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Tres despachos rothianos
I

mperio. La vieja Austria-Hungría (A-H) imperial y real –kaiserlich und königlich (k.u.k.); goo.gl/zNRhg4– por cuya disolución Joseph Roth (1894-1939) llora hasta su propia y prematura muerte de la desesperación y el alcohol, es para él la encarnación de Europa. Es la única patria que éste nómada, cosmopolita y judío galitziano tiene o quiere tener (sobre su vida, véase el gran tomo de memorias y críticas: Samotny wizjoner, Kraków-Budapeszt 2013, 453 pp). La monarquía dual de los Habsburgo en su apogeo abarca lo que hoy son (en su totalidad o parte) Austria, Hungría, Eslovenia, Croacia, Rumania, República Checa, Eslovaquia, Polonia, Ucrania e Italia (más Bosnia). El pegamento de este imposible mosaico de etnias e idiomas es el monarca (Franz Joseph que reina casi toda la duración del imperio), las élites profesionales (ejército/burocracia) y la idea que la entidad no es tanto multi, sino supra nacional (a fin de neutralizar diversos nacionalismos). Así –principalmente ex post ante el auge del nazismo– surge el mito de armonía y unidad (incluso europea) y una particular k.u.k.-nostalgia por el pasado más plural y tolerante. Roth con esta tinta melancólica escribe La marcha Radetzky (1932) y La cripta de los Capuchinos (1938); S. Zweig El mundo de ayer, con un sintomático subtítulo Memorias de un europeo (1942). Pero lo nacional siempre está allí: abajo (con los movimientos irrendentistas) y arriba (con la misma monarquía que de modo perverso resuelve sus conflictos financieros transponiéndolos a divisiones étnicas y enfrentando unos pueblos contra otros). Al final con los inicios de la Guerra Civil Europea (vide: E. Traverso) y la muerte del “viejo káiser” (1916) los pequeños nacionalismos explotan. Ya nadie quiere al imperio; todos quieren ya a sus países.

Europa. Algunas comparaciones acaban como maldiciones. Ayer hablar de lo parecido entre A-H y la UE es evocar el aura de romanticismo. Hoy, activar la alarma de incendios. Los pro-europeos por años celebran al imperio de Franz Joseph como un micro-laboratorio de la Europa común (sic), a Roth casi como su ideólogo (sic) y al “‘exitoso’ multiculturalismo de Galitzia y Europa Central” como un ejemplo a seguir (sic) (véase: E. Blix, en: Samotny..., p. 15). No importa como estos espacios de encuentro y tolerancia étnica y religiosa explotan más tarde y acaban en decenas de miles fosas comunes. Pero conforme avanza la crisis de la UE, el tono de los paralelos oscurece. “Hoy en Europa todos somos ‘austrohúngaros’” –decadentes, paralizados– y la UE cada vez más recuerda al imperio de los Habsburgo: babélica, burocrática, inoperativa, incapaz de despertar ningún fervor patriótico, tibia, hipócrita (El País/Babelia, 3/6/17). Por fin una narrativa que atina en los parentescos (no lo diverso, sino lo disfuncional). Pero al final todo cae en una variante de la k.u.k.-nostalgia: dentro de 50 o 100 años como los austrohúngaros nos daremos cuenta que lo que tuvimos no era tan mal y hacía del continente algo mejor, más que nuestras naciones provincianas (Ibidem). He aquí un inesperado triunfo de Roth. Este gran creador de mitos no sólo logra engañar a algunos lectores atentos –G. Lukács, igual ex súbdito austrohúngaro piensa que La marcha... es una novela histórica y realista, cuando es una recreación; E. Hobsbawm se enamora de su convivencia pacífica, cuando su tema es más su descomposición– sino transmitir a los circuitos europeístas su irrealismo apologético. Su paraíso imperial y real es igual inexistente que la “idilla ‘unioneuropeista’” de los panfletos liberales.

El hundimiento. G. M. Tamás mirando la historia de Europa Central ofrece un elegante esquema de desintegración de sus entidades multinacionales (A-H, Yugoslavia, URSS): “mientras las políticas están relegadas al centro, las élites regionales representan ‘etnicismo sin política’; cuando el centro desaparece, el etnicismo toma su lugar” (Boston Review, 1/6/99). ¿No será –salvo que aquellas son federaciones– lo mismo que le pasa a la UE? Con la crisis del extremo centro (vide: T. Ali) resurgen los nacionalismos y la xenofobia llena el vacío creado por la post-política neoliberal. Nadie quiere ya a la Europa; todos quieren (de vuelta) a sus países. La conformación del poder de los Habsburgo desde las reformas josefinas (finales del s. XVIII) también es ilustrativa. De allí surge una entidad iluminada dividida entre un centro racional/progresista y periferias étnicas, que por sí sola es incapaz de movilizar el apoyo popular, combina grandes libertades con extrema impotencia, practica la política de no-soluciones y niega toda la participación a precio de controlar a los nacionalismos facilitando una peligrosa fusión de demandas democráticas con las nacionalistas... ¿Es todavía A-H o ya hablamos de la UE? Frente a esto Roth ofrece bellos retratos de decadencia y apunta a algunas contradicciones del imperio, pero no sabe –o no le interesa– por qué éste cae. En vez de análisis prefiere categorías de destino o religión (“una: ‘monarquía’, es sustituida por otra: ‘nacionalismo’). Conflictos y políticas que llevan al debacle quedan innombradas. Nadie –casi– tiene la culpa (y menos el emperador: sabio y justo). ¿Soy sólo yo u otra vez esto suena a algo familiar?

Coda. En algún momento –a falta de análisis– Roth entra en un debate estéril sobre la responsabilidad de diferentes pueblos de A-H por su caída; la cosa no va precisamente por allí –ni ayer ni hoy–, pero las analogías son inquietantes:

a) los alemanes de ayer que vejan a otros pueblos del imperio, hasta que éstos llegan a odiarlo (La cripta..., p. 92) y Alemania de hoy que hace lo mismo (véase: B. de Sousa Santos, Página/12, 27/7/15).

b) los húngaros de ayer que tratan brutalmente a sus minorías y Hungría de hoy que hace lo mismo (véase: G.M. Tamás, Open Democracy, 29/6/16);

c) y finalmente los eslavos, ayer “los ‘mejores austriacos’ –los emblemáticos von Trotta rothianos son eslovenos– que luego no defienden al imperio” y Polonia o República Checa de hoy, antes grandes euroentusiastas, luego primeros saboteadores de la UE.

Pero lo más inquietante es la negativa de la misma Europa de asumir como su política suicida de resolver la crisis financiera según las líneas nacionales (Grecia) abona a su desgarro por las mismas costuras.

*Periodista polaco

Twitter: @MaciekWizz