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2018: precuela y secuela
L

as elecciones presidenciales mexicanas –pero también legislativas y para nueve gubernaturas– aparecen hoy marcadas por la controversia, la confrontación y la intolerancia en el contexto de un Estado ausente con instituciones debilitadas o en proceso de erosión.

Precuela, la amenaza fantasma. Basados en los resultados de las elecciones presidenciales en 2000, 2006 y 2012 el sentido común político dice que en 2018 habrá de inicio tres candidatos fuertes, uno de los cuales terminará hundiéndose como ocurrió en las elecciones anteriores. Como en 2000, se añade, se trata de una elección organizada alrededor de dos polos, pero en esta ocasión se trata de un polo anti priísta y el polo anti populista (queriendo con esto decir anti AMLO). Para algunos analistas la diferencia con las elecciones anteriores es que las instituciones en el país incluyendo las electorales están muy debilitadas. Por otra parte la fragmentación de partidos, de organizaciones sociales y del propio electorado hace que, para varios comentaristas, el candidato ganador lo pueda ser con apenas o menos de 30 por ciento del voto efectivo. Aunado a lo anterior la simultaneidad de las elecciones para el Congreso y para autoridades locales (629 cargos federales, más 2 mil 777 cargos locales) llevan a suponer que la fragmentación en el voto se traducirá en grupos parlamentarios también fragmentados. Así, se agudizarían los retos de la gobernabilidad tanto en el Poder Ejecutivo, como en el Congreso de la Unión y en algunos gobiernos locales.

Desmontando la realidad zombie. De 2000 a 2017 se han desarrollado varios procesos que afectan la manera como se desarrollarán las elecciones en 2018. En primerísimo lugar la debilidad institucional de los gobiernos, en parte producto de la inercia, pero en gran parte resultado de políticas deliberadas. Al diablo con las instituciones no parece ser consigna de un partido o candidato, sino divisa de gobierno en los pasados 17 años. En segundo lugar, hay una grave crisis de representación que comenzó a finales de los 90 cuando el rechazo al formato corporativo no llevó al desarrollo de otras formas de intermediación. Subsistieron en algunos casos los viejos formatos corporativos aunque adaptados a la nueva circunstancia. Ante la débil implantación de los partidos nacionales en el contexto de la transición el papel de la intermediación política se fragmentó y se convirtió en negocio lucrativo de entes privados mucho más allá de las labores de cabildeo. La enorme proliferación de organismos no gubernamentales permitió focalizar y profundizar en temas específicos bajo la agenda crucial de los derechos humanos; pero no alcanzan aún a cuajar en una oferta política convergente, ni en una red de mediaciones capaz de captar las pulsaciones de una sociedad en movimiento, pero no sólo en la ciudad de México.

La secuela tal cual. Si todo sigue como pregonan un gran número de analistas nos encaminamos al más negro momento de la historia reciente de México. Se palpan enormes polarizaciones entre los principales actores políticos. Las perspectivas económicas, incluyendo el desenlace de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, son inciertas. Los crímenes atroces que enlutan a miles de familias mexicanas y la inseguridad rampante rompe el tejido social y añade una percepción muy amplia de desamparo.

Otra secuela. Pero el determinismo es siempre una mala compañía en el análisis político. Dos preguntas surgen: cuál es la secuela que queremos y sobre todo necesitamos para evitar esta catástrofe que otea en el horizonte? Y dos, qué eventos e iniciativas podrían modificarla?

En todo caso nada peor que terminar como Roy Batty, el replicante de Blade Runner diciéndole poco antes de morir a Deckart: He visto cosas maravillosas que no se imaginan. Todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia.

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