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En el cumpleaños 81 de Philip Glass
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Philip GlassFoto Fernando Aceves
 
Periódico La Jornada
Sábado 27 de enero de 2018, p. a16

La música es un lugar, dice Philip Glass.

Es el lugar que prefieras, para estar, para pensar.

El lugar que más te guste pensar: eso es la música, explica el compositor, y para demostrarlo nos tiende sobre la mesa un juego de abalorios: Études.

La música es un lugar físico, argumenta.

Sus 20 Études para piano son lugares en el bosque, a mar abierto, en el desierto, en tu lecho, mi alma. Los lugares del alma.

Artefactos, juguetes, moñitos, lazos, hilitos rojos, manzanas del color de tus mejillas, los Études de Philip Glass esplenden.

El pianista islandés Víkingur Ólafsson grabó para la Deutsche Grammophon 10 de los 20 Études de Philip Glass y es la novedad discográfica que hoy le venimos manejando: Philip Glass. Piano Works. Víkingur Ólafsson, se titula el disco y también es lo que, ire, viene siendo el regalo de cumpleaños de Philip Glass, quien este miércoles 31 de enero cumplirá 81 años.

Víkingur, además de lindo nombre, tiene una suerte endemoniada (es una expresión: él es un ángel): la noche en que interpretó en vivo los 20 Études por tercera vez (las anteriores ocurrieron en su natal Reikiavik y en Gothenburgo), Philip Glass estaba a un par de horas de cumplir 77 años y hasta Londres comenzamos a acribillarlo de cariño y japibérdeis esa misma noche.

De la butaca de la Barbican Hall, Philip Glass se levantó, su teléfono celular saturado de mensajes de cariño, para llevarse a Víkingur y a todos sus amigos allí presentes, a cenar para festejar su cumpleaños: champán para todos y para él una taza de café y de ahí se subió a su habitación a escribir música.

Cuando estoy cansado, pienso en Philip Glass y se me quita el cansancio, dice Víkingur, asombrado de la capacidad de trabajo de Philip, quien ante el asombro del vikingo, dijo: pero, Víkingur, es normal que una persona se levante a las cuatro de la mañana para tomar un avión trasatlántico, hacer trasbordo, escucharte interpretar en público mis 20 Études, festejar mi cumpleaños con champán y café, y subirme a mi cuarto a seguir escribiendo música. Pasumecha, diríamos en Veracruz.

Intensidades. Los Études atemperan intensidades. Polímeros, fluidos, serpentinas, gusanos de seda, algodoncitos de azúcar, mecanos, lápices de dibujar: siempre aparecen cual juguetes en los pabellones de nuestros oídos: brincan, danzan, vuelan, dan maromas.

Philip Glass escribió sus Études entre 1991 y 2012 y los publicó como Libro 1 y Libro 2; los primeros 10 con la clara actitud de exploración técnica: crear una variedad infinita de tempi, texturas y técnicas innovadoras en teclado. Nuevas maneras de contar historias.

El segundo grupo, el Libro 2, plantea aventuras en armonía y estructura. Ambos tratados plantean sistemas pedagógicos, herramientas para, dice con humildad Philip Glass, implementar mi técnica pianística y tocar mejor el piano; una herramienta que me ayudara a aprender.

Luego de escuchar intensamente, durante semanas enteras, los Études de Philip Glass, aprendí, entre otras cosas, a escucharlos como los lindos juguetes que son, algunos bailan lentos, otros son la pura brincadera y la brincadeira, si nos atenemos al sutil sentido del humor, a la sonrisa que despierta ver, literalmente ver, fuentes de columnas de agua danzarina que forman abalorios en el aire, árboles que se mecen suavemente, un hada que danza, descalza por supuesto, en el corazón del bosque.

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Escuchar estos Études implica entender, entenderse, como se entienden dos gotas de agua y se vuelven una, como se entienden los árboles del bosque, como se entienden dos personas que se aman y no necesitan palabras para entenderse, tan sólo gestos, caricias, miradas, y danzan, y flotan, como sucede con el track inicial, en un tema que reaparece al final, luego del track 12: el Étude 20, y flotamos.

Tiene la palabra el vikingo Víkingur: escuchar estos Études cuando está Philip Glass al piano, es como asomarse a la intimidad de su estudio privado de composición: uno tiene la sensación de que a pesar de que la música ya está escrita, impresa, parece estar en pleno proceso de composición, de creación y lo que está ocurriendo es un renacer.

Ese sentido del renacer, sigue Víkingur, es esencial para entender los Études. En la superficie, parecen llenos de repeticiones, pero mientras más los hago sonar y pienso en ellos, más sus narrativas parecen viajar en espiral. Así es como cada uno de estos Études permiten al intérprete y al escucha crear su espacio personal de reflexión.

La música es un lugar, dice Philip Glass: “un lugar tan real como Chicago o como cualquier otro sitio que se le pueda a uno pasar por la cabeza, con todos los atributos de la realidad (profundidad, olor, memoria). En cierto sentido, utilizo la palabra lugar de manera poética pero lo que quiero transmitir es la solidez de la idea.

Un lugar es una manera de destacar una determinada visión de la realidad. Ahora, cuando escribo, no pienso en la estructura, ni en la armonía, ni en el contrapunto, ni en nada de lo que aprendí. No pienso en música, sino que pienso música. Mi cerebro piensa música, no piensa palabras.

Luego de escuchar con atención y deleite estos Études, la figura de Anna Magdalena Bach crece, con la hipótesis, que sostengo y ahora refrendo, de que ella es autora de las Seis Suites para Violonchelo atribuidas a su marido, Johann Sebastian Bach, así como escribió ella también la hermosísima Aria (uno de los pasajes favoritos del Disquero) que abre y cierra las Variaciones Goldberg.

Estos Études recuerdan los Cuadernos de Anna Magdalena Bach y nos llevan a los Dos Libros de El Clave Bien Temperado, esos sí de Johann Sebastian, pero también con la complicidad de Anna Magdalena: artefactos, juguetes, juegos de abalorios aparentemente para ejercitar los dedos pero que en realidad sirven para entrenar la mente. Para entender.

Como se entienden dos gotas de agua, para hacerse una.

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