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Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios (LXV)

U

n mundo de diferencias…

Sí, hay muchas clasificaciones de toreros: artistas, dominadores, pintureros, escandalosos, desiguales, valerosos, caballerosos, pausados, berrinchudos, prudentes, y todos ellos, conforme a su forma de sentir e interpretar el toreo, destapan el frasco de los aromas con diferentes toros, que pueden prestarse o no para sus haceres.

Y no exageramos.

Fermín Espinosa Armillita, fue gran amigo y consejero de Silverio Pérez, y vaya que había un mundo de diferencia en su forma de sentir e interpretar el toreo. Se dice que Joselito El Gallo era un excelso dominador, y en cambio su hermano Rafael El Gallo era todo lo contrario, artista consumado y que cuando estaba en lo suyo acababa con el cuadro.

Viene esto a colación porque al finalizar mi anterior artículo, comenté que Jesús Solórzano, tras de su histórica faena a Fedayín, toro bravo y noble como el que más, aceptó vérselas con una corrida del ingeniero Mariano Ramírez, cuyos pupilos solían ser para toreros dotados de gran poderío.

Total, vino la corrida, el público colmó el graderío, esperando otra obra maestra de Jesús, que bien estuvo en el primero de sus enemigos y en el segundo se limitó a salir del paso.

Y esto trajo cola.

El matador y su apoderado defendieron sus personales puntos de vista, terminando todo en rompimiento que no duró mucho que digamos.

Y más de lo mismo.

Jesús gozaba de un buen cartel en Aguascalientes y cuando su mentor se dispuso a entrevistarse con el empresario hidrocálido El Cabezón González, se encontró con que Chucho se le había adelantado, firmando, con base en un intercambio, X número de corridas por un auto nuevo de las varias agencias de El Cabezas.

Y otro distanciamiento.

Más que lógico.

Vino un rompimiento y fue entonces que los bonos taurinos de Chucho se fueron a la baja, excepción hecha de Aguascalientes donde volvió a destapar el frasco de los aromas toreros –dos o tres de ellos de una extraordinaria excelsitud– y que motivaron al famoso restaurantero Juanito Andrea y su encantadora esposa, Anita, a ofrecerle una cena de lujo con la presencia de varios de los Solórzano y un nutrido grupo de estupendos aficionados de esos que saben lo que es lo verdaderamente fino y excelso.

Y vino el amargo vino.

18 de enero de 1976.

Despedida de Luis Procuna tras de un largo ayuno y abstinencia por sus enfrentamientos con numerosos coletudos y empresarios, el 18/01/76, completando el cartel Jesús Solórzano hijo y Eloy Cavazos, tarde en la que de todo hubo.

Esa fecha, según crecido número de aficionados, El Berrendito de San Juan cuajó la mejor faena de su vida. Fue un dechado de pinturería, de aquellos sus maravillosos destellos y con las orejas y rabo en sus manos, el corte de la coleta fue un estruendo de ovaciones y aplausos y su vuelta al ruedo, tan merecida como entusiasta.

Digna de aquel personalísimo Luis Procuna.

Eloy Cavazos quiso, pero su forma y manera de sentir e interpretar el toreo –para mí, en lo personal, chabacana y ventajista–, muy lejos estuvo de sus alternantes.

Total, cero en conducta.

Solórzano Jr. salió con ganas de armar la tremolina, y vaya que la formó con cuatro o cinco verónicas dignas de una escultura del gran Humberto Peraza y con los palitroques se elevó a las máximas alturas con un sensacional sesgo por dentro en el que, además de sus conocidas habilidades y buen gusto, tuvo que agradecer la inacabable ovación y un cariñoso abrazo de Procuna.

Chucho, a Sardinero, de la ganadería de Tequisquiapan, un tío de impresionante catadura, lo recibió con varios pases de tanteo, a los que siguieron sensacionales muletazos y, cuando entró “por uvas, pinchó y se le fueron los máximos trofeos y, al querer repetir, el toro se le arrancó prendiéndolo por el estómago y lo sarandeó de continuo, pero Chucho no se amilanó y de certera estocada despachó al de Tequisquiapan y una vez que, ante la clamorosa ovación, se le concediera la oreja, por su propio pie dirigió a la enfermería donde fue intervenido de tremendo cate, del que tardaría un buen rato en sanar y reponerse.

(Continuará)

(AAB)