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Mar de Historias

Costura Fina

E

l olor a café tostado inunda el pequeño establecimiento. Tiene seis mesas. En la más cercana a la puerta conversan Eréndira (pants color mostaza, cabello largo y entrecano atado con una pinza) y Sandra (chamarra capitonada, camiseta negra y falda.) Ambas calzan tenis.

Eréndira: Hacía añísimos que no nos veíamos. ¿Cómo me reconociste?

Sandra: Porque estás igualita.

Eréndira: ¡Mentirosa! (En tono más bajo.) ¿Sabes cuántos años voy a cumplir? Cincuenta y cinco, el dieciséis de diciembre. Soy casi una sesentona y con cuatro nietos. ¿No te parece increíble cómo ha pasado el tiempo?

Sandra: ¿Qué edad tenías cuando entraste a Costura Fina?

Eréndira: Diecinueve. Era una escuincla que no sabía ni enhebrar una máquina. (Se mira la mano derecha mutilada.) Antes no perdí todos los dedos. (Sonriente.) Ay, no te imaginas qué gusto me da verte, saber que tu familia está bien y que a tu casa no le pasó nada con el último terremoto.

Sandra (Toca la medalla que cuelga de su pecho): Gracias a Dios todos estamos bien, pero a mi hermano que vive en Ecatepec se le ladearon sus cuartos.

Eréndira: Lo mismo sucedió en el multifamiliar que está enfrentito de mi casa. A los inquilinos los evacuaron. Viven en campamentos y quién sabe cuánto tiempo seguirán allí. Qué duro ¿no? (Ve a Sandra consultar su reloj.) Es domingo. No vayas a salirme con que tienes prisa.

Sandra: No. ¿Qué tal si nos tomamos otro cafecito?

II

Eréndira: ¿Has sabido algo de nuestras antiguas compañeras?

Sandra: No, de ninguna, sólo de Wendy, la que era sobrina del velador que murió en el terremoto del 85 junto con cinco overlistas.

Eréndira: Fueron seis: a Luz la encontraron después, en el almacén...

Sandra: Antes no hubo más muertas. El edificio en donde trabajábamos siempre estuvo en pésimas condiciones. Luego, con las máquinas tan pesadas que metieron los dueños, se resintió aún más.

Eréndira: Ahorita que lo dices recordé que Luz siempre decía: Esta madre se va a caer y vamos a morirnos aplastadas.

Sandra: Como que Luz presentía lo que iba a sucederle.

Eréndira: Y de milagro no nos pasó a todas. Todavía no entiendo cómo pudimos salir del taller. Sólo tenía una salida y la puerta quedó atrancada con los rollos de tela y los pedazos de pared que cayeron. Logramos abrirla porque Rafael y Marte la empujaron durísimo. Gracias a eso nos salvamos.

Sandra: Amiga, es que en el 85 todavía no nos tocaba. Cuando Dios dice hasta aquí nada te salva. (Sonríe.) Pero mejor ya no sigamos hablando de eso porque me dan ganas de llorar.

Eréndira: A mí también. (Se enjuga una lágrima.) ¿No se te antoja un pay?

III

Eréndira: ¿Sigues en la costura?

Sandra: No. Soy cajera en una distribuidora de llantas. Y tú, ¿trabajas?

Eréndira: Sí, limpiando casas. No saco gran cosa, pero lo que sea es bueno. Carmelo –mi marido, ¿te acuerdas?– es hipertenso y diabético. Falta mucho al taller. Si no chambea no gana, pero los gastos aumentan a diario, y más con los cuatro nietos.

Sandra: Me gustaría conocerlos.

Eréndira: A mí también. ¿Cuándo vas a visitarme?

Sandra: Nomás que sepa dónde vives.

Eréndira (toma una servilleta de papel y pide una pluma a la mesera): Te apunto mi dirección y el teléfono de la casa porque el celular me lo robaron en la micro.

Sandra: A Rommy van tres veces que le sucede lo mismo. Pero ya le dije que ni crea que le voy a comprar otro. Si quiere, que se lo pague ella con su dinero. Trabaja en una tintorería.

Eréndira: ¡Rommy! La conocí chiquitita. Tu mamá la llevaba al taller cuando nos quedábamos horas extras. Si no estoy equivocada, tu hija debe andar por los treinta y tantos. ¿Se casó?

Sandra: No. Está con su pareja. Adán es un buen hombre. Me ayuda con los gastos cuando tiene trabajo, lo malo es que no dura en ninguno. Siempre halla pretextos para renunciar.

Eréndira: ¡Cómo no! Sabe que cuenta contigo.

Sandra: Pues que no se atenga a eso porque ya no soy ninguna jovencita y cualquier día pueden echarme de la distribuidora.

Eréndira: Decías lo mismo cuando trabajábamos en Costura Fina. Yo también me he pasado todo el tiempo con miedo de perder mi trabajo, como si no hubiera nada más importante qué cuidar.

Sandra: ¿Como qué?

Eréndira: La vida, amiga. ¿Te parece poco?