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Xirau: presencia de una ausencia
D

esde hace dos meses que murió don Ramón Xirau lo he tenido en mente, en especial en su libro Poesía y conocimiento, o en los pasillos y aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), o platicando con su amigo Pepe Saldívar, hermano de mi amigo Antonio, a partir de los acontecimientos surgidos entre su Barcelona de nacimiento y los conflictos separatistas de la España tradicional.

No en balde su inicio adolescente entre separaciones de los padres, éxodo de los mismos hacia Francia (junto con Antonio Machado) se ve reflejado en uno de sus textos que lleva por título Xavier Villaurrutia: la presencia de una ausencia. Comienza con una bella frase del propio Villaurrutia: “…esa realidad poética que podemos llamar la presencia de una ausencia”. Una manera de ver la difícil situación española desde dentro.

La poesía de Villaurrutia envuelve, absorbe, deleita y a la vez angustia porque nos coloca frente a un espejo de doble faz. No sólo desde su riqueza poética sino desde su apertura, como lo señala Xirau hacia la interioridad, hacia la subjetividad y hacia la desrealización. Todo ello se enlaza, por ejemplo, con la búsqueda que inician analista y analizante hacia el mundo interno de ambos.

Xirau señala que la ciudad de Villaurrutia es su propio espíritu y que su poesía trata de alejarse de todo mensaje dirigido al exterior. Un viaje hacia su realidad síquica, que finalmente es la que cuenta tanto en la estructuración más genuina del individuo (el siquismo) así como el factor que condiciona la conducta exterior. En este punto Xirau coloca el dedo en la llaga y considera que en el poema Nostalgia de la muerte (1939), el punto culminante del quehacer político de Villaurrutia dice: ahí el poeta se busca a sí mismo y termina por no encontrarse, donde el sujeto no puede ya dejar de aceptar, no sin dolor e incertidumbre que no es, es decir, enunciar que él no es el objeto y que resulta imposible rastrear el origen, porque no hay tal, porque el yo no es más que una ficción, es inhibición, dado que parte de su función es poner un dique al exceso de realidad.

En un punto del texto, Xirau cita un fragmenteo del Nocturno de la estatua: Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera/ y el grito de la estatua desdoblando la esquina./ Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,/ querer tocar el grito y sólo hallar el eco/ querer asir el eco y encontrar sólo el muro/ y correr hacia el muro y tocar un espejo. Allí, señala Xirau, que de la noche al sueño, del sueño al grito, del grito al eco, del eco al espejo, el poeta cumple un proceso de desrealización radical.

Estas palabras tan lúcidas y tan certeras de Xirau tanto como la voz y el eco de los poemas de Villaurrutia confrontan con el desamparo originario, la incesante búsqueda de la huella originaria que no aparece a pesar de que se busca una y otra vez sin cesar. Confrontan también con el grito originario emitido por el individuo para ser escuchado y auxiliado por un semejante que posibilitará (de ser escuchado) supervivencia física como síquica. Pero no pasa de ser un grito sin respuesta en algunos que condicionará la noche oscura del silencio, el delirio, la alucinación en un intento desesperado por no desfallecer. Lo que deja aquella huella originaria es para Freud como lo es para Villaurrutia, tal como lo interpreta Xirau, la presencia de una ausencia. En palabras de Xirau: “Villaurrutia inventa un mundo para negarlo… Invoca a las cosas que sabe inexistentes… el artista se ha asomado solamente a su abismo interior”.