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No sólo de pan

Del gusto y del hambre. I/III

¿Q

ué es el hambre y qué es el gusto? ¿Son mecanismos o sensaciones excluyentes o complementarios?

En primer lugar, es necesario diferenciar el hambre (cuyo mecanismo es indispensable para la supervivencia de todos los seres vivos, al provocar una sensación desagradable que obliga al sujeto a buscar el alimento para el cual su especie está genéticamente programada, a fin de permitir que se reproduzcan las células de su propio organismo) del ham- bre propiamente humana, y esto por varias razones:

Para empezar, es necesario diferenciarlos porque suele usarse el término hambre vinculado con indicadores de falta de bienestar doméstico urbano, sin que se sepa cómo se determina el estado de hambre de cada individuo y, o colectividad, con el sedicente fin de establecer estrategias políticas para combatirla eficazmente. En este caso, suelen proponerse soluciones globales para una región, como introducir electricidad, drenaje, agua entubada, viviendas sólidas, pero nunca se concreta nada en el terreno de los alimentos, como sería: cuáles y en qué cantidad necesita tal o cual población o clase de edad, cómo distribuirlos equitativamente, con qué frecuencia, y menos se plantea si la ayuda alimentaria debe destinarse a la fuente de su producción: la tierra, los insumos agrícolas y salarios para los agricultores, por ejemplo.

Como sea, en los discursos oficiales, e incluso académicos, la connotación de la palabra hambre queda en la vaguedad y, como en lenguaje ninguna vaguedad es inocente (salvo en poesía, donde la polisemia es sustantiva) nos parece importante definir el hambre individual y la colectiva, y contra cuál debe luchar el Estado en su conjunto.

De entrada, admitamos que el hambre es una sensación que todo ser humano ha experimentado desde que nace, como un vacío en el estómago que desaparece después de comer, y que el hambre social estaría medida por los grados de saciedad o insatisfacción que alcance ese vacío y por la frecuencia con que se obtiene la primera o se padece la segunda. Si se utilizara este punto de vista se estaría midiendo el acceso a la comida adecuada y simultáneamente su disponibilidad o carestía.

Pero hay un segundo problema, suponiendo que se mide la disponibilidad de comestibles en relación a las carencias de una población dada, ¿cómo se miden, por su volumen y peso? ¿por sus nutrientes? ¿El reparto se decide en función de volumen, peso y nutrientes (en el mejor de los casos) por necesidades individuales? ¿Y qué pasa con los sabores de los comestibles? Nada: el único requisito para todas poblaciones asistidas es que tengan hambre según los parámetros de estómago insatisfecho la mayor parte de la semana. En otras palabras, cinco toneladas de avena alcanzarían para saciar a mil individuos durante 10 días a razón de 500 gr diarios; incluso sobraría si se toma en cuenta el volumen que la avena alcanza mezclada con agua caliente.

Pero no es así, porque no cualquier comida calma el hambre de todo ser humano.

En efecto, sin tomar en cuen- ta las alergias alimentarias, existen las fobias individuales y los tabúes comunitarios relacionados con los alimentos que llevan a personas e incluso grupos humanos a privarse de comer hasta dejarse morir por falta de nutrientes, con tal de no saltarse las prohibiciones explícitas o ignorar su fobia contra determinado producto o conjunto de productos disponibles, en ausencia de los culturalmente habituales. Casos de estos han existido en cantidades significativas siempre, pero nunca han sido tomados en cuenta como una expresión del fenómeno del hambre.

Por otra parte, existe en millones de individuos, un hambre que experimentan pese a tener el estómago lleno, debido a una sensación de insatisfacción en el área de las papilas gustativas. Un hambre vinculada al apetito que, por un lado, no se sacia con los olores y sabores químicos añadidos a los comestibles industriales, porque sus senti- dos envían al cerebro la señal del engaño y, por el otro, porque estos mismos comestibles tienen químicos adictivos, creando en el individuo una necesidad de estar ingiriéndolos sin pausa y sin que lleguen a satisfacer el apetito que está localizado en las neuronas cerebrales. Una distorsión de la relación hambre-sabor propia de la modernidad alimentaria sustentada en productos de la agroindustria y la química de alimentos que dejan enormes ganancias al capital transnacional.