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El estante de lo insólito

Fernando del Paso. El gran aspirante

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Foto Ilustración Manjarrez

Todos los días llegan alguna vez, aunque no lo creas y aunque no lo quieras, y por más lejanos que parezcan. El día en que cumples dieciocho años y tienes tu primer baile. El día en que te casas y eres feliz. Y cuando llega el último día, el día de tu muerte, todos los días de tu vida se vuelven uno solo. Y resulta entonces que tú, que todos, hemos estado muertos desde siempre.

Fernando del Paso. Noticias del Imperio.

Fiel de la balanza

E

n 1992 la revista Nexos organizó un encuentro denominado El Coloquio de Invierno. Se trató de una importantísima reunión con grandes escritores, historiadores, científicos, sociólogos, etcétera. Acusando una invitación tardía y un apoyo que, a su decir, concentraba los mayores apoyos de los grupos de poder en el país, la revista Vuelta le pegó con todo, y la mayoría de sus notables rehusaron participar. El ir y venir de críticas (encabezadas por Octavio Paz) entregó una jugosísima y enriquecedora polémica con argumentos muy valiosos por ambas partes, fundamentalmente la editorial de Vuelta: La conjura de los letrados, y la respuesta de Nexos: Nexos y El Coloquio de Invierno. Pero, al final, lo importante era la aportación de ideas, no detentar TODA la verdad. La mejor voz fue la de Fernando del Paso, escritor mexicano afín a Vuelta, quien no sólo aceptó la invitación de lo que se suponía el grupo adversario, sino que además hizo una de las ponencias inaugurales de los tres grandes temas del coloquio (las otras fueron de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, con la idea de que lo hicieran tres novelistas latinoamericanos). Brillante en su contenido y su postura, muchos lo consideraron el hombre con más claridad en la polémica, si bien su ponencia La imaginación al poder, era muy profunda y sin distracciones, a Del Paso le bastó un párrafo sobre el asunto:

“(soy)… sólo un novelista a quien se invitó a participar como tal en este coloquio, en el cual encuentro que numerosos participantes no son mis amigos, nos los conozco, y con algunos discrepo profundamente. Extraño en cambio a intelectuales amigos que pudieron haber sido invitados, pero el hecho de que no sea así no me concierne, ni me parece motivo de escándalo.”

Siempre con humildad, aseverando que aceptó a pesar de no tener la fuerza y claridad de Fuentes y García Márquez, Del Paso dejó constancia de su posición (él continuamente habla de terquedad, para defender el lenguaje, para prepararse, para investigar…) y reimpulsó el concepto de sí mismo como un perenne Aspirante. A ser un buen escritor, un buen analista, un buen mexicano.

La terquedad de los años

Tras ganar la beca Guggenheim, el escritor vivió 14 años en Londres, donde fue locutor para la BBC. También fue agregado cultural en Francia, dibujante, pintor y, con su esposa, coautor de recetas gastronómicas, además de innovador, posmoderno, humorista…

El 23 de abril de 2016, Fernando del Paso recibió el Premio Cervantes de Literatura de manos del Rey de España. Aspirante de la justicia, colmado de elogios y en ceremonia de una insignia tan grande, el autor no omitió su sentir del momento más allá de las letras:

“Las cosas no han cambiado en México sino para empeorar, continúan los atracos, las extorsiones, los secuestros, las desapariciones, los feminicidios, la discriminación, los abusos de poder, la corrupción, la impunidad y el cinismo. Criticar a mi país en un país extranjero me da vergüenza. (…) No denunciarlo, eso sí que me daría vergüenza.”

Y siguió sobre Cervantes, Faulkner, Dos Passos, Pérez Galdós, Machado, Savater… y los latinoamericanos Paz, Vargas Llosa, Borges, Cortázar, Fuentes, Sor Juana… y, por supuesto, el origen de su camino en la literatura con la novela José Trigo

Un libro reflejo de mi obsesión por el lenguaje, mis fascinación por la mitología náhuatl y que obedecía a tantos otros propósitos, que lo transformaron casi en un despropósito.

Nueve años le tomó lograr José Trigo, ese portento de historia, invención y hasta poesía que resume y define la monumentalidad de la novela…

Porque todo será mentira,/y porque todo será posible: cuando se tienen cuatro días de ir comiendo olvido,/andar tragando miedo y llorar calando fríos,/se tiene sed a botellones huecos,/se sabe hambre a zopilotes lentos, se llueve y se mojan pedazos,/de piedras,/de ríos,/de pollos,/de moscas...

Palinuro y la otra medicina

Palinuro de México cura lo que el escritor dejó en el camino, abandonando las intenciones de convertirse en doctor, presentando a un estudiante de medicina que muere en los refuegos de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Desde ahí parte en la búsqueda del entendimiento, entre la floritura lingüística y temática que llega como un propio, sin disculparse, y demandando atención y apoyo de la historia política y la verbalidad de excelencia con diccionario al lado. Una historia para apasionarse con el andar de sus días y de su tiempo:

“¡Había calles de temperamento fastuoso y las marquesinas se arrodillaban a nuestro paso; calles con sederías y terraplenes de alfombras cautivas y cornucopias que derramaban sobre la acera turbiones de naftalina y céfiros ahulados. Y había también calles con puestos de verduras y frutas que tenían vida propia, y donde las verduleras, con pechos gordos como bombas de tiempo, se empeñaban en batallas bulbosas arrojándose tomates trasnochados, alcachofas conejas y manzanas con los azúcares abiertos. (…) y calles vacías y oscuras como presentimientos tiznados, calles y callejuelas encadenadas al siglo antepasado, que ya se habían olvidado de sus nombres.”

Pero si existe temple en el rigor histórico entonces hay que leer Noticias del imperio, donde Maximiliano y Carlota cruzan por el México de Benito Juárez y todo lo que existe de sentir nacionalista y compromiso con las hojas de lo contado y lo vivido, encuentran el análisis profuso entre personajes dotados de todos los elementos que los hacen más tangibles que la estampa de sus estudios, de su visitación para entender el asentamiento efímero y finalmente trágico del imperio que se alentó desde dentro, que costó guerras y sangre y que entre los soldados arrostrados en terrenos de combate. Entre Lincoln, los adeudos internacionales, la intervención francesa, los barcos bélicos en Anton Lizardo y las frutas, rostros y tradiciones que asombran y maravillan a los visitantes de las naciones extranjeras, entre ellos, los poco comentados legionarios africanos sumados a la infantería napoleónica.

La voz de Carlota es única, es real, es sensible, es lo que piensa cuerda y en la locura la emperatriz que fue, que extraña a su hombre y a los súbditos que la desdeñaron en un país que nunca entendió.

“(…) se acabaron las campanas que mandaste fundir para hacer más cañones, y por eso no hubo, en la que aún era la mañana del día más bello del año cuando recorriste de nuevo, en tu caja y con los pies de fuera, las mismas calles silenciosas y de puertas y ventanas ciegas, no hubo, Maximiliano, el día de tu muerte, campanas que tocaran a duelo en la ciudad de Querétaro”.

El lance de la novela negra

David/Dave Sorensen está preocupado por fumar en el balcón y no impregnar la vivienda con olor a tabaco, algo que molestaba demasiado a Linda, su mujer, una consideración que está por encima de un detalle: ella está en la sala, muerta, escurriendo un hilo de sangre, asesinada por él mismo. Así comienza Del Paso la narrativa de su novela distinta Linda 67. Historia de un crimen, la que no tiene que ver con la fenomelogía de la historia, sino con los lineamientos de un género específico: la novela negra. Pero abre afrentando una máxima: desnudar al asesino desde el primer momento.

Sorensen, el mexicano de tatarabuelo danés que llegó para quedarse a Coatepec, Veracruz para construir una fortuna con el café; Sorensen nacido en Londres (el Londres vivido por Del Paso 14 años tras recibir la Beca Guggenheim), pero de recio espíritu charro, enamorado de la gringa de origen francés Linda Lagrange, con una historia ocurrida en tierra de diversidades en San Francisco… y así, Del Paso puede hacer la novela de una tragedia amorosa con aderezos policíacos, pero sin dejar de citar a Malcolm Lowry, y hasta adentrarse en el beisbol de las leyendas y los récords, con Babe Ruth y Lou Gehrig.

Linda, la linda de verdad, esa gringa magnífica que estaba en todo el apogeo de su belleza pagana, de su hermosura sensual y grosera, de su esplendor anglosajona de carne maciza bronceada por el sol, rubia como el trigo y de ojos azules como el azul metálico de Daimler Azul. Del Paso lo goza, es su novela distinta, pero de ninguna manera es menor.

Así como su narrativa tiene prodigios de lenguaje, pirotecnias exacerbadas de conceptos eruditos, con la llaneza natural de los propios (entre ferrocarrileros, sommeliers o soldados), en un barroquismo lírico excelso, la imagen de Fernando del Paso es la que destaca en el auditorio más allá de su posición en escenario por el golpe visual de sus combinaciones de colores chillantes, con mezclas desmedidas, desfachatadas, incuestionables entre moños que combinan con otra cosa, corbatas de tonos escurridos como afrentas a la concentración visual; con el gozo de vestirse de novela negra para presentar su novela negra, como personaje que mimetizaba los ímpetus cuenta cuentos de Dashiel Hammet, Patricia Higsmith o Raymond Chandler, pero en sacos multicolores, rayados delirantes y guantes con yemas abiertas.

Si lo primordial es la belleza estilística y la veracidad de su prosa, Del Paso parece creer también en la permanencia de la imagen personal, no sólo en el deslumbramiento de sus corbatas, sino en la fineza de su charla. Disfrutamos la literatura de Fernando del Paso como la explosividad de su risa, de su humor cubierto por ropajes retadores, agradecidos porque no abandone la base terrena, y mantener la capacidad de declarar para la televisión privada que la piratería cinematográfica tenía razón de ser porque el cine es muy caro. La visión más allá.

Twitter: @nes