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México SA

Meade candidato

Itamitas amarran

Más de lo mismo

P

ues sí, una vez más, Luis Videgaray se impuso y el despistado inquilino de Los Pinos debió tragar sapos, porque el candidato del tricolor –que no integrante del otrora partidazo– sí fue impuesto a golpe de aplausos y elogios. Ayer, el propio Peña Nieto se deshizo en halagos a la hora de quitar la capucha y anunciar los movimientos en la Secretaría de Hacienda y Petróleos Mexicanos.

Ni priísta ni panista, sino todo lo contrario. Tecnócrata puro, oficialmente José Antonio Meade se queda con la candidatura tricolor. Su amigo, el aprendiz de canciller, le hizo ganar la rifa del tigre y se presentará a la contienda electoral como una suerte de nuevo Ernesto Zedillo (el de la sana distancia con el PRI), sin militancia partidista, sin historial político ni cargos de elección popular. Simplemente, como una de las piezas de la tecnocracia itamita que tras bambalinas gobierna al país desde hace ya tres décadas y media.

Y en su sueño de llegar a Los Pinos, que puede terminar en pesadilla, cabe preguntarse: ¿qué puede ofrecer el nuevo precandidato que no forme parte del sempiterno catálogo de promesas –incumplido, desde luego– de los seis antecesores en la residencia oficial, cuatro tricolores, dos blanquiazules, que de cualquier suerte resultaron ser lo mismo?

A lo largo de las pasadas tres décadas y media –desde la llegada de Miguel de la Madrid– se fue estructurando, y tomando posiciones estratégicas, una suerte de partido itamita, conformado por egresados del Instituto Tecnológico Autónomo de México, el ITAM, cuyo dueño, Alberto Bailleres, es totalmente palacio y multimillonario Forbes por obra y gracia de los bienes de la nación, generosamente entregados por quienes han despachado en Los Pinos.

Ese partido (que bien podría denominarse Itamita de Devastación Nacional, Pidena) está integrado por tecnócratas que dicen militar en el PRI o en el PAN –según convenga en el momento–, que han servido en gobiernos federales tricolores y blanquiazules (concretamente, Meade en los de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto), pero que en los hechos, más allá de las apariencias, siguen sus códigos y aplican su propio plan de gobierno. Los resultados están a la vista de todos. Y con tal de mantenerse en la cima, utilizando las mañas del sistema, todos los itamitas caben en un jarrito sabiéndolos acomodar. El color aparente es lo de menos.

Cierto es que José Antonio Meade no tiene un pelo de tonto, pero de allí al nivel de estadista que sus promotores pretenden asignarle hay un trecho abismal. Como parte de la cargada, de la noche a la mañana, inflaron al susodicho y la tirada es convertirlo –versión oficial– en un personaje con todas las virtudes habidas y por haber. Y ningún itamita se despistó; todos empujaron para el mismo lado.

Y para no dejar dudas de cómo estará la campaña tricolor, tras su destape, la primera parada de José Antonio Meade fue en la siempre democrática y representativa Confederación de Trabajadores de México, que desinteresadamente ofreció el apoyo del sector obrero al ex secretario de Hacienda. El líder y besasuelas profesional, Carlos Aceves del Olmo, dijo a Meade que “ya estaba destapado por nosotros, porque siempre quisimos que fuera nuestro candidato, y tenemos que estar con quien queremos que gobierne este país… Usted puede ser el presidente de la esperanza, no de aquella de sentirse mesías, sino de una esperanza real”. Y con la cara dura que le caracteriza se quedó tan tranquilo.

Por cierto, la convocatoria oficial para el mensaje que ofrecería el inquilino de Los Pinos fue para los medios de comunicación, pero el salón Adolfo López Mateos, de la residencia oficial, fue asaltado por la cargada aplaudidora de la Secretaría de Hacienda y áreas afines, que acaparó las primeras filas. Sólo faltaron las matracas. Tecnócratas, sí, pero con las sucias mañas del sistema político mexicano.

Pero más allá de la novela rosa del destape y el apoyo incondicional de las fuerzas vivas del partido, allí está la realidad nacional, que no acepta treguas ni ceremoniales. A Enrique Peña Nieto le resta poco más de un año de estancia en la residencia oficial, y a partir del destape de Meade los reflectores paulatinamente se apartarán de la residencia oficial.

Y si con todas las de la ley a lo largo de su gobierno no dio una, entonces qué esperar en los 12 meses que le restan. Ello, desde luego, en medio de un proceso electoral que pinta para ser el más sucio entre los sucios, con jaloneos y descalificaciones por doquier, y en medio de una realidad igual de apretada y terca que de cabrona.

En vía de mientras, la Secretaría de Hacienda tiene nuevo inquilino, el tercero del sexenio, y en breve se constatará la desbandada en esa dependencia para incorporarse a la campaña electoral de Meade (muy tecnócratas, pero igual de oportunistas que los demás). El cambio en esa dependencia se da como parte de las urgencias políticas del inquilino de Los Pinos y del ritual del sistema. Se trata de José Antonio González Anaya, funcionario que hizo muy buen trabajo de saneamiento y reconstrucción financiera en el Instituto Mexicano del Seguro Social, y que estaba en ruta de lograrlo en Petróleos Mexicanos. Peña Nieto lo instruyó a mantener las condiciones de estabilidad macroeconómica, manejo transparente y eficiente del presupuesto aprobado y de los recursos destinados a la reconstrucción tras los sismos de septiembre, así como el impulso a las zonas económicas especiales.

Entonces, si González Anaya lo estaba haciendo muy bien en Pemex, para qué moverlo de esa posición, en el entendido de que la ahora empresa productiva del Estado es pieza fundamental en el futuro financiero y productivo, mediato e inmediato, del país. A Pemex arriba Carlos Treviño Medina (el tercero, también, en ocupar la dirección general en el gobierno de Peña Nieto), quien hasta ayer despachó en la dirección corporativa de Administración y Servicios de la propia ex paraestatal. Anteriormente ocupó varios puestos en la misma empresa, al igual que en el área financiera del sector público, en donde los reyes de la fiesta son el Banco de México y la propia Secretaría de Hacienda, ambas instituciones pletóricas de itamitas.

En fin, en más de lo mismo, el mensaje tricolor es que cambiará todo para, en los hechos, no cambiar absolutamente nada. Y en el festín itamita el país acumula tres décadas y media de atraso.

Las rebanadas del pastel

Magia pura: en el día del destape oficial, el tipo de cambio por debajo de 19 por uno.

Twitter: @cafevega