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Cívica 2016: el acoso y los mexicanos del futuro
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esultado de un trabajo seriamente concebido y desarrollado, el Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana 2016, coordinado por la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo (IEA, por sus siglas en inglés) ofrece un minucioso panorama sobre lo que el alumnado de segundo grado de secundaria en distintos países –el nuestro incluido– piensa respecto de su entorno físico, social e institucional, así como de la relación que mantiene con el mundo contemporáneo.

Descrito de tal modo, este segundo documento de la IEA (el primero se dio a conocer en 2009) parecería limitarse a aportar una serie de datos cuya utilidad se circunscribe especialmente al ámbito educativo, pero si se toma en cuenta que la franja poblacional entrevistada y examinada está compuesta por los ciudadanos que en tiempos no muy lejanos tendrán a su cargo el rumbo del Estado y del país, los resultados de la prueba adquieren un interés y una dimensión sensiblemente mayores.

Las investigaciones y cifras correspondientes a México que incluye el trabajo (que en nuestro contexto se conoce como Cívica 2016) corrieron por cuenta del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), en tanto organismo encargado de evaluar el desempeño y los resultados que la educación básica, media y media superior obtienen en el contexto del Sistema Educativo Nacional. Los encargados de recoger y compilar la información en el plano nacional trabajaron sobre un universo cercano a los 6 mil jóvenes, que respondieron en un cuestionario preguntas sobre asuntos relacionados con la civilidad y el modo en que la viven cotidianamente.

De las numerosas comprobaciones que el documento permite hacer, una resulta particularmente inquietante, tanto por lo que representa aquí y ahora como por las negativas implicaciones que sugiere para el futuro: se trata de la magnitud y la frecuencia que entre el estudiantado de secundaria alcanza el acoso escolar ( bullying) en sus diversas variantes. De acuerdo con Cívica 2016, en efecto en nuestras escuelas el ejercicio de esa práctica supera con mucho a la media que se registra en instituciones educativas de otros países.

Los porcentajes varían según la forma de acoso de que se trate (imposición de apodos ofensivos, burlas humillantes, agresiones verbales, ataques físicos y un considerable etcétera), pero la constante es la comisión y la recurrencia más elevada (y en ciertos casos mucho más) que en las otras 23 naciones donde se realizó el estudio. Es cierto que en términos de puntaje México avanzó algo en comparación con sus resultados de 2009, pero el hecho de que aun así ocupe el tercer peor lugar de la lista, sólo por encima de Perú y República Dominicana, indica que el clima prevaleciente en nuestros colegios y escuelas secundarias (aunque la prueba se haya aplicado en un solo grado del nivel) es alarmante.

No faltan quienes tienden a relativizar el problema argumentando que algunas de las acciones incluidas en el acoso (como la adjudicación de apodos o las burlas) son más hábitos sociales típicamente escolares, y por lo tanto efímeros, que formas de hostigamiento propiamente dichas, y que es aventurado considerar esas conductas como anticipos de futuras preocupaciones cívicas. Sin embargo, si pretendemos que los comportamientos incluyentes y no violentos vayan arraigando con firmeza en nuestra sociedad, más vale que las autoridades pertinentes tomen buena nota del ejercicio de Cívica 2016 y no escatimen esfuerzos en diseñar políticas que, desde la escuela, difundan e infundan los valores de la sociabilidad, el civismo y la democracia.