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Pena de muerte, Circunstancias atenuantes
L

a pena de muerte de mexicanos migrantes en Estados Unidos y el trabajo de los abogados e investigadores, que libran una batalla sin cuartel contra la normalidad del horror de la pena capital en Estados Unidos, merecía una gran novela.

Y está a la mano: Circunstancias atenuantes, de David Lida, publicada por TusQuets. Es un libro fuera de serie, entre novela y biografía de un gringo latino que se dedica a buscar evidencias que mitiguen la posibilidad de que alguien sea condenado a pena máxima.

En este caso se trata de mexicanos que están en el pasillo de la muerte esperando la inyección letal, decenas de ellos, mal representados y muchas veces sin apoyo consular, porque simplemente la policía no llama al consulado. Y ésta precisamente, podría ser una circunstancia atenuante, dado que la Corte Internacional de la Haya dictaminó que era obligación de la policía llamar al consulado respectivo, en caso de que un extranjero fuera procesado (Caso Avena, ONU). Algo que Estados Unidos exige y demanda como un derecho de sus ciudadanos radicados o de visita en el exterior y no es coherente institucionalmente, al dejar de hacerlo, en el caso de los detenidos en su territorio.

Esto, claro está, se da en el caso de Texas, donde nada menos que el cubano, latino, senador y conservador Ted Cruz, tuvo a bien inconformarse judicialmente ante esta disposición de la Haya. Porque Texas es independiente y prevalece su criterio, no el internacional, ni el de Estados Unidos. De ahí que el condado texano de Harris se haya convertido en la capital mundial de la pena de muerte.

Y como diría el investigador mitigador, de la novela de Lida, por lo menos los mexicanos condenados tienen la suerte de pertenecer a un país civilizado donde no existe la pena de muerte. Algo bueno tendríamos que tener. Para firmar decretos y convenios no hay como los gobiernos mexicanos. Luego quien sabe… la vida y las circunstancias dirán.

Por el contrario, los estadunidenses ni siquiera han firmado la Convención Internacional de Derechos del Niño, porque en algunos estados todavía se tiene contemplada la pena de muerte en caso de menores de edad, que hayan cometido crímenes atroces. Los estadunidenses no firman casi nada. Cuando firman se sienten con las manos atadas.

La firma puede ser una condena de muerte, de ahí aquellos cuestionarios absurdos que tenemos que firmar cuando solicitamos una visa: alguna vez usted hizo tal cosa… y si alguna vez, por a o b, nos enfrentamos a la justicia, ese papelito firmado puede ser tu condena. Todo depende, claro está, del color de la piel, del tipo de pelo y de la clase social. Mr. Trump puede decir todas las mentiras que le de la gana, incluso el New York Times se las contabiliza día a día y no le pasa nada.

Pero no es lo mismo con un extranjero, de tez morena e indocumentado. En estos casos la mentira es algo que la policía y los fiscales buscan con verdadera fruición. Encontrar una incoherencia, una mentira, puede ser la clave para una condena. Y, para muchos de nosotros inventar o mentir puede darse con pasmosa facilidad, es una forma de sobrevivir, si dices la verdad nadie te cree, te buscas gratis decenas de enemigos, te consideran delator, traidor, malagradecido o de perdida ingenuo.

Para el mexicano detenido en Estados Unidos, aquel recitado de la cláusula Miranda, de que usted puede, solicitar un abogado, permanecer en silencio y todo aquello que diga puede ser utilizado en su contra es culturalmente ininteligible. Las circunstancias de la vida del migrante indocumentado, con nombre y documentos falsos, lo obligan a inventar cualquier historia, menos la verdad y claro está, después de tres horas de interrogatorio, la historieta empieza a desmoronarse.

Circunstancia atenuantes es un libro que debe leerse, va a caballo de cuatro patas entre novela negra, crónica migratoria, thriller y relato testimonial. Una prosa impecable, una narración fluida, pausada por reflexiones y visiones que vislumbran el paisaje y la vida entre ambos lados del Río Bravo.

Es una novela con múltiples guiños y complicidades de un gringo latino que puede decir con soltura que “a pesar de todos los años que estaba viviendo en este país, nunca logra entender las indicaciones que los mexicanos brindan a la hora de dar una dirección. Nunca te dicen que gires en dirección este u oeste, siempre es arriba o abajo. Justo es decir que el taxista, que también escuchó las indicaciones, tampoco entendió nada. Se ríe a gusto de que las doñas del mercado le llaman joven y que sus informantes no dejan de decirle licenciado. Se deleita cuando en un pueblo perdido le sirven agua para Nescafé e incluso le dejan la lata, para que pueda despacharse a gusto. Se ríe también del gabacho y de los gringos, con un cinismo agrio y melancólico.

Por otra parte, la traducción de Fernanda Melchor, que bien merecido tiene figurar en la portadilla con el autor, es un componente adicional a elogiar. Un lenguaje mexicano muy bien logrado a contrapunto con el del personaje, que lo habla bien, pero que no deja de tener sus acentos y sus giros.

Por otra parte, la historia transcurre entre los escombros, basura y desperdicios que dejó el huracán Katrina, donde fueron decenas de miles de mexicanos a trabajar por salarios supuestamente buenos y que, a la hora de la hora, los contratistas se quedaron con la tajada grande.

Es la historia de siempre, del sueño americano, pero que no se quiere reconocer. Para colmo, en cualquier esquina el destino te puede jugar una mala pasada y caer en la encrucijada de la pena de muerte o el gran logro de una cadena perpetua. Si el lector prefiere lo visual a la letra escrita, una historia parecida de la vida real, es el documental Mi vida adentro de Lucía Gajá, que se puede ver en Youtube.

Uno ya no sabe qué es mejor o peor, si la justicia estadunidense o la impunidad mexicana.