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Es un manifiesto para un ritmo más lento de la existencia, explicó el músico británico

Max Richter interpreta Sleep, obra sonora de ocho horas, en Madrid

Cerca de 500 personas acudieron al singular concierto en el centro cultural La N@ve de Villaverde

Concibió la pieza como una oda a uno de los últimos refugios que nos queda: dormir

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Desde las 11 de la noche, los asistentes atravesaban el largo pasillo de la antigua nave industrial, que estaba dividido en inmensos cuadrados de colores, en los que se iban distribuyendo los soñadoresFoto Armando G. Tejeda
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El Max Richter Ensemble en plena ejecución maratónica
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 10 de julio de 2017, p. 6

Madrid.

El compositor británico Max Richter estrenó en la madrugada de ayer en Madrid su obra Sleep, canción de cuna monumental, de ocho horas de duración, que fue compuesta para ser escuchada mientras dormimos.

El público, alrededor de 500 personas que se congregaron en el centro cultural La N@ve de Villaverde, acudieron al singular concierto con bolsas de dormir y almohadas, y tal como fue concebido el proyecto escucharon la pieza minimalista del músico originario de Hamelin a ratos dormidos, a ratos despiertos y la mayor parte del tiempo hipnotizados en una especie de entonación poética por una pieza musical heredera del minimalista más auténtico.

El concierto se inició a las 11 de la noche, con Luna llena, y terminó alrededor de las siete y media de la mañana, ya con la luz del día asomando por los ventanales del recinto.

Dormir para silbar al amor. Dormir para invocar a la Luna llena. Dormir para encontrar la armonía y la libertad. Dormir como gesto de rebeldía ante un mundo que avasalla por su ritmo trepidante, por sus nuevas cadenas tecnológicas. Dormir para sentir las fuentes, los arroyos, los ríos, los árboles, todo lo que da forma a la tierra. Dormir y escuchar la obra Sleep, del músico minimalista británico Max Richter, que la interpretó en esa vieja nave industrial de la periferia de Madrid reconvertida en espacio cultural, que con la música de Richter se convirtió en una inmensa cuna mecida por las suaves notas de una pieza era a su vez un elogio a la lentitud y al soñar.

Los sueños, esos reflejos truncos de los tesoros de la sombra de un orbe intemporal que no se nombra, que diría Borges, también albergan –según Richter– un punto de encuentro mágico y vital con la música.

La neurociencia lleva un tiempo investigando precisamente la relación que hay entre música y conciencia. O más bien entre música e inconsciencia. O la vivaz conversación que se produce entre la música y el estado hipnótico del sueño.

El brillante compositor británico, discípulo de artistas como Philip Glass, Arvo Pärt o Brian Eno, concibió la obra Sleep como una oda a uno de los últimos refugios que nos queda: dormir, soñar. Y la concibió para ser interpretada a un público que se va arrullando poco a poco con esta canción de cuna minimalista de ocho horas de duración.

El propósito es que duerman, que se tumben en sus bolsas de dormir o en el suelo y que duerman lo más posible mientras las notas musicales van penetrando en su cerebro y dan forma a esa vivaz conversación en la que se consuma la magia.

Richter explicó que Sleep es un concierto de casi ocho horas de duración concebido para ser escuchado de noche y con el público acostado. Es su manifiesto para un ritmo más lento de la existencia con el fin de explorar, a su vez, el resbaladizo terreno entre la vigilia y el sueño, la lucidez y la ensoñación mediante la contemplación sonora.

El concierto de Richter y su Max Richter Ensemble se inició alrededor de las 11 de la noche en La N@ve de Villaverde, singular espacio cultural construido en las ruinas de una nave industrial abandonada en la periferia de la capital española.

De ser un viejo edificio derruido se construyó una fachada colorida y se abrió el espacio para los espectáculos más variopintos. El escenario idóneo para un proyecto musical y experimental como el de Sleep, que se presentó en el festival Los Veranos de la Villa, organizado por el Ayuntamiento de Madrid.

Más de 500 personas fueron llegando poco a poco hasta la antigua fábrica de la marca Boetticher. Iban con pequeñas mochilas a sus espaldas en las que llevaban bolsas de dormir, pequeñas almohadas o cojines, y si acaso una esterilla para vencer la rigidez del suelo.

El largo pasillo de la antigua nave industrial estaba dividido en inmensos cuadrados de colores, en los que se iban distribuyendo los asistentes en función del color de la pulsera que portaran. Entre las recomendaciones que se hacían antes de emprender el viaje hipnótico de Richter estaba llevar ropa cómoda para dormir y se prohibía enfáticamente el consumo de alcohol, porque afectaría a los ciclos del sueño y a la experiencia sonora, no se podían usar los teléfonos celulares ni artilugios similares durante el concierto, ni tampoco el uso de cámaras para no perturbar la actuación y la escucha de los demás. Y se pedía el mayor de los silencios.

Aunque había libertad de movimiento a lo largo del concierto; la gente podía ir y venir por la nave, recostarse en otro rincón o simplemente disfrutar la música en movimiento, cuando la gente o los músicos se trasladaban a algún sitio todos lo hacían con el mayor de los sigilos. Con movimientos felinos que parecía que no querían romper ese instante mágico entre música y vigilia.

Sleep es de alguna manera la continuación de una forma de entender la música y el acto de escucharla que se inició con el estreno de Vexations, de Érik Satie, cuando la rescató del olvido el músico John Cage, padre del minimalismo, en un histórico concierto que duró 18 horas y 40 minutos, en el que participaron algunos de los grandes genios del piano y de la música contemporánea del siglo XX, como el propio Cage, Viola Furbor, David Tudor, Robert Wood, Philip Corner y McRae Cock.

En el público se encontraba el artista Andy Warhol, que a partir de esa experiencia decidió filmar su obra Sleep, precisamente con el mismo título que la pieza que compuso Richter más de cuatro décadas después.

Richter pareciera inspirarse en el poema Al sueño, de John Keats, que advierte del suave embalsamador de la rígida medianoche, que cierras con cuidadosos dedos nuestros ojos que ansían ocultarse de la luz, envueltos en la penumbra de un olvido celestial.

Pero el compositor británico, nacido en Hamelin, en 1966, construye un ritual entre el público, que duerme junto a centenares de personas desconocidas, y el músico o los músicos, que se dedican a arrullarles con notas que van inundando el espacio hasta encontrar ese refugio de la conciencia que halla por sí misma el camino hacia la música.

Antes de empezar a interpretar ésta, una de sus obras maestras, Richter habló brevemente a sus durmientes espectadores para pedirles que se sintieran libres de entregarse al sueño.

Y así nos vemos en el otro lado de la conciencia, donde dormir también es silbar al amor. Donde al dormir se evoca a la libertad y a la armonía mientras nos rebelamos con silencio y sueño al mundo que nos avasalla.