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El conflicto étnico confronta a Kadyrov con Putin

Miles de musulmanes protestan en Chechenia por la matanza de la población rohingya en Myanmar
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 5 de septiembre de 2017, p. 23

Moscú.

Flaco favor a su gran protector, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, hizo el gobernante de Chechenia, Ramzan Kadyrov, al sacar a la calle –ayer domingo en Moscú y hoy lunes en Grozny– a miles de musulmanes para protestar contra lo que denomina genocidio de sus hermanos de fe en Myanmar, cuya población es mayoritariamente budista.

Sendos mítines, primero frente a la embajada de Myanmar en Moscú y luego junto a la gran mezquita de Grozny, mostraron la capacidad de Kadyrov para hacer alarde de seguidores en acciones no autorizadas por el poder central, sin recibir la habitual acometida de las fuerzas antidisturbios federales, que asistieron cual testigos impasibles aun cuando las protestas, en realidad, iban contra la política de Rusia.

Además, la noticia puso al titular del Kremlin, quien este lunes se encuentra en la ciudad de Xiamen, sede de la cumbre anual del BRICS, en una situación incómoda ante el país anfitrión, China –viejo aliado de Myanmar, donde tiene fuertes intereses económicos– y, por la forma desafiante en que se planteó, podría tener serias consecuencias en la política interna de Rusia.

¿Qué es lo que pasó? En ausencia del jefe de Estado, y sin tomar en cuenta la posición oficial de Rusia de no entrometerse en el conflicto étnico que enfrenta al gobierno de Myanmar con la minoría musulmana rohingya en el estado de Rakhine, el gobernante de Chechenia movilizó a miles de personas para –en esencia, más allá de expresar su condena a las atrocidades que atribuye Grozny a las fuerzas gubernamentales en el oeste del país asiático– dejar constancia que no está de acuerdo con el Kremlin.

Impulsivo como es, de ese modo Kadyrov lanzó una doble afrenta a Putin: exige romper con Myanmar, que para Rusia es un importante mercado para la venta de armamento, y pone una desagradable piedra en el zapato del presidente ruso al cuestionar que China –aliado del Kremlin en términos de geopolítica, en una coyuntura que obliga a buscar contrapesos al deterioro de su relación con Estados Unidos– brinde su apoyo a un régimen que, según él, extermina a los musulmanes.

Ciertamente, desde 2012, Kadyrov pidió a Putin en nombre de millones de musulmanes rusos utilizar toda la influencia de Rusia, país miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, para llamar la atención de la comunidad mundial sobre la tragedia del pueblo rohingya.

Pero el Kremlin hizo oídos sordos a la petición y adoptó una posición de neutralidad, mientras vendía su cazas Mig-29 y desbrozaba el camino para suministrar armamento más sofisticado.

En consecuencia, Rusia no tomó partida por nadie en el conflicto étnico de Myanmar y, en marzo de este año, no apoyó, igual que hizo China, una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU referida a la necesidad de proteger a la población musulmana del país asiático, impedida de recibir hasta ayuda humanitaria.

Ahora, con exhibiciones de fuerza en la calle, Kadyrov afirma que incluso si Rusia apoya a esos canallas que hoy cometen crímenes (en Myanmar), me opondré a Rusia, tengo mi propia visión.

Y agregó el gobernante checheno: Si de mí dependiera, arrasaría ese lugar con bombas nucleares para acabar con esa gente que asesina a niños, mujeres, ancianos.

Si el Kremlin reacciona como debe, Kadyrov tendrá que apaciguar sus ánimos y todo quedará en desafortunada anécdota; si no lo hace, será un testimonio de debilidad del poder central frente a una pequeña república norcaucásica cuya lealtad a Moscú depende de los subsidios y de la impunidad que reclama a cambio.