Política
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Nosotros ya no somos los mismos

Coaliciones y colisiones para 2018

Barrales diserta sobre izquierdas y derechas

PRD: estas ruinas que ves

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Alejandra Barrales ya confesó que las izquierdas y las derechas no le dicen nada. Es más, considera que esas percepciones de la realidad ya no existen, que ya no son interpretaciones válidas del mundo de nuestros días. Para infortunio de la filósofa, socióloga y politóloga, la académica Barrales, la realidad es implacable contra la falta de libros, diría don Ricardo GaribayFoto Pablo Ramos
I

nevitable, me someto al peso abrumador de las costumbres, tradiciones, protocolos y, no me queda de otra que iniciar la columneta, y 2018, con el improvisado y original: ¡feliz año! El deseo es tan sincero y de a devis, como desconfiado, inseguro y azaroso. Si no fuera por la probada buena fe de la columneta, no dudo que algún insidioso llegara a propalar que mi fraternal rogativa por el bienestar, superación y prosperidad de todos ustedes, era una imperdonable cuchufleta, un sarcasmo de pésimo humor o una rociada de salecita de cayena en una herida transexenal. Juro que no es así. Mis íntimos y cristianos deseos (inseguros y tembleques, pero con un último y desesperado arrebato juvenil de los años 60), hacen una inusitada incursión en los terrenos del optimismo y se sumergen en el territorio irracional del wishful thinking. ¡Tomémonos de la mano, bailemos y saltemos en un círculo virtuoso, cantando nuestros más profundos y sinceros deseos, con fe profunda y confianza en el Altísimo y éstos se harán realidad…! ¡Sí, Chucha, sí!

Hace ocho días comenzó 2018, que se anticipa nebuloso, lloroso. Lluvia, neblina, escasa visibilidad, clima bajo cero, brumoso, en suma. Desgraciadamente sin la melancolía y las saudades en las que nos envuelven el piano de Erroll Garner y el saxo tenor de Stan Getz, en sus interpretaciones de Misty (maravillosa canción de Garner y Burke). Y lo peor: sin lugar fijo de destino, las brújulas, los radares y el sonar (Sound navigation and ranging, usado mucho antes que el GPS), carecen de sentido. ¿A dónde queremos ir? ¿Hay posibilidades de arribar a un lugar menos pior (superlativo de peor) en un sexenio o, al menos, en una generación?

Cómo dijo el inconmensurable (Maestro –mayúsculas, favor) Gonzalo Curiel: ¡Ay, cómo es cruel la incertidumbre! Y tal es el ánimo generalizado que priva en el país, de Sonora a Yucatán (anuncio emblemático de los sombreros Tardán, allá por los años 50). Lo registra usted en todas partes y entre los diversos grupos sociales. Menos, claro, en aquellos en los que, precisamente, la vulnerabilidad económica de las masas (palabra por demás en desuso), es su fuente de mayores ingresos.

El entorno económico mundial, aunque la mayoría de nosotros no entendamos suficiente al respecto, nos oprime, nos abruma aun sin poder precisar la causa. ¿Belén, Jerusalén, palabras de los viejos álbumes de historia sagrada, o repetidas sin mayor atención en los villancicos navideños, le dicen algo al común de los mexicanos, más allá del club libanés o el Centro Deportivo Israelita? Sin embargo, la arbitraria decisión trumpiana puede representar una provocación estúpida e innecesaria capaz de desatar un tsunami de violencia mundial que a todos nos incluya. Sin razón histórica, sin derecho de ninguna especie, sin más explicación que la fuerza bruta e irracional. Pienso que para esa absurda decisión no cuenta siquiera con el respaldo de los miles de judíos que son poderío indiscutible en Wall Street, masa crítica indispensable en las mejores universidades o destacadísimas figuras en el mundo de las ciencias y las artes.

¿La opinión altamente calificada sobre la conveniencia o no del Tratado de Libre Comercio (TLC), sigue siendo la misma que en los inicios: ni buena ni mala, sino todo lo contrario? ¿Y si nos pronuncian el TLC en inglés? entonces sí que nos aterramos: ¿se imaginan a 120 millones de mexicanos obligados a mal comer? –algo a lo que no está acostumbrada la mayoría de la población, no por los salarios mínimos, sino a consecuencia de las ámpulas, esas pequeñas úlceras que nos brotan en la boca (no os asustéis, no son herpes, a menos que…) Y aquí adentro, ¿cómo pinta el colorado? El fervor cívico se ha manifestado en la inusitada eclosión de ciudadanos que, incapaces de soportar el estado de cosas imperantes en el país, aspiran a demostrarnos cuánto son capaces de sacrificarse por todos nosotros, desde la pesada carga que significa responsabilizarse de la dirección de los destinos nacionales (¡Vivan los años 50!).

Y qué decir de los partidos y las asociaciones políticas capaces de superar sus más acérrimas diferencias y atenuar la incólume intransigencia de sus principios con tal de alcanzar (no el gobierno, no el poder, no los cuantiosos e innúmeros bienes que esto implica) sino la ansiada unidad que la Patria necesita. ¿O cómo explicarse esas dolorosas sordinas con las que han debido mitigar los épicos y excitadores himnos de combate, plenos de dialécticas consignas que jamás se pensó podrían conciliarse en una mágica síntesis electoral?

¿O no parece de política ficción pensar en ese joven brioso, devoto ferviente del orden, la disciplina, los valores del Santo Oficio y el nazifascismo y cuyos ingresos (a fortiori confesos), son de más de 500 mil pesos mensuales (¿y los legalmente o no, deducidos o no declarados?), mas encabezando una multitud del ejército industrial de reserva), entonando el provocador: “Arriba los pobres del mundo. Arriba todos a luchar, por la justicia proletaria….” (...) Ni en dioses, reyes o tribunos, está el supremo salvador. Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor.

(Eugéne Pattier, obrero francés, escribió en 1871 La Internacional, que ha llegado a ser el himno combativo más entonado, en todas las lenguas y países, desde esa fecha, aunque con diversas versiones. Tampoco a la bella Alejandra Barrales, con una faldita (corrijo: el Caudillo no aceptaba nada más arriba del tradicional estilo Chanel), su kepi color caqui marchando a paso de ganso, portando la bandera falangista y entonando: ...Cara al sol con la camisa nueva. Es cierto que ella ya confesó que las izquierdas y las derechas no le dicen nada. Es más, considera que esas percepciones de la realidad ya no existen, que ya no son interpretaciones válidas del mundo de nuestros días. Para infortunio de la filósofa, socióloga y politóloga, la académica Barrales, la realidad es implacable contra, diría don Ricardo Garibay, la falta de libros.

Una cosa, por desconcertante que parezca, es ser la secretaria general de la mayor organización política que la izquierda haya alcanzado alguna vez en el país, y otra, liderar a un partido que inevitablemente nos recuerda, con el respeto de siempre, a don Jorge Ibargüengoitia: Estas ruinas que ves. Contar con encanto y, habilidades (iba a decir talento, pero a tiempo me contuve) para negociar tanto con los caciques de las tribus perredistas (básicamente urbanas), como con los accionistas mayoritarios, padrinos y mecenas actuales del partido, y otra haberse chutado algunas paginitas que le dieran los conocimientos suficientes para rebatir al maestro José Blanco sus puntos de vista sobre la vigencia de los conceptos de izquierda y derecha, en el año del Señor de 2017. En esa fecha la doctora Barrales los dio por anacrónicos, superados, dados de baja, periclitados, caducados, passer de mode, anticuados, old fashion, conceptualmente superados, pleistocénicos y creo que hasta pospretéritos.

Pero dejemos para más tarde algunos cuestionamientos a la bella Alejandra –Esmeralda– Barrales, que aunque ya no despachará en la Corte de los Milagros de 2018, que magistralmente nos describiera Víctor Hugo en 1831, tiene la obligación de dar a los ciudadanos alguna solvente explicación sobre por qué ya en dos ocasiones ha coincidido ideológica y políticamente de manera tan estrecha con las huestes falangistas fundadas originalmente por Baldur von Schirach, y comandadas recientemente en nuestro país por Felipe Calderón, Manuel Espino, el electoralmente exitoso Germán Martínez Cázares, el melódico César Nava y la internacionalmente reconocida como defensora de los derechos humanos, doña Cecilia Romero.

De estas aberrantes coaliciones, que en verdad son auténticas colisiones: choque –inevitable si avanzan por la misma vía, pero en sentido inverso, dos cuerpos o personas– porque ambos la consideran el camino correcto, tenemos tiempo para platicar, al menos de aquí a la fecha de emisión del voto. Después sólo serán cánticos fúnebres o gozosas alabanzas, pero ya sin consecuencia alguna. Por ahora guardemos registro de las incontrovertibles razones que las antípodas ideológicas fundaron, ante la autoridad electoral, su legítimo derecho a conformar una trinchera común, a coligarse para defender, unidos, los principios inalienables que les dan razón de ser a cada uno. Queda claro que los reconocidos lexicones, muy antiguos o muy contemporáneos, no acertaron a definir palabras como: coherencia, lealtad, dignidad, decoro, principios, ideales.

Twitter: @ortiztejeda