Cultura
Ver día anteriorSábado 2 de diciembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

El escritor rumano dictó una conferencia magistral en la FIL de Guadalajara

La literatura toca el límite más allá del cual nos rodea un dios infinito: Cartarescu

“Dostoievski no se puede comparar con Tolstoi, pero sus líneas provocan un estremecimiento en la columna vertebral y nuestro cráneo estalla en añicos, dijo el también poeta

Foto
Pienso en el frágil edificio de la literatura, escribo desde hace 40 años, leo desde hace muchos más; no he sido otra cosa que la literatura, como decía Kafka, pero nunca me he denominado escritor, dijo Mircea Cartarescu en el encuentro editorial de la capital jaliscienseFoto Arturo Campos Cedillo
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 2 de diciembre de 2017, p. 5

Guadalajara, Jal.

El poeta rumano Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) escribió su conferencia magistral, El edificio de la literatura, sentado en la terraza de su casa, con un café y su gato birmano al lado, con la certeza de que para construir una obra literaria se necesita mucho más que una catedral brillante y abigarrada de adornos.

Si la catedral no está consagrada, si no habita en ella un dios, nada la diferenciará de las casas de los ricos levantadas por vanidad y orgullo, afirmó.

Leyó en rumano, a ritmo vertiginoso, un discurso en el que dejó claro que la literatura excede los márgenes para ser clasificada como un oficio o un arte, un discurso que al final, exhausto, lo deja también sonriente con el público que abarrotó el salón de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara y lo ovacionó de pie.

Para escribir la conferencia que leyó en el encuentro editorial, el poeta releyó la Ilíada y lo hizo en su teléfono móvil, no tomó el ejemplar de su librero y ni siquiera, dijo, se dio cuenta de que leía en la pantalla y no en papel.

Pienso en el frágil edificio de la literatura, escribo desde hace 40 años, leo desde hace muchos más; no he sido otra cosa que la literatura, como decía Kafka, pero nunca me he denominado escritor.

Apuntó que los libros de todas las épocas forman un gigantesco amasijo de escombros, 99 por ciento son mediocres, pero a la vez importantes, porque elevan y hacen visible el santuario de los buenos libros.

Describió un primer piso de esa montaña compuesto por los ejemplares hechos por artesanos, cerrajeros, hojalateros, torneros, carpinteros de la literatura. Más arriba están los artistas, los escritores que logran que su poesía se sienta en la médula espinal del lector.

La literatura no se hace con palabras, la parte del oficio y del arte se entrelazan en una mayoría de los escritores verdaderos. Pero hay otro piso por encima, de una altura insalvable, para llegar a la cumbre hasta el campanario más alto no hay guía de acceso, tienes que haber nacido ahí.

Mircea Cartarescu ejemplificó, siempre leyendo con las palabras cortas del rumano que dobladas al español casi duplican su extensión: Dostoievski no se puede comparar con Tolstoi, pero sus líneas provocan un estremecimiento en la columna vertebral y nuestro cráneo estalla en añicos (porque) la gran literatura no se basa en la construcción y los temas; toca el límite más allá del cual nos rodea un dios infinito.

Lo mismo sucede con Kafka, quien nunca cumplió las reglas del oficio y vivió toda su vida como un centinela en los límites del lenguaje, donde termina el ámbito de las ciencias, las artes, la filosofía, donde la poesía y la fe empiezan a jadear por falta de aire y, al final de su vida, Kafka fue una carcasa habitada por Dios.

Luego habló de su gran dolor, de su oficio de poeta, de un género que hoy es el gato muerto del mundo consumista.

Añadió: “En cierto modo los polos de la vida humana se han invertido de manera brusca y las primeras víctimas han sido los poetas. Casi desaparecida como profesión y arte, la poesía sigue siendo ubicua, pues antes de una fórmula matemática, los poetas han aprendido a luchar con las mismas armas que la civilización los condena, en blogs sin comercializar, en la lírica de la música rock, han aprendido a competir en los eslams de poesía, la alegría del anonimato, de la autosuficiencia para unos cuantos amigos, sin buscar la vulgaridad del éxito, nada es más discreto que el poeta, el último artesano de copias sin original, el último ingenuo en un mundo arribista”.