Opinión
Ver día anteriorSábado 16 de diciembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mucho Coco y pocas nueces
L

as evidencias son claras y contundentes, así que no hay por qué negarlo: más que una simple película, Coco (Lee Unkrich, 2017) es, o se ha vuelto, un fenómeno. Lo que a primera vista no pasa de ser un producto más de la eficaz empresa de animación Pixar-Disney ha trascendido su vida, necesariamente efímera, en la pantalla, para incidir de manera más amplia en nuestro entorno social y cultural. Y, hay que decirlo claramente, no necesariamente para bien.

En principio, los dos temas fundamentales que conducen el desarrollo dramático de Coco son ciertamente interesantes y, de hecho, son asuntos con los que uno bien puede empatizar. Por una parte, la vitalidad y enjundia con la que su joven protagonista persigue (y consigue) su ideal, que es la muy admirable pasión por dedicarse a la música cueste lo que cueste y caiga quien caiga, literalmente. Por la otra, el concepto, ciertamente digno de exploración y reflexión, de que no morimos del todo mientras haya alguien que nos recuerde. Hasta ahí todo va bien; sólo hay que añadir la necesaria aclaración de que el asunto del Día de Muertos es sólo un pintoresco pretexto, uno de tantos que pudieron haber sido elegidos para contar esas dos atractivas historias. Ello no ha impedido que las masas de transeúntes que se meten a un cine a deglutir nachos mientras ven (sin mirar) cualquier cosa que esté en las pantallas, hayan caído en el muy explicable error de creer que el Día de Muertos es lo central del filme. Preparado cuidadosamente su estreno para coincidir con las fechas de esa festividad, Coco no pasa de ser una película técnicamente deslumbrante, con algunos gags visuales y verbales muy bien logrados y… poco más. Sí, es medianamente divertida, pero eso no justifica la alharaca que se ha montado a su alrededor, sobre todo porque dicha alharaca pasa por una serie de juicios y apreciaciones políticamente muy incorrectos.

No ha dejado de extrañarme que numerosas voces y plumas a las que considero lúcidas y coherentes se hayan sumado a una especie de cargada patriotera pro-Coco cuyo subtexto principal es, más que inquietante, mortificante. Esa cargada mexicanista multitudinaria tiene como su mantra principal esta frase dedicada a los creadores del filme en particular y a Pixar-Disney en general: Fueron muy respetuosos de nuestras tradiciones. ¡Auxilio, socorro! Ahora resulta que, en el áspero contexto del estado que guardan nuestras relaciones con Estados Unidos y sus instituciones, México entero está de rodillas rindiendo abyecta pleitesía a Pixar-Disney porque fueron muy respetuosos de nuestras tradiciones. ¿Acaso nuestro avanzado Alzheimer histórico colectivo nos ha hecho olvidar las innumerables agresiones culturales e ideológicas que Hollywood ha perpetrado con sus películas contra nuestras tradiciones y muchos otros asuntos referentes a nuestra identidad? Más aún: los intérpretes mexicanos que prestaron sus voces a la versión doblada de Coco han participado sin pudor alguno (y sin duda muy bien pagados) en una atroz campaña mediática cuya frase-gancho principal es: “¡Disfruta Coco y siéntete orgullosamente mexicano!” Léase: esta película gringa es ahora el foco, cimiento, núcleo, columna vertebral y sustento de nuestro orgullo nacional. ¿Quizá deberíamos hincar una agradecida rodilla en tierra y suplicar a Pixar-Disney que se encargue de planear e instrumentar nuestros programas de estudios en historia de México, civismo, usos y costumbres, y tradiciones populares? No resultarían peores que los actuales.

Más allá de todo esto, y en el entendido de que Coco es una película musical, tiene un defecto importante e insuperable: la partitura de Michael Giacchino es fofa, insulsa, mediocre, intrascendente e instantáneamente olvidable, como lo son las diversas canciones que pululan con más pena que gloria a lo largo de la película. Si los acontecimientos del ya cercano 2018, que pinta muy tétrico, nos refunden aún más en la severa crisis de identidad, soberanía, autodeterminación y libertad en la que estamos inmersos, no importa: sin duda Pixar-Disney vendrá a nuestro rescate con otra bonita película animada sobre el águila, el nopal y la serpiente, símbolos de la patria de los que, sin duda, serán muy respetuosos. ¿Quizá con música de Luis Fonsi, Daddy Yankee y Justin Bieber?