo niegue, sé que algo le sucede. Me gustaría saberlo por si puedo ayudarla.

Zaira deja la taza sobre el buró y mira a su empleada: Te lo agradezco, pero dudo que puedas hacer algo y tampoco creo que me entiendas. Yo misma no lo consigo. Todo fue tan absurdo. Mary se sobresalta: ¿Qué es todo? Muchas cosas, me entró una especie de locura. ¿Recibió malas noticias de su hijo? Ni malas ni buenas. Desde finales de diciembre no sé nada de él. Está ocupado arreglando su vida, sin tiempo para pensar en la mía. Conste: no es un reproche. Entonces, ¿qué la puso así? Después te lo cuento. Se te va a hacer tarde y tienes que ir por tu niño.

Para tranquilizarla, Mary le sonríe: Le diré a mi hermana que vaya a la escuela en mi lugar. Total, rara vez le pido favores. Voy a hablarle desde allá afuerita. Zaira escucha a su empleada hablar en voz tan baja que sólo alcanza a entender la última frase: No quiero que mi hijo se asuste al no verme. Explícale. Paso a tu casa al rato.

IV

De regreso en el cuarto, Mary va a sentarse al lado de Zaira y la toma de las manos: Todo arreglado. Ahora sí dígame, ¿qué le pasó? Si lo hago te vas a reír. Buena falta que me hace tener de qué reírme, así que se lo voy a agradecer. ¿Prometes no contárselo a nadie? Se lo juro. Dígamelo y verá que la situación no es tan grave como se imagina.

El miércoles, antes de irte, pusiste la trampa con un trozo de salchicha para atraer al ratón que estaba dejándonos sus caquitas por toda la cocina. Me aconsejaste que en caso de que cayera, con la escoba empujara la trampa hasta el patio, donde el animal de seguro iba a morirse de frío.

Zaira se interrumpe horrorizada. Mary, con un gesto, la urge a continuar: Antes de dormirme oí el golpe de la trampa al cerrarse. Era tarde, no quise levantarme y pensé sacar al ratón al otro día. Por la mañana, cuando entré en la cocina para hacerme un café, vi al animal dentro de su trampa, dando vueltas desesperado. Me quedé quieta y él se acercó a la malla para mirarme. Entonces, según tus instrucciones, empujé la trampa al patio y regresé a la cocina por mi café. Tenía ganas de ir a los Viveros, pero empezó a llover. Pensé en el animalito cautivo, con frío, empapándose. Regresé al patio y del mismo modo que la había sacado, devolví la ratonera a su lugar, junto al gabinete grande.

¿No que esos animales le dan horror?, dice Mary en tono de burla. Pues sí, pero ese no: lo vi tan pequeño, tan indefenso. Le quedaba salchicha, pero imaginé que tenía sed. Con una cuchara dejé caer unas gotas de agua en la trampa y seguí trabajando, esforzándome para no pensar en que él estaba allí. Fue inútil: oía sus uñas arañando la malla, sus carreras sobre el piso metálico de la trampa. Para no seguir escuchándolo me puse a contarle mis cosas: esperanzas, dudas, temores, desilusiones...

Mary se levanta y se aleja unos pasos: No entiendo por qué o para qué habló con el ratón. No me extraña: estás muy lejos de saber lo que es la soledad.