LA REVOLUCIÓN SOVIÉTICA DE 1917

Álvaro García Linera (*)

Su estallido dividió el mundo en dos; más aún, dividió el imaginario social sobre el mundo en dos. Por un lado, el mundo existente con sus desigualdades, explotaciones e injusticias; por otro, un mundo posible, de igualdad, sin explotación, sin injusticias: el socialismo. Sin embargo, eso no significó la creación de un nuevo mundo alternativo al capitalista, sino el surgimiento, en las expectativas colectivas de los subalternos del mundo, de la creencia movilizadora que era posible alcanzarlo.

La revolución soviética de 1917 es el acontecimiento político mundial más importante del sigloXX, pues cambia la historia moderna de los Estados, escinde en dos y a escala planetaria las ideas políticas dominantes, transforma los imaginarios sociales de los pueblos devolviéndoles su papel de sujetos de la historia, innova los escenarios de guerra e introduce la idea de otra opción (mundo) posible en el curso de la humanidad.

Con la revolución de 1917, lo que hasta entonces era una idea marginal, una consigna política, una propuesta académica o una expectativa guardada en la intimidad del mundo obrero, se convirtió en materia, en realidad visible, en existencia palpable. El impacto de la Revolución de Octubre en las creencias mundiales –que son las que al fin y al cabo cuentan a la hora de la acción política– fue similar al de una revelación religiosa entre los creyentes, a saber, el capitalismo era finito y podía ser sustituido por otra sociedad mejor. Eso significa que había una opción diferente al mundo dominante y, por tanto, había esperanza; en otros términos, había ese punto arquimediano con el que los revolucionarios se sentían capaces de cambiar el curso de la historia mundial.

La Revolución rusa anunció el nacimiento del siglo XX, no sólo por el cisma político planetario que engendró, sino sobre todo por la constitución imaginaria de un sentido de la historia, es decir, del socialismo como referente moral de la plebe moderna en acción. Así, el espíritu del siglo XX fue revelado para todos; y, desde ese momento, adeptos, opositores o indiferentes tendrán un lugar en el destino de la historia.

Pero así como sucede con toda “revelación”, la revelación cognitiva del socialismo como opción realizable, vino acompañada por un agente o entidad canalizadora de este descubrimiento: la revolución.

Revolución se convertirá en la palabra más reivindicada y satanizada del siglo XX. Sus defensores la enarbolarán para referirse al inminente resarcimiento de los pobres frente a la excesiva opresión vigente; los detractores la descalificarán por ser el símbolo de la destrucción de la civilización occidental; los obreros la convocarán para anunciar la solución a las catástrofes sociales engendradas por los burgueses y, a la espera de su advenimiento, la usarán –al menos como amenaza– para dinamizar la economía de concesiones y tolerancias con la patronal, lo que dará lugar al estado de bienestar. En contraparte, los ideólogos del viejo régimen le atribuirán la causa de todos los males, desde el enfrentamiento entre Estados y la disolución de la familia, hasta el extravío de la juventud.

* * *

¿Qué queda ahora de esta revolución? La experiencia más prolongada, en la historia contemporánea, de una revolución social, de sus potencialidades organizativas, de sus iniciativas prácticas, de sus logros sociales, de sus características internas yaaaaa dinámicas generales que pueden volverse a repetir en cualquier otra nueva ola revolucionaria. Pero también queda y nos hereda sus dificultades en la construcción de alianzas; sus desviaciones corporativas, burocráticas, privatistas; sus límites que finalmente la llevaron a la derrota. Queda, entonces, el fracaso de la revolución, su derrota.

Hoy recordamos la revolución soviética porque existió, porque por un segundo en la historia despertó en los plebeyos del mundo la esperanza de que era posible construir otra sociedad, distinta a la capitalista vigente, en base a la lucha y la comunidad en marcha de la sociedad laboriosa. Pero también la recordamos porque fracasó de manera estrepitosa, devorando las esperanzas de toda una generación de clases subalternas. Y hoy diseccionamos las condiciones de ese fracaso porque justamente queremos que las próximas revoluciones, que inevitablemente estallan y estallarán, no fracasen ni cometan los mismos errores que ella cometió; es decir, que avancen uno, diez o mil pasos más allá de lo que ella –con su ingenua audacia– logró avanzar.

A 100 años de la revolución soviética, continuamos hablando de ella porque añoramos y
necesitamos nuevas revoluciones; porque nuevas revoluciones que dignifiquen al ser
humano como un ser universal, común, comunitario, vendrán. Y esas revoluciones venideras
que toquen el alma creativa de los trabajadores no podrán ni deberán ser una repetición de
lo acontecido hace un siglo atrás; tendrán que ser mejores que ella, avanzar mucho más que
ella y superar los límites que ella engendró, precisamente porque fracasó y, al hacerlo, nos
dio a las siguientes generaciones las herramientas intelectuales y prácticas para
no volver a fracasar o, al menos, para no hacerlo por las mismas
circunstancias por las que ella fracasó.

 

(*) Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia.
Este texto forma parte de los capítulos I y III del libro
¿Qué es una revolución? De la revolución rusa de 1917
a la revolución en nuestros tiempos
.
Se publica con la autorización del autor.

Graphic News. Fotos
Getty Images / Oxford
University Press