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Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios LX

D

ebo recordar…

A mi anterior entrega a La Jornada (LIX), puse final así: “Una amable lectora, que dijo llamarse María de la Paz (sin mayores apellidos), me contactó telefónicamente y me hizo varias preguntas sobre la fiesta brava, y una de ellas sí que me llamó la atención…”

* * *

Textualmente:

(AAB): según su opinión, ¿cuál ha sido el mejor empresario que ha tenido la plaza México?

Debo confesar que en innumerables ocasiones lo he pensado, así que recurrí a mi biblioteca y a la memoria para mencionar a los que fueron (esperando no se me haya escapado alguno); relación en la que hay de todo: estupendos, malos, regulares, mediocres y hasta un nefasto.

Larga lista.

Neguib Simón, el visionario empresario, al que, desgraciadamente, las envidias, rencores y el grupo de sus encarnizados enemigos destrozaron, despojándolo de todo, por lo que concluyó sus días en penosa situación; en su esplendor nombró a su pariente Miguel Simón para manejar el coso de sus amores.

Lorenzo Garza, toda una figura del toreo, destacó como ganadero y su paso por el embudo de Insurgentes no dejó mayor huella, por breve, debido a su temperamento y carácter.

Alfonso Gaona de Lara, quien, según mis cuentas, ha sido el empresario que manejó el embudo de Insurgentes por más tiempo y durante esos años tuvo momentos verdaderamente sensacionales, otros que no lo fueron tanto y, eso sí, en su haber hay que anotarle que tuvo –como buen optometrista– mucho ojo para darse cuenta de que matadores y novilleros tenían cualidades para llegar a la cumbre.

Fernando Hernández Bravo, conocido en los medios de comunicación especialmente en los entonces popularísimos noticieros fílmicos y de quien nadie supo en qué aras llegó a la gerencia de la plaza México, no se hizo viejo en el puesto por no haberle dado la debida importancia, amén de considerar que la prensa taurina no merecía su atención. Las uniones de matadores, subalternos y empleados, lo pusieron en sus respectivas listas negras.

Tomás Valles, hombre de una gran visión y que, sin conocer la fiesta al dedillo, llegó a ser un verdadero maestro que supo enfrentarse a los difíciles años de la fiebre aftosa y que –según el mismo lo decía– gracias a la fiesta, conocido y apreciado. Incursionó en la política: fue director de la Compañía de Subsistencias Populares, y cuando la opinión pública y un crecido grupo lo veían como futuro Presidente de la República, el entonces primer mandatario, don Adolfo Ruiz Cortines, lo designó embajador extraordinario y plenipotenciario en todos los países del continente europeo.

Arturo Álvarez El Vizcaíno, matador que fuera de no muy destacadas polendas, tenía a su favor ser conocido por todas las fuerzas de la fiesta y era amigo del entonces abogado de don Moisés Cosío, licenciado Ignacio García Diego, más conocido por su apodo de El Canelo.

Hombre por naturaleza pacífico no pudo –o no quiso– lidiar con los entretelones de la fiesta, así que optó por renunciar a las primeras de cambio.

Ángel Vázquez, el más nefasto de los manejadores de la plaza México, cubano o gallego, según le convenía, llegó ahí impuesto por el licenciado Alberto Bailleres, quien consideró que un experto en beisbol sería el más indicado; craso error. Para comenzar, puso en su oficina el letrero Se prohíbe hablar de toros. Después, con lujo de prepotencia, hizo saber que los toreros quedarían sujetos a contrataciones y sueldos por año. Él les indicaría en qué plazas y con qué ganado, y llegó al nivel de leerles la cartilla a los jueces de plaza.

Matadores, ganaderos, subalternos y demás lo jonronearon, hartos de tanta suficiencia e incompetencia.

Fermín Espinosa Armillita fue recibido con los mejores deseos y esperanzas por sus conocimientos, sus relaciones, su educación y su sencillez y, por lo mismo, no soportó que le dieran instrucciones de cómo manejar la plaza México. Consciente de que su nombre, su fama y su prestigio se dañarían para siempre, optó por renunciar, lo que fue una lástima, ya que él sí hubiera podido restaurar su brillo y esplendor al magnífico escenario.

(Continuará)

(AAB)