Opinión
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Romeo, Julieta, Barbazul, Judith...
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elsinki. El pasado miércoles, la Orquesta Sinfónica de la Radio Finlandesa (OSRF) ofreció el primer concierto de su nueva temporada, bajo la dirección de su titular, Hannu Lintu. Antes de la música, un par de datos demográficos ciertamente interesantes. El público, muy numeroso, estuvo conformado casi exclusivamente por melómanos bastante mayores de edad. (Me incluyo, no hay escape). Parece ser que esto de la lejanía entre la música sinfónica y los jóvenes es un asunto universal que está presente incluso en una sociedad de un altísimo nivel educativo como es la finlandesa. Por otro lado, en las filas de la OSRF tocaron esa noche una cincuentena de mujeres, democráticamente distribuidas en todas las secciones orquestales; eso es algo muy usual por estos rumbos, uno de tantos ejemplos a seguir en el tema de la equidad de género.

El programa elegido por Hannu Lintu fue de una inteligencia impecable: dos intensas historias de amor, de características radicalmente distintas, tanto en sus textos de origen como en las modernas músicas creadas para acompañarlas. De inicio, una selección del propio Lintu de ocho números del ballet Romeo y Julieta de Sergei Prokofiev. Desde el primer acorde fue posible calibrar la sobresaliente acústica del Musiikkitalo (Casa de Música) de Helsinki, una de las mejores salas de concierto del mundo, arropada además en una arquitectura tan atractiva como eficaz. Durante toda la noche, se escucharon simultáneamente una rica y potente masa orquestal, y la presencia altamente individualizada de cada sección y cada instrumento. En su selección de esos números de Romeo y Julieta, Hannu Lintu procedió principalmente por contraste, logrando una dramaturgia musical particularmente destacada el colocar el potente episodio de la muerte de Teobaldo inmediatamente después de la lírica escena del balcón. La provocación, la pelea y la subsecuente muerte de Teobaldo fueron expresadas por Lintu y la OSRF de una manera urgente y salvaje, en correspondencia plena con las letras de William Shaskespeare y los sonidos de Prokofiev. A lo largo de toda la suite, el director enfatizó con autoridad los registros graves de la orquesta, dando así un cimiento especialmente sólido al oscuro drama de Capuletos y Montescos. Después, una electrizante versión en concierto de la ópera El castillo de Barbazul de Béla Bartók, una de las obras indispensables del repertorio escénico-musical del siglo XX. Se trata, estrictamente, de una serie de poderosos tableaux en el que se destilan tres facetas de dolor intenso: el de Judith, el de Barbazul y el del propio Bartók, quien a esas alturas de su carrera (tenía 30 años de edad) ya había recibido algunos crueles golpes del destino. Para contar la tétrica historia de Barbazul, su reciente enamorada Judith y sus malogradas esposas previas, Bartók creo una partitura de altos vuelos, con enormes contrastes expresivos y tejida alrededor de una estética implacablemente moderna perfilada aquí y allá con detalles orquestales mórbidos y decadentes. La lectura realizada por Hannu Lintu y su orquesta a estas simas y cimas de pasión enfermiza fue electrizante de principio a fin, y funcionó espléndidamente como sustento sonoro a las voces de la soprano lituana Violeta Urmana y el bajo ruso Mikhail Petrenko quienes, en ausencia del complemento teatral, cantaron sus roles con todo el drama que el formato permite. Violeta Urmana (a quien en 2012 le escuché una soberbia Isolda en esta misma sala de conciertos) hizo una Judith intensa, adolorida y lacerada por las visiones de un amor condenado, mientras Mikhail Petrenko condujo adecuadamente a su opresivo Barbazul por los oscuros y densos laberintos que prefiguran un destino inexorable; drama vocal y actoral de primer nivel a lo largo de toda la obra. La Judith de Violeta Urmana fue proyectada con intensidad particular gracias a que la cantante lituana no es ajena a las labores de mezzosoprano, lo que le permitió sostener un cimiento especialmente sólido en su registro grave.

Una de las ventajas que tiene la ópera en versión de concierto (claro, cuando se trata de una ópera enorme como El castillo de Barbazul y no uno de los usuales y soporíferos caballitos de batalla) es que permite poner una atención más concentrada en la orquesta. A juzgar por lo que vi y escuché la noche del miércoles en el Musiikkitalo de Helsinki, me atrevería a afirmar que esta ópera representa probablemente el logro más potente y refinado de Bartók en el ámbito de la orquestación. Este concierto dedicado a estos cuatro malogrados amantes fue, en las manos, instrumentos y voces de Hannu Lintu, Violeta Urmana, Mikhail Petrenko y la Orquesta Sinfónica de la Radio Finlandesa, una sesión musical de primer mundo, de principio a fin.