Opinión
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Mar de Historias

Sol de invierno

U

na luz tenue ilumina la habitación que comparten Marcia y Orestes. Ambos están tendidos en la cama y su respiración sigue agitada. Ella tiene puesta la camiseta de su compañero; él se cubre la entrepierna con la sábana y en el atlético torso desnudo luce una cadena de plata.

Orestes: –¿Te gustó? Te lo pregunto porque te sentí algo distante. Si te preocupa la cena de fin de año con mis padres, todavía puedo cancelarla.

Marcia: –No lo hagas. Me encanta visitarlos.

Orestes: –Pero no me equivoco: sí estás preocupada.

Marcia (se vuelve por completo hacia él): –Es que necesito pedirte un favor, pero no sé cómo vayas a tomarlo.

Orestes: –Mientras no quieras que mate a alguien... ¡Dime!

Marcia: –En la mesa quedó mucha pizza y tengo hambre.

Orestes: –No cambies de tema. (Ve a Marcia saltar de la cama.) –¿A dónde vas?

Marcia: –A la cocina.

Orestes: –¡Ponte algo! Hace mucho frío para que andes así.

II

Orestes y Marcia están frente a la mesa donde hay platos sucios, cascos vacíos, una caja con restos de comida y servilletas de papel.

Orestes (sirviéndose una rebanada de pizza): –¿Cuál es el favor que ibas a pedirme?

Marcia: –Necesito que bailes...

Orestes: –¿Que baile?

Marcia: –... ¡desnudo! Pero no de golpe: poco a poco, hasta quedarte en trusa.

Orestes:–Y eso ¿para qué?

Marcia: –Para que amenices una reunión el 25: apenas hay tiempo.

Orestes: –¿En donde? ¿Ante quién?

Marcia: –En la Residencia, ante las huéspedes que se quedan allí, porque ya no tienen con quien pasar las fiestas. Me entristece verlas tan solas a estas alturas de su vida: la más joven tiene 68 años y la mayor 91. Las hará muy felices verte, darte un pellizco, una palmadita...

Orestes: –¿De qué tengo cara? ¿Por qué me pides el favor a mí?

Marcia: –No confío en nadie más y es una emergencia: tenían planeado volver a invitar a Alex, pero él ya se retiró del negocio. Están tristes por eso. Me enteré porque las oí conversando y quiero darles de regalo una sorpresa.

Orestes: –¡Momento!: ¿quién carajos es Alex? ¿Qué tiene que ver contigo?

Marcia: –¡Nada! No lo conozco, pero sé que es o era bailarín. (Orestes se levanta.) No te vayas, ¡deja que termine de explicarte! Luego, si no quieres ayudarme, lo olvidamos y punto.

Orestes: –Más te vale que me lo aclares todo muy bien porque si no, te juro...

III

Echado sobre el respaldo de la silla, amenazante, Orestes observa a su compañera:

Marcia: –Por estas fechas siempre se quedan en la Residencia las mismas cinco huéspedes. Rebeca es la mayor. En junio cumplió noventa, es la más animosa y con más iniciativa. El año pasado tuve libre el 24. Antes de que terminara mi turno, Rebeca fue a mi oficina para decirme que ella y sus compañeras estaban hartas de pasarse la Nochebuena mirando la tele y comiendo lo mismo. Esta vez, que quizá fuera el último diciembre de sus vidas, querían hacer algo distinto y me pidió permiso para organizar una fiestecita. Se lo di porque nunca imaginé lo que tenía planeado.

Orestes: –¿Meter hombres a la casa?

Marcia: –Hombres ¡no! Nada más a Alex. Él se ofrecía en el periódico como animador de fiestas privadas. Rebeca leyó el anuncio y, de acuerdo con sus amigas, lo llamó para preguntarle cuánto cobraba por amenizar dos horas. Setecientos pesos no era una cifra inalcanzable. Entre todas podían juntarla y dársela en efectivo. Cerraron el trato. Alex llegó el 24 a las siete, disfrazado de Santa Clos, y en el Salón de Usos Múltiples se fue quitando la ropa y bailó con ellas todo lo que quisieron: danzones, tangos, cumbias.

Orestes: –¡Te desconozco! ¡No puedo creer que te hayas prestado a semejante desmadre!

Marcia: –No sabía nada hasta que me lo dijo el velador. Enfurecida, mandé llamar a las infractoras para reclamarles que por un capricho se hubieran arriesgado a la expulsión y de paso a la mía. La responsable de todo era Esther. Indignada por su abuso de confianza, le pregunté a gritos qué se había ganado organizando semejante fiesta. Como si esperara mi pregunta, me respondió: “Algo maravilloso –que por su juventud tal vez no entienda–: sentir el calor del Sol en pleno invierno.” Me conmovió. Ya te lo dije todo. Contéstame: ¿aceptas ayudarme a darles la sorpresa?

Orestes: –Pero sin el disfraz de Santa Clos.