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Ecuación plástica
E

l 9 de julio de 1922, hace ya 95 años, José Vasconcelos abrió las puertas de la casa que sería la Secretaría de Educación Pública diciendo que “imagino aquí un edificio con altos arcos y anchas galerías para que por ellas discurran grandes hombres… de salas muy amplias para discurrir libremente, y techos muy altos para que las ideas puedan expandirse sin estorbo”. Allí mismo se dio cobijo al renacimiento de la pintura mural al fresco, herencia ancestral de los antiguos mexicanos.

En palabras de Carlos Monsiváis, “de esta manera nacería el muralismo mexicano… arte público y monumental como instrumento para llevar la cultura a las masas, para propagar los ideales revolucionarios al pueblo,… así se busca a través del muralismo un punto de conciliación entre el pasado prehispánico y el México moderno.” Fue así como los colores y las formas que Diego Rivera estudió a lo largo de su estancia en suelos europeos convirtieron a los dos patios del edificio en una explosión de ideas, de formas, de color. Allí encontramos referencias a la vida, el trabajo, las fiestas, las costumbres, luchas, logros y anhelos de los mexicanos de su tiempo.

En total Diego Rivera pintó más de 200 frescos en las paredes del edificio. Uno de los secretos que confió al lenguaje de los muros tiene relación con las técnicas de pintura mural prehispánica y las de las viejas escuelas de pintura europeas, así como con el fervor con el que intentó llevar las enseñanzas de ambos campos a su propio arte. La singular clave primitivista de los pintores rusos, italianos, españoles, alemanes y mexicanos dieron inicio a la vida de un arte que Rivera soñaba nuevo.

La imaginación plástica de Rivera no estuvo sola. Desde entonces los muros de este inconmesurable monumento albergan el legado de otros grandes maestros de la plástica: Roberto Montenegro, Federico Canessi, Eric Mosse, Jean Charlot, Amado de la Cueva, José Chávez Morado, David Alfaro Siqueiros, Luis Nishizawa. A lo largo del siglo XX todos buscaron, de una u otra manera, encendidos, que en su obra se escuchara a Gabriela Mistral cuando soñaba en nuestro orbe iberoamericano amenizar la enseñanza con la hermosa palabra, con la anécdota oportuna, y la relación de cada conocimiento con la vida.

Muchos años después, cuando se cerraba la primera década del siglo XXI, los muros vacíos, los silenciosos, del viejo edificio de la SEP se llenaron de vida. La mirada de un renovador de la plástica mexicana escogió una histórica pared para colmarla de poesía. Así fue como Manuel Felguérez decidió usar un muro de la vieja aduana virreinal para que acogiera su obra.

Junto a Lilia Carrillo, José Luis Cuevas, Fernando García Ponce, Alberto Gironella, Pedro Coronel, Kasuya Kasai, Juan Soriano, Luis López Loza y Vicente Rojo, Manuel Felguérez es parte de esa generación conocida como de la Ruptura, a la que Octavio Paz la observa rodeada por la incomprensión general, pero decidida a restablecer la circulación universal de las ideas y las formas se atrevieron a abrir las ventanas. El aire del mundo penetró en México.

Desde la década de los 50 del siglo pasado, la obra de Manuel Felguérez se convirtió, a través de los años, en uno de los capítulos fundamentales de la historia de la cultura y el arte mexicano contemporáneo. Su apuesta estética despliega y afirma la importancia de lo abstracto. Su entrega al oficio, su intensidad creativa y su renovación constante han enriquecido la inmensa tradición de la pintura y la escultura mexicanas. Lo expresa contundente Juan García Ponce: al hacer posible la reaparición de la pura forma como un poderoso instrumento al servicio de la realidad de la belleza, Manuel Felguérez no sólo se afirma como artista, un artista cada vez más refinado y consciente, cada vez más libre y profundo, sino que también afirma la imperecedera existencia del arte.

Esa existencia es lo que proclama Manuel Felguérez con su obra mural Ecuación en acero en los muros de la SEP. Es un homenaje a las matemáticas desde el arte abstracto; esa ciencia exacta que se vuelve parte de nuestra vida cotidiana al ser fundamento para el desarrollo de la ingeniería, de la medicina, de la química, de la astronomía y, junto con el arte, para el desarrollo de la civilización.

Como toda la obra de Manuel Felguérez, Ecuación en acero invita a un tiempo al diálogo, a la contemplación, al pensamiento. La puerta está abierta. Al acudir a admirarla se removerá en nosotros una ecuación plástica y nos hará celebrar el arte, la ciencia y la cultura mexicanas.