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Trump, contra las cuerdas
A

yer, la opinión pública pudo confirmar por boca de un alto ex funcionario las enormes fallas de conducta de Donald Trump como presidente. Así ocurrió en la comparecencia pública del ex director de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) Michael Comey, ante el Comité de Inteligencia del Senado para abordar los intercambios que sostuvo con el mandatario estadunidense en torno a las investigaciones de esa dependencia sobre la posible interferencia de Rusia en la campaña del actual jefe del Ejecutivo.

Como se recordará, desde antes de las elecciones presidenciales de noviembre del año pasado, el Departamento de Justicia del país vecino y la FBI siguen una línea de investigación sobre la posible intromisión de Moscú en ese proceso electoral. Tal pesquisa ya costó el cargo al fugaz ex asesor de Seguridad Nacional de Trump, Michael Flynn, quien mantuvo conversaciones secretas con funcionarios rusos cuando el ahora mandatario aún no tomaba posesión y en momentos en que su antecesor, Barack Obama, anunciaba medidas de represalia contra Moscú por su supuesta intervención en el proceso sucesorio estadunidense. Aunque Flynn se empecinó en negarlo, varias filtraciones de prensa informaron que había en curso una investigación en su contra por la posible violación de una ley que prohíbe a particulares negociar con potencias extranjeras sobre disputas con Washington.

Las declaraciones de ayer de Comey confirman, por otra parte, que Trump lo destituyó de la dirección de la FBI por investigar a Flynn, algo que puede interpretarse como un intento de obstrucción de la justicia, lo que a su vez constituye un delito grave. Por añadidura, el ex funcionario acusó al presidente de difamación, pues el magnate afirmó que el despido obedecía a que la FBI era un desorden bajo la dirección de Comey.

En suma, la investigación por la presunta intervención rusa se ha convertido para Trump en un pantano en el que más se hunde mientras más chapotea. Aunque Comey evitó cuidadosamente acusar al habitante de la Casa Blanca de obstrucción de la justicia y señaló que en todo caso correspondería al fiscal especial, Robert Mueller, formular tal aserto, en su testimonio ante el Senado, el ex titular de la FBI dibujó a Trump como un individuo extremadamente inescrupuloso, mendaz e irrespetuoso de la legalidad y de las instituciones que preside.

El tamaño del impacto puede medirse por las desentonadas reacciones de la Casa Blanca, tanto por boca del mismo presidente –quien se dijo bajo asedio y prometió luchar y nunca rendirse, como si las investigaciones por su proceder fueran una guerra–, como por las hostiles palabras de la portavoz presidencial Sarah Huckabee a un periodista que preguntaba si el mandatario había mentido: Puedo afirmar con seguridad que el presidente no es un mentiroso y francamente me siento insultada por el cuestionamiento. Cabe recordar que en el país vecino la falta demostrada a la verdad por parte de un presidente en funciones se considera una ofensa inaceptable.

Aunque los procesos legales y legislativos en torno al episodio de la aún hipotética colusión del equipo de Trump con funcionarios rusos tienen un largo camino por delante, es claro que el presidente pudo cometer infracciones igualmente graves en el afán por ocultar algo y por procurar impunidad para colaboradores suyos. Si en algo no miente Trump es que su presidencia se encuentra bajo asedio y que podría terminar no por el fin de su periodo legal, sino como consecuencia de un juicio político. Se trata de una circunstancia por demás peligrosa porque, como ya lo ha demostrado en los pocos meses que lleva en el cargo, el magnate republicano suele recurrir a la huida hacia adelante como solución a sus problemas internos.