Opinión
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Final de periodo
L

os primeros tanteos de campaña terminarán al final de diciembre. En enero se espera ver el despegue de ofertas para delinear gobierno. Será el tiempo propicio para aventurar la mirada y tocar, tanto lo pasado, como las líneas definitorias de lo que espera más allá, unos cuantos meses. A juicio de varios analistas y estudiosos de la realidad del país varios son los inevitables temas que exigen atención. Para empezar se deberá penetrar, hasta donde sea posible, en la desigualdad prevaleciente y sus derivadas futuras. Esto obliga a revisar la prioridad que hoy se otorga al actual modelo de gobierno, causal directa de la injusta distribución de bienes, servicios y oportunidades. En particular a su vertiente económica que, sin miramiento alguno, aplasta los ingresos personales y restringe la inversión gubernamental. Íntimamente ligado a ello, la corrupción tendrá sitio privilegiado y no podrá evadirse del escrutinio público. Constituirá, sin duda, punto nodal e hilo determinante de toda la campaña. Este aspecto, con inescapables matices éticos, no sólo incidirá en los candidatos sino que se extenderá a las agrupaciones que los apoyan. El respeto a la voluntad ciudadana y su extensión al voto con su obligada desembocadura en la legitimidad, será un imperativo para la gobernabilidad. Por último se tendrá que clarificar el lugar y las posturas del país en el mundo actual.

No es posible abarcar este temario inicial en un solo artículo sino que se desmenuzará en dos entregas. Empezando por lo que es el meollo del presente: la desigualdad circundante. Entender que México se ha convertido, por su deformada inequidad, en negativo ejemplo y causal directa de profundos malestares en la población. No se apuntarán aquí los múltiples indicadores que sitúan al país al frente del conjunto latinoamericano. Tampoco aquellos que apuntalan su destacado sitial, para nada envidiable, a escala mundial. ¿Se podrá continuar por la ruta prevaleciente y agudizar aún más las disparidades existente en ingresos, riqueza y oportunidades? Sí, es posible que se insista por esa ruta, pero el costo puede ser verdaderamente oneroso, propiciador de violencias e impagable en sentido humano. Lo cierto es que la evidente injusticia ocupará el lugar que le debe corresponder como tema insoslayable. Clarificar los mecanismos, insertados en el modelo mismo que propician las ya abismales diferencias sociales y económicas será tarea de cada candidato. Durante mucho tiempo se ha evitado escudriñar su base discriminatoria que, a manera de sustrato, posibilita las diferencias y consolida los privilegios. Es, en verdad, una cuestión de clases la densa capa subconsciente que sostiene e impulsa la desigualdad. El mismo racismo patrimonial se aúna para que sea ardua tarea mejorar el reinante desbalance que atosiga y condiciona al sistema de reparto completo.

Las élites de diversos países ya han hecho consciente el peligro de seguir acumulando la riqueza en la cúspide de la pirámide poblacional. Estudian y experimentan varias salidas que, al menos, mitiguen las aristas más irritantes. En México, sus contrapartes, continúan atrincheradas en sus comodidades y no dan señales de atemperar ambiciones. Continúan aferradas a sus necias prebendas de variadas clases: favores públicos, evasión e elusión impositiva, apañes de la productividad, educación excluyente, normatividad y justicia dispar sin olvidar el entramado de complicidades que obliga a caer y recaer en la impunidad. Las élites locales han formado un sólido grupo de combate para impedir que alguien siquiera perturbe su idílico estatus. A cualquiera que ose poner en duda la continuidad del modelo lo declaran reo de peligro y se aprestan, una vez más, a detener su ruta de ascenso al poder. Poco importa que, para lograr su cometido, tengan que violentar la voluntad de la mayoría electora. Usarán, sin titubeos y con abierto cinismo, todos los medios a su alcance –que son vastos– para prevalecer. Bien puede decirse que la contienda electoral se polariza en los extremos: la continuidad del modelo a rajatabla o el cambio estructural moderado.