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2018: precuelas y secuelas
L

a designación de José Antonio Meade como candidato del PRI inaugura el principio del final en el desmantelamiento del Estado de la Revolución Mexicana.

Si su primera etapa consistió en acotar el poder presidencial que se reclamaba tanto desde la sociedad como desde las elites, el segundo elemento del régimen autoritario era el partido hegemónico.

El partidazo. Desde luego a partir de 1997 hemos transitado de un sistema de partido casi único a uno de tres partidos. El sistema se ha modificado recientemente con la presencia de Morena y sobre todo con la fragmentación electoral. Pero el PRI regresa al Ejecutivo federal transportando una paradoja. Por una parte reconoce el pluralismo partidista al proponer el Pacto por México con el PAN y el PRD. Por otro lado, su estilo, su manera de comprender a la sociedad y al país, permanece anclada en el priísmo de los 60. En realidad desde Díaz Ordaz no habíamos tenido un presidente más príista que Peña Nieto. La paradoja no es que la sociedad haya cambiado radicalmente, sino que el propio Estado se ha transformado desde 1982 con gobiernos priístas bajo el cobijo de una visión reformista en sus primeros 12 años y luego con la premisa de que menos Estado era mejor, sin ninguna visión estratégica y de manera casuística en los 18 años restantes. El resultado es un estado debilitado y fraccionado.

Lo que queda. El Pacto por México buscaba afianzar las alianzas con la izquierda y la derecha partidista con la reforma fiscal en un caso y la reforma energética en el otro. El platillo en común era la reforma política, territorio que se refrendaba dominado por la oligarquía partidista. Pero el punto clave en el Pacto por México era rescatar franjas del Estado colonizadas por los poderes fácticos, aspecto que aún en el caso de la reforma educativa quedó corto debilitando aún más los resortes centrales del Estado.

El periodo brezhneviano mexicano. Brezhnev gobernó la Unión soviética desde 1964 hasta 1982 en un largo periodo de estancamiento económico, amplísima corrupción y sobre todo un discurso que seguía evocando los grandes temas de la revolución socialista en completa disonancia con la práctica cotidiana del Estado y del partido. En México en medio de las reformas estructurales que modificaban de raíz el fundamento del Estado de la Revolución Mexicana, el PRI ha mantenido una ideología disfuncional al país de la apertura comercial, de las privatizaciones incluida la de Pemex, de la predominancia de los mercados y de una política social que esencialmente devino en asistencialista. Ojalá que con Meade, el PRI se adecue al pensamiento de su sector dominante –basado en la Secretaría de Hacienda y los organismos económicos del Estado– y exprese programáticamente lo que ya es y ha sido cada vez más en los hechos.

La fragmentación. Las candidaturas independientes presidenciales a pesar de su lento despegue pueden terminar en dos o tres candidatos. Sumados a los previsibles tres candidatos presidenciales mas competitivos, añaden mayor dispersiones al voto efectivo y también a su traducción en el Congreso, en las gubernaturas y en las legislaturas locales. Se necesitarán complejos acuerdos y coaliciones para que mínimamente actúen los poderes públicos, a partir de 2018, en condiciones de enorme deterioro económico y social.

Las narraciones en 2018. Como nunca, la narrativa –no la ideología, no el discurso–, es decir, la manera como cada opción electoral propone gobernar este país y el horizonte en el cual se coloca para hacerlo; será decisiva. Podría contribuir a moderar la fragmentación. El tema central en esa narrativa es cómo conformar y llevar a la práctica una coalición de gobierno, dada la debilidad de cada una de las tres propuestas electorales más fuertes. Esa narrativa se construye durante la campaña y en debate permanente con los contrincantes y con los grupos de ciudadanos organizados.

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