19 de agosto de 2017     Número 119

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Chiapas

Las Fiestas del Buen Comer

Martha Elena García y Guillermo Bermúdez Periodistas de ciencia independientes, especializados en temas de alimentación y medio ambiente  [email protected] y [email protected]


FOTOS: Guillermo Bermúdez

Una nublada mañana de abril, la comunidad de Río Tanate’el, municipio de Cancuc, Chiapas, se prepara para realizar su Fiesta del buen comer. Bajo la profundidad de los cerros, las niñas y los niños se apresuran a recoger la basura de los alrededores de la escuela, cercada por la milpa y algunos árboles frutales, antes de entrar a sus salones. Mientras, varias mujeres, algunas con sus pequeños atados a su espalda, alrededor de una mesa al aire libre y a unos cuantos metros de la escuela, pelan papas y zanahorias, pican cebolla, jitomate, col y otras verduras para preparar un abundante caldo de res. A unos cuantos pasos, unas lavan naranjas para el agua y otras colocan la leña para encender el fuego.

“A mí me gusta cocinar con las demás señoras, y aquí es mejor que los niños coman porque se alimentan bien y están muy contentos cuando llega la hora de comer…, ya se acostumbraron”, señala doña Rosa. “Los niños llegan con hambre, vienen de lejos, caminando a veces a más de una hora y sin desayunar”, agrega doña Antonia; por su parte, María está “contenta de hacer la comida acá” y Anita dice que ha “aprendido a hacer sopa de verdura con zanahoria, chayote y calabacita…, a nuestros hijos y a nosotras nos gusta”. Eso nos cuentan en español algunas de las mamás a las que hoy les tocó cocinar para la Fiesta del buen comer.

Más de 40 mujeres de la comunidad, desde las más jóvenes hasta las ancianas, trabajan por turno como cocineras en grupos, bajo la coordinación de una de ellas, y se reúnen para planear y decidir el menú de cada fiesta, de acuerdo con lo que tienen en sus parcelas y en el huerto. Entre risas y decires en tzeltal las dejamos terminar su labor y nos encaminamos al huerto comunitario.

Al pie de un cerro, debajo de una milpa escalonada, clarean las lechugas, las hojas de las coles y los brócolis –las demás verduras aún no despuntan– que los productores de la comunidad cultivan para abastecer los requerimientos del menú de la Fiesta del buen comer.

“Al principio se hacía la fiesta una vez al mes, las señoras podían vender algunas de las verduras que tenían, pero ahorita como ya son tres días a la semana, pues ya no pueden. Por eso surgió la idea de hacer un huerto y sembrar todo ahí para que no haya necesidad de ir a comprar más allá; luego no se consiguen las cosas. Y cuando no hay lo que se ocupa, se compra con los productores más cercanos o los de la cabecera de la comunidad, pero nunca más allá, para que el dinero se quede aquí. Las señoras y los esposos trabajan en el huerto, y cuando alguno no puede ir va otro en su lugar.

De manera individual uno no avanza, porque no hay tiempo, pero cuando el trabajo se divide para que no sea pesado, se logran las cosas. Antes la señoras no querían salir a las reuniones porque sus maridos no querían o les daba pena, pero ahorita, cuando se cita a una reunión, son los maridos los que ya quieren irse a la casa, no las mujeres. Las cosas están cambiando”, dice don Lorenzo, uno de los integrantes del Comité de Administración Escolar de la comunidad.

Y por lo que se ve, van a seguir cambiando, pues a un lado de la escuela se yergue el comedor en construcción. Para tenerlo, todos han aportado su granito de arena: las señoras cocinando, los niños llevando la leña y las tortillas para comer y los señores trabajando en la obra.

Para don Lorenzo esto no hubiera sido posible sin organizarse. “En este proyecto no hay gastos ni cooperaciones ni nos obligan a hacer cosas que no nos benefician, como en las del gobierno. Tampoco nos traen todo de afuera y ahí nos dejan, así no funciona. Aquí lo único que nos piden es cumplir nuestro trabajo y no faltar a los talleres; usamos lo que hay acá y estamos recordando los alimentos de los antepasados. Antes los niños no llegaban mucho a la escuela, ahorita ya están llegando todos y cumpliendo con sus tareas. En el recreo salían a comprar sus totis, sus refrescos, y ahora, como se prohibió, salen al receso a las 11:30, pasan a pedir su comida… y como ya está llena su pancita, pues ya no compran nada. Ahí vamos caminando juntos y avanzando”.

Salimos de Río Tanate’el, después de saborear el rico caldito de res, y nos dirigimos a la comunidad de Ts’utot’el, en el municipio de Pantelhó. Durante el accidentado trayecto, nos enteramos que Alicia, coordinadora de Círculos de Alimentación Escolar, llegó a San Cristóbal porque estaba haciendo su tesis de maestría, en la que escudriña el papel de las organizaciones no gubernamentales (ONGs). “Después del levantamiento zapatista, Chiapas era en el mundo el lugar donde había más ONG’s por metro cuadrado”.

Así que la contrataron para coordinar a estas organizaciones, cuya único punto en común era compartir el territorio que comprende la región de los Altos. Con base en la lógica del affidamento –un concepto del movimiento feminista italiano, en el que el reconocimiento de los liderazgos genera la unión y la lucha conjunta–, Alicia logró la convergencia de nueve de estas ONGs en la instrumentación del proyecto, mismas que son donatarias de la Fundación W.K. Kellogg. A medida que avanza el proyecto se han incorporado otras organizaciones.

De acuerdo con Alicia, la idea empezó a gestarse a raíz de que la doctora en nutrición Islanda Becerra –quien en Brasil trabajó durante diez años en el Movimiento de los Sin Tierra– dio una plática sobre cómo lograron que el Estado comprara a los campesinos 30 por ciento de la producción para los desayunos escolares. “No obstante la chispa la encendió un campesino cuando propuso que en lugar de darles comida, les compraran a ellos su producción para que pudieran darles de comer a sus hijos, y a partir de entonces comenzó a diseñarse el proyecto”.

Nos relata que cuatro de las comunidades más vulnerables de los municipios de Cancuc y Pentelhó decidieron entrar al proyecto. “Empezaron a trabajar desde su propia lógica de organización, creando una estructura y fortaleciéndola para gestionar su propia alimentación; precisamente el gran acierto de este proyecto ha sido el adaptarse a las estructuras propias de la comunidad, a los comités de alimentación escolar y al esquema de acopio, producción y preparación de alimentos para las fiestas. Si no seguíamos esos principios no lo íbamos a lograr. De ahí que la Fiesta del buen comer fue la que detonó que el proyecto avanzara más pronto. En el primer semestre eran 54 productores y productoras, ahora son 187. Una gran diferencia, porque la gente vio que les beneficiaba a sus hijos y a ellos, porque volvían a encontrarse con su tierra y sus alimentos. La mayoría había dejado de sembrar”.

Mientras reflexionamos sobre cómo las fiestas del buen comer rescatan una de las pocas tradiciones vivas de nuestras culturas más antiguas: organizarse para festejar, cumpliendo las obligaciones para con la comunidad, llegamos a la comunidad de Ts’utot’el. Una larga fila de pequeños con plato y taza en mano nos conduce a las cocineras que sirven la comida, con el cabello cubierto, tapaboca y un mandil con la leyenda “Soberanía alimentaria”.

“Hoy les hicimos de comer papas con repollo y chilito en caldito”, nos dice Sebastiana. Juanita añade: “Comen las verduras que producimos acá”, y Lupita remata: “Es mejor que coman aquí, para que no coman esas chucherías de refrescos y Sabritas”.

¿Qué quiere decir eso de soberanía alimentaria?, les preguntamos y Miguel Ángel, integrante del Comité de Soberanía Alimentaria, nos responde: “Que uno decida qué es lo que quiere comer, no que le digan qué. Que uno vea de dónde proviene, cómo se produjo. Nos gustó mucho esta propuesta porque es muy diferente a la del gobierno, que manda muchas cosas que desconocemos y no sabemos prepararlas, como huevo en polvo. Dice que es huevo, pero no sabemos si en verdad es huevo y si es sano. Aquí todo es natural, como esas milpas que se ven ahí. Solamente las sembramos, lo limpiamos y ya, como lo hacían antes. Las señoras y los niños están contentos, pero estarían más si la fiesta se hiciera dos o tres veces por semana”.

Si bien el proyecto en sus inicios se encaminó a producir alimentos sanos para que las mujeres alimentaran a los niños, en la práctica se ha ido expandiendo sobre su propio eje y se prevé que a corto, mediano y largo plazos tenga repercusiones positivas a escala productiva, de alimentación y nutrición, educativa, de género, intergeneracional, económica y cultural.

Alicia nos comparte que “las proyecciones apuntan a que en el sexto año, el proyecto entrará en punto de equilibrio; o sea, ya no se invertirá más, y a 15 años, aproximadamente, las comunidades serán autosustentables alimentaria y productivamente”.

¿Acaso no es posible celebrar la Fiesta del buen comer en muchos rincones del país?

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