Opinión
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No Sólo de Pan...

De un puñado de lentejas

E

l hambre no sólo impide a quien la padece funcionar normalmente con sus músculos, sus capacidades intelectuales y sus cinco sentidos, también lo humilla por el mismo sentimiento de estar por debajo de quienes comen a satisfacción. El hambre de Oliverio Twist y otros niños protagonistas del escritor inglés Carlos Dickens, la de Los olvidados, de la película de Luis Buñuel, la que se revela en los cuerpos deformes de los pequeños africanos, cuyos países pasan hambrunas o guerras, son la expresión más conmovedora, pero no son más dramáticas que las de los jóvenes, mujeres y hombres adultos y ancianos que forman la mayoría de la población del planeta nuestro.

Por hambre se desatan la violencia intrafamiliar, el robo desde temprana edad, el odio social, la prostitución femenina y masculina…, conductas que pueden o no asentarse de por vida en prácticas cada vez más destructivas y cínicas, convirtiendo a una parte de la población en enemiga factual y potencial del resto. Por esta razón, y otras de índole más humanitaria, se organizan redes caritativas privadas de distribución de alimentos, pero también políticas públicas dirigidas a ciertos sectores que no se definen al azar porque el hambre también se negocia.

Por ejemplo, hay que negociarla cuando los hambrientos se organizan y se vuelven amenazadores para el statu quo de su sociedad. O cuando, por su desorganización, se les encuentra en todas partes y molestan a la vista y tranquilidad de conciencia de los ciudadanos normales. O bien cuando exceden tanto en número que rompen el equilibrio de los presupuestos económicos, políticos y sociales que, hoy día, casi todos los países deben exhibir ante organismos internacional para mostrar su viabilidad y atraer inversiones.

Pero, si el hambre puede negociarse es porque no es natural, sino que se produce deliberadamente mediante la injusta distribución de los recursos naturales y monetarios. La prueba de que el hambre es una construcción humana está en que las naciones unidas alrededor del imperio pueden inducir el desabasto alimentario en un país digno, como Cuba, para obligarlo a ceder a las inversiones neoliberales; o como en Venezuela para empujarla a privatizar sus riquezas, o en Brasil y en tantos otros sitios del mundo…

El neoliberalismo, para existir y desarrollarse necesita acumular la riqueza mundial en pocas instancias y desposeer de todo a la inmensa mayoría, no siendo de la vivienda, la escuela o los servicios de salud, sino del primer satisfactor que se priva a los pueblos: de los alimentos necesarios para la vida. En cambio, no se les priva de los comestibles que palían la sensación de hambre y dan satisfacción al estómago, frenando las funciones mentales y corporales de los pueblos. De donde que el capital gane doblemente: a través de la venta de los comestibles a quienes apenas tienen recursos para poder comer este tipo de cosas y a través de su retraso para poder comprender lo que sucede.

Es así como el hambre se negocia más barato en países como el nuestro, ya no con alimentos sino con baratijas comestibles y con una escala de significados que han pasado del estómago a la ambición de un consumo de prestigio que dé la ilusión de romper la barrera de clases…

Pero, ¿a cambio de qué? Lo adivinó el lector: de votos durante los periodos electorales de gobernantes, donde estos echan a andar el mecanismo montado décadas antes que, oxidado y todo, sigue funcionando como fábrica de hambrientos fuera de las elecciones y usándolos cuando éstas los requieran, a cambio de despensas y en casos más rejegos de celulares, electrodomésticos o monetario.

La reciente, no fue una contienda ideológica ni entre candidatos, fue una apuesta: a que te gano la elección por un plato de lentejas. Pero el más viejo perdió ante el más joven.