Opinión
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Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios LXIX

D

espués de dos o tres años al frente de la plaza México, don Aurelio Pérez Sánchez vio venir su reemplazo y, en cuanto a forma y manera, comenzó todo al llegar a Aguascalientes, invitado por el joven Miguel Alemán Magnani y a mí también, en calidad de testigo ocular.

Dos camionetas nos esperaban, una para el invitador y otra para los invitados y pa’ pronto apareció personal de apoyo que nos entregó los accesos al coso.

Barreras de primera fila, ni juntos ni revueltos.

Comenzó el festejo y al terminar el paseíllo, uno de los alternantes, Miguel Espinosa Armillita, acompañado de su primo y entonces apoderado, entregó su capote de paseo al joven Alemán, todo preparado de antemano –tácito reconocimiento– al nuevo empresario de la plaza México.

Vaya tardecita para nosotros dos.

¿Cómo regresaríamos a México?

Sin cruzar palabra nos interrogamos con la mirada al término de la corrida y fue entonces que uno de los apoyadores, nos dijo que el avión de Televisa estaba esperando por nosotros, ya que el señor Alemán tenía compromiso para cenar con varios amigos.

Y fue así cómo dio comienzo la era Alemán-Herrerías, que tendría una vida de 23 años y en la que hubo mucho que lamentar y muy poco que festejar.

Y vaya una primera muestra…

Curro Leal, que había sido una especie de gerente cuando don Aurelio Pérez era el jefazo fue rebajado a organizador de las novilladas, clara muestra que a la dupla los festejos chicos le importaba tanto como las paletas heladas de jícama y que sólo se ocuparía de lo realmente importante.

¿Qué consideró importante?

En primer lugar, Manolo Martínez; en segundo, los ganaderos amigos y la marginación de los demás; en tercero hacer menos a los matadores que podían hacerle sombra al consentido, y en cuanto a los diestros españoles, el mismo rasero, con el consiguiente deterioro de una fiesta que debe ser regida bajos la bases de la esencia y la decencia.

Y así, como lógica consecuencia, poco a poco, los buenos aficionados y los ya no tanto, se fueron alejando de la plaza más grande del mundo y para tratar de taparle el ojo al macho, anuncios que movían a risa y, en ocasiones, a compasión.

En dizque banquetes se convocaba a la prensa taurina colaboradora, en tanto que a los críticos se les marginaba, anunciando las contrataciones para la inminente temporada formal y la fecha de inicio para la renovación del derecho de apartado, lo que muchos tarjeta habientes aceptaban para no perderlos, pero no convencidos.

Y el segundo ofertón una corrida en conmemoración de la fecha de inauguración del coso con lo mejor de aquí y de allá y cuyos detalles se anunciarían después.

La lana de la renovación del derecho de apartado y la promesa del magno festejo, eran y fueron los sensacionales atractivos… ¡para la empresa!

Entre esas ofertas, el aumento en los precios del boletaje, las optimistas básculas para el pesaje de los toros y un buen número de carteles de poca monta, los tendidos cada vez estaban menos concurridos y el negocio cada vez lo era menos y, al parecer, la propiedad de la plaza manifestó su inconformidad, en vista de lo cual la mancuerna se dio a la posible contratación de toreros españoles, lo cual, seamos sinceros, al principio funcionó, pero aquellos, comenzaron a exigir más y más y más: sí, más dinero, la no contratación de paisanos que podían hacerles sombra y que el ganado estuviera más a modo.

Y recuerdo el broncón que se formó cuando Enrique Ponce y su apoderado se pasaron de listos, exigiendo novillos y no toros, mansos-mensos de toda solemnidad y tuvo aquel la desfachatez de regalar un auténtico chivín que lo trajo a mal traer y al que despachó después de quien sabe cuántos pinchazos y, cómo lógica consecuencia, el gachó tuvo que huir de Insurgentes por tres o cuatro temporadas.

Y el público también.

La dupla siguió abusando a más y mejor, hasta que al asomarse el vencimiento del contrato de arrendamiento y al no contar Alemán Magnani con el apoyo de Televisa y las redes políticas de antaño se convocó a otros empresarios a presentar sus planes.

(Continuará)

(AAB)