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Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios LXVIII

H

agamos memoria…

Cuando el licenciado Alberto Bailleres decidió cortar por lo sano en cuanto al manejo de la plaza México (supongo por no ser un bien negocio), vino un impasse, así que el señor Cossío, viendo que se había quedado sin la marmaja de renta, publicidad, refrescos, cerveza, cojines y demás, accedió al ofrecimiento del doctor Alfonso Gaona de volver a la gerencia del coso por tercera ocasión en su vida, sólo que no tardaron en aparecer negros nubarrones entre el propietario y el arrendatario hasta que las cosas llegaron a los tribunales afirmando los abogados del señor Cossío que el contrato había caducado, en tanto que los del optometrista alegaban que faltaban 12 meses para ello.

Obviamente, se armó la de Dios es Cristo, así que las autoridades decidieron que hasta que no hubiera un fallo, la plaza permanecería cerrada, y pese a ello hubo varios pretendientes a la mano de doña Leonor, pero nada de elegidos.

Don Aurelio Pérez Sánchez soñaba día y noche en ser el mandamás del coso de Insurgentes y supe que una persona harto conocedora del mundillo taurino, así como de los entretelones de la polaca le aconsejó que se apersonara con el entonces regente de la ciudad, (no recuerdo con precisión si era Tulio Hernández hijo) y que éste declarara que la plaza debería volver a ejercer, ya que el espectáculo taurino era una imperiosa necesidad en la capital del país.

Así que, en calidad de buen político, el señor regente designó que fuera un comité el que se hiciera cargo del embudo de Insurgentes.

¡No se midió!

Obviamente, debió considerar que si las cosas no resultaban del todo bien, los designados serían los responsables y nadie más.

Y vino el reparto:

El licenciado Manuel Jiménez San Pedro, jefazo y el licenciado Eduardo Azcué, el ingeniero Javier Jiménez Espriú, el matador Joselito Huerta y el restaurantero Jesús Arroyo, en calidad de asesores.

Fue el 5 de febrero de 1989 cuando esta empresa sui generis comenzó a funcionar, aunque, la verdad sea dicha, Jiménez San Pedro y Jiménez Espriú poco –por no escribir que nada– aportaron a la sociedad.

Los demás designados pusieron manos a la obra, y en ánimo de ser sinceros, cumplieron; cierto es que sin grandes excelencias, pero programaron novilladas y corridas y cuando todo parecía indicar que seguirían de empresarios, cesaron en sus cometidos a principios de 1990.

¿Y eso?

El grupo manejador del coso no firmó ningún contrato de arrendamiento con la propiedad de la plaza y, vuelvo a insistir, no faltó quien le hablara al oído a don Aurelio, aconsejándole que se firmara por cinco años para manejar la plaza más grande del mundo y la más importante del continente americano.

El señor Azcárraga accedió y don Aurelio fue designado en calidad de mandamás, y ya en calidad de jefe tras el trono, designó a Curro Leal como gerente y éste, a su vez, a varios consejeros que se dedicaron a presumir y alardear, mientras que en las sombras, se complotaba para que se diera un cambio a profundidad.

Don Aurelio, no es la primera vez que lo señalo, era un alto ejecutivo de Televisa, pero no quiso hacer caso de las advertencias de varios amigos que le dijeron que se jalara a la empresa al joven Miguel Alemán Magnani, ya que su padre era uno de los dueños de Televisa y que, llegado el momento, inclinaría la balanza en favor de su hijo.

Un día de tantos, don Aurelio me llamó en nombre del joven Alemán para que los acompañara a una de las corridas de la feria de San Marcos y le dije más o menos lo siguiente: “Mira, más que una invitación, esto me ‘suena’ a cambio de rumbo a 180 grados y me parece que no debo aceptar”.

“¿Cómo crees?, si el señor Azcárraga me acaba de designar coordinador de asuntos taurinos, y tú y –mencionó dos nombres más– están viendo moros con tranchete y están equivocados”, respondió.

Y en el avión de Televisa nos fuimos.

Y aquello fue el principio.

En el aeropuerto de Aguas esperaban dos o tres camionetas Suburban bien vigiladas y en una de ellas se acomodó Alemán Magnani con uno de sus acompañantes y en otra don Aurelio y yo con uno de los secretarios.

(Continuará)

(AAB)