LA EDUCACIÓN BOLCHEVIQUE,
AL CIELO POR ASALTO

Luis Hernández Navarro

Poco más de tres meses después del triunfo de la Revolución, el 16 de enero de 1918, el naciente Estado soviético llevó a Dios a juicio, acusado de crímenes contra la humanidad. Una Biblia fue colocada en el banquillo de los acusados. Durante cinco horas el pueblo ruso presentó los cargos en nombre de la especie humana. Sus defensores argumentaron en favor de su inocencia. Infructuosamente, arguyeron que no era responsable de lo que se le achacaba por padecer una grave demencia.

El tribunal encontró a Dios culpable del delito de genocidio. Lo condenó a la pena de muerte sin que la sentencia pudiera ser recurrida o aplazada. El día siguiente, a las seis y media de una fría mañana invernal, un pelotón de fusilamiento disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo.

El presidente del tribunal fue Anatoli Vasilievich Lunacharsky, comisario del pueblo para la Educación y las Artes (Narkopros). Crítico literario, gran conocedor de la religión, autor de un libro clásico sobre el tema, se dedicó en cuerpo y alma a la misión de conseguir la ilustración del pueblo. El juicio a Dios que él encabezó fue parte de una campaña mucho más amplia de combate al fanatismo religioso y a la ascendencia de la Iglesia en la educación y las creencias, inscrita en el proyecto de levantar un nuevo orden político.

Filósofo y poeta, preso y exilado, Lunacharsky era un revolucionario con gran arraigo popular, extraordinariamente culto, capaz de leer sin problema seis idiomas y comprender el griego y el latín clásicos. Cuando el 26 de octubre de 1917 el Comité Central del partido comunicó al II Congreso de los Soviets de Petrogrado quiénes eran los miembros del nuevo gobierno, fueron ovacionados tres: Lenin, Trotski y el mismo Lunacharsky. Él era, también, un factor clave en la reconciliación entre la intelectualidad diplomada y el poder soviético, tanto así que se definía como un intelectual entre los bolcheviques y un bolchevique entre los intelectuales.


Nadezhda Krupskaya

Como lo tuvieron que hacer en tantos otros terrenos, los revolucionarios rusos construyeron su proyecto pedagógico sobre la marcha. Heredaban una situación desastrosa. Al comenzar el siglo XX, casi 80 por ciento de la población rusa entre ocho y 50 años era analfabeta. En Asia Central casi nadie sabía leer, y muchas de sus lenguas carecían de alfabeto gráfico. En 1914 se contabilizaban apenas ocho estudiantes universitarios por cada 10 mil personas. Según Lenin, no existía en Europa un país tan bárbaro como el suyo, en el que se despojaba a las masas de la educación, las luces y el conocimiento.

Los bolcheviques se dieron a la tarea de educar a su pueblo en medio de la destrucción provocada por la Primera Guerra Mundial y la insurrección, las agresiones de las potencias capitalistas, la escasez y la hostilidad hacia el nuevo régimen por parte de los profesores, la falta de escuelas y material escolar, además del enorme analfabetismo.

Víctor Serge describe cómo en el año I de la Revolución el nuevo poder educó en aulas sin mobiliario a niños con el estómago vacío, que debían compartir entre cuatro sólo un lápiz. A pesar de ello, se crearon nuevas escuelas en todas partes, se impartieron cursos para adultos y se abrieron facultades obreras.Los resultados fueron sorprendentes. Entre 1917 y 1928 se construyeron 8 mil 700 escuelas primarias y secundarias. Fueron creados centros de educación superior por toda la Unión Soviética. Entre 1920 y 1940 fueron alfabetizados 60 millones de adultos. Sesenta por ciento de la población no había cursado la educación básica en 1926, pero en 1930 el porcentaje ya había disminuido a 33 por ciento.

En lugar de separar las escuelas, los bolcheviques optaron por impulsar la escuela única. Dejaron de lado la educación religiosa y la apología de la figura del zar, e impulsaron un programa antirreligioso, socialista, basado en la enseñanza del trabajo. Su objetivo fue preparar productores conscientes de su papel social a través de la erradicación de las dos grandes plagas: el analfabetismo y la ignorancia, además se puso el énfasis en el fomento a la escolaridad obligatoria, y gratuita, la promoción de escuelas normales y la educación técnico-profesional.

Entre 1917 y 1928, época en que las discusiones políticas eran un procedimiento habitual entre los revolucionarios, los lineamientos educativos se fueron definiendo por medio de intensos debates y experimentos. La sistematización de la práctica pedagógica y la elaboración de la política pública caminaron de la mano. Se reconoció en la praxis el fundamento de todo conocimiento y el criterio de verdad. El trabajo productivo sirvió de principio-guía de los nuevos contenidos escolares. Se estimuló la capacidad de aprender de manera autónoma.

Aunque el debate se extendió a lo largo de los años y llegó incluso a la Internacional Comunista, el modelo educativo soviético tuvo, a partir de 1928, el mismo destino que el conjunto de su Estado y su sociedad. El adoctrinamiento sustituyó a la experimentación y el centralismo a la autonomía, al tiempo que la tecnoburocracia ganó cada vez mayor influencia. Sin embargo, a pesar de ello, se conservó viva la enseñanza politécnica y la vinculación de la educación con el trabajo social. Y, por encima de todo, se siguió adelante con lo que fue una verdadera epopeya educativa.


Lenin y Lunacharsky

No es una exageración. Casi dos décadas de la existencia de la Unión Soviética fueron atravesadas por guerras y reconstrucciones. Tan sólo durante la Segunda Guerra Mundial el país perdió la cuarta parte de su riqueza nacional. En la zona ocupada por los nazis fueron arrasadas mil 710 ciudades y 70 mil aldeas; no quedó en pie una fábrica, una mina o una granja. Murieron alrededor de 27 millones de personas.

No obstante ello, según la investigadora Flora Hillert, entre 1919 y 1983 se graduaron en centros de enseñanza secundaria general y especializada casi 103 millones de personas, y 19 millones en centros de enseñanza superior. En 1983, uno de cada cuatro científicos en todo el mundo era soviético.

Véase por donde se vea, más allá de sus carencias y limitaciones, el experimento educativo soviético representó un enorme salto hacia adelante en la lucha por la ilustración y contra el oscurantismo. Aunque las ráfagas que el pelotón de fusilamiento soviético disparó contra el Creador la fría madrugada de enero de 1918 no hayan alcanzado siquiera las nubes, mostraban el tamaño de su propósito. Si en alguna actividad humana los bolcheviques alcanzaron a tomar el cielo por asalto, esa fue la enseñanza.