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La palabra es el pilar en medio del caos; es vida: Gerardo Méndez

El cuentacuentos de los dos 19 de septiembre en México

El también brigadista dice a La Jornada que el fantasma nos regresó al pasado

Los niños ahora, como hace 32 años, piden historias de terror para gritar y lograr una catarsis tras el terremoto de hace una semana

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Gerardo Méndez, en Jojutla, Morelos, zona devastada por el terremoto de magnitud 7.1, el domingo pasado, donde los niños, como sucedió luego del movimiento telúrico de 1985, pidieron que les contara historias de terrorFoto cortesía del artista
 
Periódico La Jornada
Martes 26 de septiembre de 2017, p. 4

En una fracción de segundos, el fantasma volvió. Nos regresó al pasado, 32 años atrás. Nos lo topamos, con estupor, de frente, y apenas alcanzamos a balbucear: ¿no que ya te habías ido?

Así resume Gerardo Méndez (Bogotá, 1953), de oficio cuentacuentos y brigadista en 1985, la experiencia de volver a encontrarse ante una emergencia colectiva en la Ciudad de México, en la cual, su herramienta de rescate es, de nuevo, la palabra.

Como sucedió hace tres décadas luego de los sismos, los pequeños ahora le piden historias de terror, para poder gritar a sus anchas y así lograr hacer catarsis de lo vivido el pasado martes 19.

De nuevo, explica el actor en entrevista con La Jornada, las personas en el albergue se reúnen en torno al narrador porque buscan la palabra, la verdad, la honestidad. La palabra es el pilar en medio del caos, porque la palabra es vida.

Las personas afectadas por el sismo, continúa, saben que no les vamos a contar que mañana tendrán de nuevo sus casas, saben que no mentimos, que no les decimos una verdad disfrazada, que les llevamos la neta, y esta es simplemente un cuento de a de veras.

Más narración oral que teatro

Gerardo Méndez, quien también es escritor, desde los años 70 radica en México, donde se naturalizó. Antes de 1985 ya trabajaba de narrador oral, iba con su baúl lleno de tiliches por todos lados. La experiencia de los sismos lo hizo andar más ligero.

“Luego de aquel primer 19 de septiembre, como no sirvo para la cargada pero quería ayudar a los damnificados, tomé mi auto y me fui a los albergues a contar cuentos, con todo y escenografías, utilería, máscaras. Pero la urgencia de la situación no era para cargar tiliches. Fue cuando comencé a dedicarme más a la narración oral que al teatro como tal, pues era incómodo llegar a un albergue a montar mi escenario. Me decían: ‘no, señor, ahorita hay 50 niños que necesitan que usted se siente ya con ellos a contarles un cuento, no arme nada, no hay dónde’.

“Los pequeños querían cuentos de terror, no historias de princesas o de piratas, porque a través de los cuentos de miedo gritaban conmigo. Les contaba historias de monstruos, de La Llorona, y así lograron liberar sus miedos. Los adultos también me decían: ‘cuéntanos algo que me haga vibrar, acabo de pasar un momento traumático’.”

Méndez trabajó de voluntario en los albergues que en 1985 se instalaron por la zona de Coyuya, Jamaica y el Congreso de la Unión; “llegué a ir a sitios donde había entre 200 o 300 niños, muchos provenían de las colonias Roma y Obrera.

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Gerardo Méndez, de origen colombiano y naturalizado mexicano, en la Ciudad de México en 1985, en su labor de cuentacuentos tras el terremoto del 19 de septiembre de ese añoFoto cortesía del artista

“La semana pasada, la sorpresa nos sacudió a todos. Otra vez lo mismo. No sólo se nos removió la memoria del 19 de septiembre de 1985, sino todos los recuerdos de los años 80.

Pienso que la magnitud del desastre de aquel terremoto fue mayor porque los treintañeros no sabíamos qué hacer, mucho menos las personas mayores. Ahora, nosotros sí sabíamos para dónde correr, por dónde empezar.

El humor, recurso esencial

Gerardo Méndez ha pasado los recientes días trabajando de voluntario en Morelos, debido a que los albergues de la Ciudad de México están saturados de titiriteros, cuentacuentos, brigadistas de instituciones que llenan de actividades a los pequeños.

“Me fui a Jojutla y lo interesante es que han pasado 32 años y al preguntarles a los niños qué querían escuchar me respondieron: queremos cuentos de miedo, de terror.

“A través de la palabra es como nos estamos reconstruyendo estos días, contando lo sucedido desde nuestra verdad, porque resulta que miramos la televisión esperando que ellos sean los de la verdad y son los que nos echan el cuento, en el mal sentido del término: nos cuentean.

Estos días también percibo más miedo que en 1985; en Morelos hay muchas personas que perdieron sus casas, por todos lados se ven familias enteras que van de un lado para otro con sus escasas pertenencias en autos o carretas.

Por eso, reitera el cuentacuentos, otro recurso esencial que utiliza es el humor: “Ayer estuve en la colonia Escandón con algunos compañeros narradores del Fondo de Cultura Económica y nos gustó mucho provocar carcajadas, pues son liberadoras, aunque después se vuelva a la terrible realidad. Somos los brigadistas de la risa, de la liberación espontánea.

“Pero no es la risa por la risa: atrás está la reflexión. Les cuento una historia de Anthony Brown que se llama Willy y la nube, que habla de una nube que busca echar a perder el día a Willy. Finalmente Willy se enfrenta a ese temor, a la negra y tormentosa nube que se disuelve en agua, y se va al parque, feliz.

Ese es el mensaje que por fortuna mejor captan los pequeños: no dejes que una nube negra amargue tu día. Hay que pensar en esto desde el humor, sin tirarse al piso o azotarse, pues en estos momentos no se trata de ponernos todos a llorar.