19 de agosto de 2017     Número 119

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Alimentos estratégicos,
¿un camino para decidir?

Julieta Ponce-Sánchez Nutricionista de COA Nutrición  [email protected]


FOTOS: Julieta Ponce

El amanecer en una colonia de la periferia rural, un atole y galletas Marías antes de ir a la primaria; mientras, en una zona residencial urbana, un yogur con emparedado de jamón. Unos y otros mal comidos, botón de muestra donde deficiencias y excesos combinados diluyen la calidad nutricional en la cantidad de comida, transición entre lo que la milpa se llevó y el desarrollismo de la industria alimentaria, mezcla desafortunada para llenar panzas de quienes viven la desnutrición, la gordura y la pobreza.

De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), México empobrece 28 mil millones de dólares cada año por la doble carga de la mala nutrición, es decir, entre la desnutrición y la obesidad reducen el crecimiento anual del Producto Interno Bruto en 2.3 por ciento. Y esto profundiza la pobreza por pérdida de productividad, con presión al sistema de salud, y –en efecto dominó– a todos los demás sectores: de desarrollo social, de producción alimentaria, económico, laboral y educativo, entre otros.

La niñez con desnutrición en México tiene una probabilidad 11 veces menor de terminar la educación secundaria, comparada con población sin desnutrición. Existen 21 millones de casos de enfermedad por mal comer con un 13 por ciento de incremento en muertes evitables (CEPAL/Programa Mundial de Alimentos, 2017). Las empresas pierden 11 mil 500 millones de pesos a causa del exceso de peso (Instituto Mexicano del Consumidor, 2015) y suman casi cien mil las vidas perdidas en sólo un año por diabetes, en su mayoría relacionada con una alimentación inadecuada.

Entonces, el bien comer ¿podría reconstruir un país sano, educado y fuerte?

Comer mal quiebra a México, porque aleja a unos de los otros, como estirar la liga imaginaria de la desigualdad donde la enfermedad de muchos es incomparable con la salud de la minoría, donde la riqueza de 16 personas es incapaz de hacer contrapeso a la pobreza de 55.3 millones de connacionales y donde los hogares pobres terminan pagando más impuestos que los ricos. Cada sexenio que pasa agota las posibilidades para reparar la Nación ante la pérdida de vidas y capacidades cada vez más limitadas para la administración de recursos.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas adoptados en 2015 llaman a los Estados a terminar con todas las expresiones de la mala nutrición para todas las personas en el horizonte de los siguientes dos sexenios, menuda tarea para el México de contrastes.

¿Por dónde comenzar a remendar la nutrición en nuestro país-hogar? La respuesta significaría detectar dónde se encuentra el lado –o lados– más débiles de la “liga” antes del “rompimiento” y cuáles serían las condiciones detonantes para anticipar y prevenir el daño mayor.

Se requiere entonces tener comida saludable y accesible para consumirla, primordialmente para comprobar los efectos en la salud humana y ambiental donde haya menos pobreza en los hogares gracias al incremento del ingreso en condiciones sostenibles de crecimiento equitativo.

Aspirar a resolver los problemas alimentarios mexicanos representa, por lo tanto, asumir la tarea simultánea de asegurar la máxima nutrición al mínimo costo, en un plan estratégico de inteligencia donde la protección a vida digna sea eje rector de la táctica política.

Alimentos estratégicos. Esta propuesta, lejos de pretender ser respuesta a todas las preguntas sobre cómo resolver la mala alimentación en México, es una pregunta en sí misma. Es un planteamiento para su análisis colectivo donde todas las voces son necesarias ante la emergencia alimentaria.

Una estrategia alimentaria, entendida como el conjunto de acciones planificadas orientadas a lograr la máxima nutrición al mínimo costo, requiere actuar bajo la táctica del uso óptimo de todos los recursos disponibles en el territorio nacional. Una lista de alimentos estratégicos sirve como soporte para sostener decisiones públicas respecto presupuesto, programas, reglas, normas, leyes, operaciones de gobierno y administración.

Los alimentos estratégicos son la base de la dieta mexicana para ser complementados con otros alimentos según sea el caso. Sus características son: a) originarios mexicanos, b) de producción limpia y justa, c) culturalmente aceptables, d) disponibles y accesibles en cada geografía y e) altamente nutritivos. Para la agenda 2030 el modo de producir y consumir es la clave para revitalizar el campo, donde quien siembra pueda comer sano y quien compre pueda elegir alimentos nutritivos.

¿Cuánto alimento requiere la población mexicana y de qué tipo?, ¿con cuánto se cuenta en el territorio y cómo se hace llegar a los hogares?, ¿cómo asegurar la adquisición y permanencia?, y ¿dónde se ven los resultados?, son preguntas elementales para definir desde lo público el problema, sus causas y encontrar posibles soluciones.

Urge incrementar la producción, acopio, distribución y consumo de alimentos mexicanos frescos y seguros de bajo procesamiento industrial. Primero la leche materna y el agua como base, luego los granos básicos: maíz y frijol. Las semillas originarias, como chía, amaranto, cacahuate o girasol. El nopal, único en su categoría. Una mezcla de hojas verdes como quelites, verdolagas u otras según el suelo. El huevo, la sardina y algún fruto de temporada. Son diez alimentos como piso mínimo con variaciones de acuerdo con la región.

Un plan de geopolítica alimentaria enfocado en movilizar a pequeños productores de alimentos estratégicos e invertir para la generación de nuevas tecnologías mexicanas para acopiar, almacenar y mantener alimentos frescos. En función del proceso, sigue el diseño de un mapa logístico con rutas de distribución justa en multiplicidad de puntos de adquisición para acercar los alimentos a las poblaciones. Al hacer visible la comida sana como parte de un paisaje alimentario, se estimula el consumo y tal vez, sostenido el modelo, con el tiempo llegue a movilizar la economía y la propia cultura del cuidado de la salud.

La diversidad cultural y geográfica de México debería ser la dirección para el despliegue de las capacidades estratégicas donde, más que el derecho formal a la alimentación, sea la realidad alimentaria en la vida de las personas el motor movilizador de la maquinaria nacional.

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