Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de enero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Se fue a otros ruedos un taurófilo de muy altos vuelos

Urge hacer una fiesta paralela, no para lelos

S

ervir a la propia conciencia como condición para servir con honestidad al lector, escribir sobre lo que está mal, equivocado o torcido, no para halagar al príncipe; eso es entender la verdadera misión del periodismo, enfatizaba el catedrático y aficionado Raymundo Ramos –maestro universitario de infinidad de generaciones– hace casi medio siglo, y que el último día del pasado año tuvo a bien liar su letrado capote para proseguir en otros ruedos y ante públicos menos contaminados sus garbosos paseíllos en favor de la inteligencia, la verdad y el bien decir.

En unos tiempos en que ya casi nadie entiende nada y en que los tangazos de Discépolo se convirtieron en guiones de Disney ante la manicómica realidad que nos absorbe, ¿a quién se le ocurre entender como metáfora del destino humano el arte de la lidia, si el esencial combate fue reducido al posturismo para los turistas del pensamiento?

Iniciado en la contemplación sensible del rito táurico de la mano de su abuela, Raymundo ya asistió, como feligrés comprometido, a los Funerales Alcázar a despedir al novillero muerto Joselillo y a la vez a iniciar, sin sospecharlo, el despeñadero hacia una tauromaquia predecible y monótona.

La fiesta, decía el prolífico autor hace ya décadas, ha cambiado. La ha cambiado en parte el mercantilismo de las empresas; los toreros diferentes se eclipsaron ante los administradores de negocios, los apoderados y la sociedad anónima y monopólica que controla las plazas; ante las componendas de los carteles, la manipulación en el peso, en la cuerna y el trapío de las reses y, por supuesto, en la creciente falta de oportunidades a los diestros que puedan comprometer a los encumbrados por los despachos más que por las masas. ¿Alguien se atrevería a rebatir hoy lo señalado hace décadas por este maestro de maestros de las letras?

Como todo individuo cuya brillantez la apuntala una sólida formación y una comprometida autoformación, Raymundo se entrevistaba solo, arrancándose de largo al tema de luces que lo citara. El toro bravo es un constructo del arte extraído a la naturaleza por selección, observaba agudo Raymundo Ramos en inolvidable charla con La Jornada hará unos 10 años. El Mitotauro, con t, añadía, constituye una creación mayor de la cultura, pero hoy la fiesta se haya a merced de un herradero burocrático coludido con las mafias empresariales.

Cuando todavía no saltaban a la carpa los payasitos de la falsa democracia, con Trump a la cabeza y sus subordinados internacionales en hilera, el maestro advertía: ¡Ya basta de tantos remilgos ante la vida y la muerte! Cuando las tradiciones se descontextualizan se corre el riesgo de hacerle el juego a los exterminios masivos de los ambiciosos del poder y a los falsos redentoristas de la cultura moderna... bajo el rechazo a la crueldad subyace la creencia de que la vida es una eternidad por la falsa concepción de que la muerte no existe, a sabiendas de que es una enfermedad hereditaria.

“En su ignorancia –remataba– las autoridades designan jueces a su imagen y semejanza, que premian sin criterios de valoración y menos que capaciten gradualmente al espectador. Se trata de un herradero burocrático coludido con las mafias empresariales, tanto en los toros como en el resto de la vida nacional. Al margen de la anodina oferta de los taurinos en las plazas, urge reivindicar a la fiesta mexicana de los toros y su historia con imágenes seriales y juicios inteligentes y elegantes, que nos alejen de la adopción de la cultura anglosajona de la utilidad como única opción. Hay que hacer una fiesta paralela, no para lelos.” Ahora aléguenle, positivos.