Opinión
Ver día anteriorMiércoles 20 de diciembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ninis
L

a reacción del mundo de arriba cobró forma de inmediato. ¿Un programa de subsidios del gobierno para capacitar a los jóvenes que no trabajan ni estudian en México? ¡Qué horror! ¿Cuánto va a costar? Sin duda no pensaron bien el ofrecimiento a los mexicanos. No cabe duda que el proponente (AMLO) ignora las consecuencias de lo que ofrece. ¡No alcanzaría todo el PIB del país para sustentarlo! ¡Hagan la cuenta, señores electores y piensen bien por quién habrán de votar! ¡Puro populismo del precandidato de Morena! Nada hay aquí que se parezca a la realidad posible, concluyen con suficiencia.

Años atrás, se oyeron, desde las cúspides decisorias del país, grandes y graves voces con similares argumentos ante innovadores programas de ayudas para los habitantes de mayor edad del entonces Distrito Federal. Un enorme coro de repetidores de respaldo se hizo presente de inmediato armados con todos sus megáfonos, pantallas y rotativas a cuestas. ¡Regalar dinero a los viejos! De dónde saldrá el dinero para soportar tan tremendo gasto. ¡Populista irredento! Casi medio millón de mujeres y hombres de la tercera edad a los que se les dará, sin merecerlo, sin trabajar, ochocientos pesos mensuales, ¡qué dispendio! ¡Eso no es digno de un jefe de Gobierno que presume de austero! ¿Acaso eso es ser de izquierda? ¿Además pretende incorporar, a esos regalos de locura, otros adicionales a preparatorianos de bajos recursos y madres solteras? Y, para coronar sus pretensiones abrir varias prepas y hasta una universidad. ¡Qué tipo de político es López Obrador? Tales fanfarronadas no merecen ni ser discutidas se decía y repetía ante cualquier oportunidad de tener enfrente un oyente para arrojar sus pedradas instantáneas, sobradas, furibundas, presumidas responsables.

Superando toda esa tormenta de alegatos y denuestos se llevaron a término dichas promesas. Un enorme conjunto de viejos(as)hasta entonces desvalidos de la capital empezaron a sentirse dignos de nuevo. Muchos de ellos salieron de sus covachas a donde sus familiares los habían relegado. Ahora otros podían ayudar al sostén de sus hogares, comprar sus medicinas o salir a platicar con algún amigo tomándose un café. El éxito tuvo que ser reconocido y Obrador cimentó su imagen que, después, ya en campaña por la Presidencia, prometería: Por el bien de todos, primero los pobres Sin embargo, el sabotaje continuó desgranándose desde el oficialismo, entonces panista con incrustaciones de las costumbres priístas. Tiempo después por ahí andan los muchachos que salieron de las nuevas prepas y de la Universidad de la Ciudad de México, que ahora tiene una matrícula que ronda los cinco mil estudiantes. No hubo dispendio alguno. Por el contrario, la deuda pública de la ciudad disminuyó. Se pagó capital de manera anticipada, se desendeudó pues.

De nueva cuenta y al mero inicio de esta temporada electiva, se ha levantado la polvareda que tacha, al único programa que hasta hoy se propone atender a los jóvenes que no estudian ni trabajan, (ninis) de populismo barato, sin sustento, alocado, tramposo. Pero AMLO seguirá adelante con su nueva bandera que refleja su constante preocupación por la juventud desamparada de México. Los ninis son, en muchos aspectos, un nocivo aunque masivo subproducto del neoliberalismo rampante. Son males colaterales dirán aquellos que se sienten a salvo de males parecidos. En el fondo, buena parte de la sociedad, en particular la que no desea oír o ver la existencia de los inmensos bolsones de excluidos que plagan, no sólo a México, sino a otras muchas naciones del mundo. Y las pulsiones colectivas brotan, con ira disfrazada de incredulidad, acicateadas por una mezcla de sentimientos racistas o, en mejores casos, clasistas. Expresiones terminantes y hasta burlonas de gente, ciudadanos, que no quieren poner en riesgo su aparente tranquilidad. No cabe duda que la solidaridad tiene el límite de los propios bolsillos. Distribuir recursos es peligroso para el propio bienestar de hoy y, más aún, el de mañana. Los escasos medios con que cuenta el gobierno apenas alcanzan para lo indispensable, argumentan. Regalarlos, botarlos, es contraproducente. Es irresponsable prometer algo que es imposible de cumplir. Es por eso que el actual gobierno –de responsabilidad itamita– incrementa la deuda pública sin límite conocido pero aumentando la desigualdad.

Lo conducente es seguir ignorando (sin ver ni oír) la precaria e injusta existencia de la juventud excluida. ¡Ya se irá arreglando el problema con el tiempo, la productividad y el crecimiento económico! aducen. Mientras eso sucede, que no venga un redentor a proponer, con engaños, lo imposible.