Opinión
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El rector José Narro y la provincia mexicana
A

diferencia de muchos universitarios de la UNAM, y más aun, de los egresados de las diferentes universidades privadas, buenas y malas, que abundan en la Ciudad de México, no cabe duda de que José Narro Robles tiene lo que podríamos llamar sensibilidad provinciana.

¿Habrá sido por su natalicio en Saltillo, donde guarda fuertes raíces, o sus primeros años escolares en un pueblecito sonorense? ¿Será porque tiene noción clara de la naturaleza del país? Es el caso de que cuando fue rector tuvo siempre muy presente aquello que muchos capitalinos suelen denominar el interior.

Para muestra baste un botón que los universitarios jaliscienses no debemos olvidar nunca, cuando la Universidad de Guadalajara vivió bajo la tupida metralla del gobierno del estado, en aquel año de 2011. Recordemos que, por medio de la prensa escrita, la radio y la televisión, un día sí y otro también nos ponían como lazo de cochino.

Llegó a tal extremo la sinrazón de los ataques que el lúcido secretario de Economía declaró que la Feria Internacional del Libro no representaba ninguna ventaja económica para Jalisco, y otro funcionario, preclaro a más no poder, el secretario de Cultura, arremetió diciendo que el gasto para el nuevo edificio de la Biblioteca Pública del Estado era inútil.

Precisamente fue en el seno de la 25 FIL, dedicada a Alemania, en la que Narro hizo su aparición.

Fue el mismo espacio en el que, años atrás, en 2004, Vicente Fox, otra aportación de singular valía al talento político nacional, nos puso como Dios al perico a los universitarios tapatíos comprometidos en el proyecto de la nueva casa para los libros, porque le estorbábamos en su intención de hacer la Biblioteca Vasconcelos, aquella que se tardó tanto por su mala construcción.

No puedo olvidar la emoción que despertó, en 2011, la participación del rector Narro ante un auditorio que superaba el millar de personas. El discurso del hombre no tuvo una palabra de desperdicio y, enardecido por la indignación, con el puño en alto lanzó su amenaza que, claro, estaba en condiciones de cumplir: quien agreda a una universidad pública mexicana se las tendrá que ver con todas las demás.

No es necesario decir cómo reaccionó el público: los goyas tronaron y retumbaron entre un alud de aplausos que no daba trazas de terminar.

Por otro lado, los avezados nos dimos cuenta de cómo las orejas del gobernador se escurrían con rapidez medio agachados y marcando sus teléfonos celulares.

Al día siguiente los ataques ya no aparecieron más y pronto, en estado etílico, el señor gobernador acudió a hacer las paces. La calidad y la autoridad moral de José Narro fueron contundentes. Medio año después el propio Calderón, por cierto también en estado inconveniente, asistió a la inauguración oficial de la nueva biblioteca que, hoy por hoy, técnicamente sigue siendo la mejor de nuestro país.

¿Qué quieren que diga? Mi deuda con el doctor Narro es permanente.